JOSÉ MARTÍ, POR JORGE ARCHE
Si una consideró a la América Latina, una
y muy importante, consideró a las “tres Antillas hermanas”[1],
esa que, “(...) se tienden los brazos por sobre los mares y se estrechan
ante el mundo, como tres tajos de un mismo corazón sangriento, como tres
guardianes de la América
cordial y verdadera, que sobrepujará a la América ambiciosa como tres hermanas”[2]
A lo
largo de su bregar por la independencia de las dos islas que aún ocupaba España
en América(Cuba y Puerto Rico), no deja el Apóstol en insistir en lo esencial
que resultaba el reconocimiento entre los hijos de estas islas aún colonias y
los que vivían en las dos Repúblicas asentada en la isla de Santo
Domingo(República Dominicana y Haití), “(...)las tres vigías de la América hospitalaria y
durable, las tres hermanas que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y
enviándose los libertadores(...)[3]
En un escrito aparecido en el periódico Patria
en mayo de 1892 dedicado a
homenajear al “criollo irreductible” puertorriqueño Román Baldorioty Castro,
Martí analiza con razones contundentes la necesario unidad que ha de existir
entre las tres grandes islas por donde comenzó la conquista de América y
asiento de una cultura mestiza y singular que simboliza lo mejor de este
“ajiaco” cultural criollo y que él con sagacidad política y conocimiento de su historia, intuye su
dilema alternativo: si libre, bastión de la libertad y dignidad de
Latinoamérica, si sometida a las apetencias yanquis, punta de lanza de la
ambición imperial norteamericana.
Su análisis objetivo y conmovedor da razones
para la unidad antillanista dentro del conglomerado latinoamericano:
“No
parece que la seguridad de las Antillas, ojeadas de cerca por la codicia
pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa, en lo material insuficiente,
que provocase reparo y justificara la agresión como de la unió sutil y
manifiesta en todo(...)de las islas que han de sostenerse juntas, o juntas
desaparecer en el recuento de los pueblos libres”[4]
Martí no alienta la formación de una sola
República Antillana, ante todo por los recelos que habrían de levantar tales
ideas en las oligarquías locales y más aún en los Estados Unidos, que como bien
dice él, tendría pretexto para una agresión. Pero sí exhorta a la solidaridad y
unidad “sutil y manifiesta” en “todo”, para seguir siendo libres.
Más adelante advierte de los peligros internos
que pueden quebrantar la necesaria unidad entre las islas de las Antillas
hispanas, “(...)la rivalidad de los productos agrícolas, o por diversidad de
hábitos y antecedentes, o por el temor de acarrearse la enemiga del vecino
hostil”[5],
fuera de esos obstáculos eran y son más los factores que nos unen y hacen
posible nuestra identificación como pueblos hermanos.
Desde Nueva York, siguiendo la política de la
naciente potencia imperialista, se da cuenta que en esta expansión dominadora
de las clases dominantes en los Estados Unidos pasa en primer lugar por el
dominio de ese ramillete de isla que son Las Antillas, concepción que en
términos geopolíticos en su época abarcaba a las islas mayores del archipiélago
caribeño y que el peligro inminente se cernía sobre Cuba y Puerto Rico, restos
del fenecido imperio español en América.
Por eso su activa labor de denunciar ante los
pueblos latinoamericanos y el mundo las no disimuladas pretensiones hegemónicas
de los yanquis:
“(...)Walker
fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a
Cuba. Y ahora cuando ya no hay esclavitud con que excusarse, está en pie la
liga de Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba; va Douglas a procurar la
de Haití y Santo Domingo; tantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomentan en
las Antillas la anexión con raíces en Washington, los diarios vendidos de
Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los diarios del
norte, del progreso de la idea anexionista(...)[6]
Por eso insiste constantemente que “las
Antillas libres salvarán” a
Hispanoamérica, por la necesidad ya no solo de expulsar a España de Cuba y
Puerto Rico, sino para impedir la expansión norteamericana, este tema es una de las cuestiones cardinales
en la obra martiana.
Vincula este asunto a la independencia de
Cuba, aduciendo la gran importancia estratégica que ella tiene en el desarrollo
o fracaso de los planes expansionistas de Estados Unidos, argumentando que la Revolución en Cuba “(...)No solo ese santa por lo que es;
sino que es un problema político, para garantizar las Antillas y Nuestra
América antes de que los Estados Unidos condensen en nación agresiva las
fuerzas de miseria, rabia y desorden que encontrarán empleo en la tradición de
dominarnos”[7]
La independencia de Cuba ya no es para José
Martí solo un problema nacional, sino el cumplimiento de una necesidad política
y social que consolidara la existencia misma de América Latina ante el peligro
hegemónico en desarrollo en los Estados Unidos,
ideas que quedan claras cuando escribe de los comentarios de la prensa
de ese país que de forma descarada baraja ya por donde continuar la expansión “(...) ¿En qué
dirección se ha de mover nuestra bandera?“, dice el Sun en un artículo odioso,
“¿sobre el norte, o sobre el sur, o sobre alguna de las Antillas?”[8]
Ya por
estos años había comenzado la intervención abierta de los Estados Unidos en los
asuntos de los pueblos de Las Antillas, la República de Haití era víctima de estas intrigas
para arrebatarle parte de su territorio y crear una base carbonera en la
península de San Nicolás cruce estratégico de los mares caribeños. Era el
antecedente de la tristemente célebre política del “Gran Garrote” que se
enseñoreó por estas tierra a principios del siglo XX. Martí siguió las noticias
de la intromisión de los norteamericanos en los asuntos internos de Haití y nos
habla de cómo apoyaron con recursos y armas al sublevado Hipolite hasta
derrocar al gobernante legítimo.
Por Cuba,
por América Latina y por Las Antillas se esfuerza Martí por lograr la unidad de
los cubanos para “(...)impedir a tiempo, como dijera a Mercado, con
la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y
caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”[9],
esa es la tarea titánica que se impuso y más difícil aún fue la labor de
hacerse entender por los que veían en la nación del norte el modelo de nación
posible para nuestros países.
Las Antillas
son vistas por José Martí como el fiel de América, el equilibrio entre los dos
conglomerados sociales desarrollados a
partir de la colonización, poblados por
pueblos muy diferentes y con un desarrollo económico y social distinto. Al
norte se había crecido la nación industrializada, fuerte, autosuficiente y
ambiciosa, producto de siglos de desarrollo capitalista; al sur, aletargadas y
desunidas, crecían las románticas naciones, producto de la codicia usurera de
un reino que siempre vio en la América Nuestra la fuente de sus riquezas a
cualquier costo y destruyó culturas, trajo una oleada de esclavos negros y sin
proponérselo, creo un crisol cultural formidable, económicamente débil, pero
sentado sobre tierras feraces.
A partir de
la publicación de “Nuestra América” Martí promueve la necesidad de Hispanoamérica
de reconocerse, buscarse en sí misma, no solo en cada fragmento de República,
sino en un todo abarcador para impedir el paso al gigante con botas de siete
leguas.
Dentro de
este modelo de unidad, había una prioridad básica, la independencia de Cuba y
Puerto Rico por ser “(...) indispensables para la seguridad, independencia y
carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente donde los
vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas
todo el Norte por el istmo, y apretar luego con todo este peso por el Sur”[10]
Aquella
preocupación obsesiva, aquellos valientes advertencias que no solo iban en
cartas privadas, sino que fueron escritas en artículos y ensayos periodísticos,
no fueron oídas o atendidas por la gente de su tiempo; premonitorio, como un
Oráculo del futuro americano y en especial de las Antillas, que se desató
apenas tres años después de su muerte con la intervención norteamericana en la
guerra de independencia cubana, y fue el Caribe el lago privado de las
cañoneras yanquis, que ocuparon Cuba y dejaron la Enmienda Platt,
convirtieron a Puerto Rico en un eufemístico Estado Libre Asociado,
desembarcaron en Santo Domingo, Haití y Nicaragua, imponiendo su ley y
exigiendo sus cobros, se adueñaron del
istmo de Panamá y levantaron el canal interoceánico y aplicaron de forma
altanera y descarada su política de conveniencia en las Repúblicas
Centroamericanas convertidas en las descoloridas “Repúblicas Bananeras”. Era la
triste consecuencia que previó Martí con la expansión imperial y que resumió en
estas palabras:
“(...)En el fiel de América están las Antillas, que
serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial(...)- y
si libres- y dignas de serlos por el orden de la libertad equitativa y
trabajadora- serían en el continente la garantía del equilibrio”[11]
“Las Antillas libres salvarán la independencia de
nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso
acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”[12]
[1] Así llamó en múltiples ocasiones a las tres grandes
islas de archipiélago antillano, colonizadas en principio por España y unidas
por estrechos vínculos culturales e históricos.
[2] Periódico Patria, 14/5/1892. T. P. 405
[3] Ídem, p. 406
[4] Ídem, p. 405
[5] Ídem, p. 405
[6] La
Nación. Buenos Aires, 20/12/1889.Obras Completas T. VI, p. 62
[7] Obras Completas. T. XXII, p. 256
[8] La Nación. Buenos
Aires, 24/1/1890.Obras Completas. T. VI. P. 65
[9] Ídem
[10] Patria, 19/8/1893. Obras Completas T. II, pp.273-274
[11] Periódico Patria, abril / 1894. Obras Completas. Tomo III, p. 142
[12] Carta a Federico Henríquez y Carvajal, 25/3/1895.Obras Completas T. IV,
p. 111
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