viernes, 17 de febrero de 2017

EL ENVENENAMIENTO DE JOSÉ MARTÍ

Caida en  combate. Eladio Rivadulla, dibujo



Este es un episodio triste y a la vez gallardo en la vida de José Martí, triste porque se constata una vez más como la vileza y el mal son capaces de acudir a los medios más bajos para destruir una noble causa, y gallardo por esa capacidad de perdón que hay en el hombre que es José Martí,  se reunió con uno de sus envenenadores, en privado y como un padre averiguó los motivos y perdonó y no solo eso, sino que ganó para la causa de Cuba a un combatiente que hizo méritos suficientes como para ostentar los grados de Comandante del Ejército Libertador Cubano.  La Doctora Nidia Sarabia fue de las primeras en  develar el nombre de este cubano que herró y rectificó, luego otros han copiado su información y la han convertido en uno de los episodios más tratados fundamentalmente por los estudiantes de medicina, he aquí una versión que tome de “La Revista Habanera de Ciencias Médicas” y con la firma de la Lic. Marlene Irene Portuondo[1]
“Parte para New York. Recorre varias ciudades en EE.UU. A fines de año, en Tampa, a pesar de estar enfermo habla durante hora y media en ocasión del segundo aniversario de la Fundación de la Liga Patriótica Cubana.
“Luego de realizar un recorrido por otras ciudades, donde ofreciera discursos en español e inglés, llega a Tampa, el 16 de diciembre de 1892. Allí, elementos al servicio del enemigo intentan asesinarlo mediante envenenamiento, al servirle una copita del vino que solía tomar de coca de Mariani. Al llevárselo a los labios, le halló un gusto extraño, y tras una rápida intuición, devolvió el sorbo. El Dr. Barbarrosa, amigo y médico de Martí en Tampa, llega casi al propio tiempo, e insiste en hacer analizar el resto. Olfateó el licor, lo degustó con cautela. “¡Sí; me parece que sí...Ácido...Déjeme hacerlo analizar! Mientras el Doctor se ocultaba la botella en el faldón de la levita, Martí le tomó por un brazo y le dijo mirándole fijamente: “De esto, amigo mío..., sí fuese cierto, ¡ni una palabra!”[2]
“Se trataba de dos cubanos --un blanco y un mulato--, quienes se habían ofrecido para servirle a Martí, en su refugio, como auxiliares, pero luego del intento de crimen, desaparecieron rápidamente de la estancia. Fue Paulina Pedroso “la negra patriota”, quien llevaría al Apóstol para su casa, custodiado, día y noche, por su esposo Ruperto. “Una tarde se presentó en la casa uno de los auxiliares desaparecidos: el blanco. Venía trémulo, contrito. Ruperto hizo ademán de lanzarse sobre él. Martí le contuvo, y echándole el brazo por encima del hombro, se encerró en su cuarto con él. Al cabo de un rato, el otro salió con los ojos enrojecidos y el rostro más alto...Ese --díjole Martí a Ruperto-- será uno de los que habrá de disparar en Cuba los primeros tiros.”[3]
El vaticinio se cumplió. Dos años después, estos dos hombres figuraron en una de las primeras expediciones. El del abrazo, se ganó en la manigua el grado de comandante. Se trató del comandante Valentín Castro Córdova.


[1] “No hay enfermedad que me detenga. Ya rebajo y sigo” http://bvs.sld.cu/revistas/rhab/historicas _rev9.htm
[2] Nydia Sarabia. Notas confidenciales sobre Cuba 1878-1895. La Habana: Editora Política; 1985, p. 161.
[3] Ídem

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