José Martí en su peregrinar constante entre los
hombres de la emigración que habían peleado en la Guerra Grande, escucha y va haciendo suyas aquellas
historias heroicas de la campaña de los cubanos por alcanzar su libertad.
Oye hablar de los padres fundadores, Céspedes,
Aguilera, Agramonte, Figueredo, e intenta hacerse una idea testimonial de aquellos hombres que
dejaron la comodidad de su clase, para
compartir la dignidad de los libres con los humildes labriegos y los
esclavos despersonalizados.
En Carlos Manuel de Céspedes y Quesada se
detiene, valora la hazaña del alzamiento el 10 de octubre de 1868, rompiendo el
titubeo de los comprometidos, su llamado
a todos los cubanos a luchar por la
independencia y algo más trascendental, liberando a los esclavos de su dotación
a quienes llama como iguales al mismo sacrificio; gesto valorado altamente en
la historia de Cuba como el comienzo de la abolición de la esclavitud en la
isla.
Del testimonio de los que vivieron en el pueblo de Güaimaro el momento de la
unidad y de la proclamación de la República en Armas (10 de abril de 1869),
parte la valoración patriótica del caudillo bayamés a quien resume en una
frase, “Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado
y prolijo” [1] o cuando cita al propia Céspedes: “Decía
Céspedes, que era irascible y de genio tempestuoso:-“Entre los sacrificios que
me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de
mi carácter”. Esto es, dominó lo que nadie domina.”[2]
Es en
esta decisiva reunión de patricios que José Martí se detiene no solo para
exaltar la liberalidad de la Constitución dada a la República en Armas, sino
para darnos una idea más completa del
hombre a quien cupo la gloria de ser el iniciador de las luchas por la
independencia de Cuba y que en esta Asamblea vivió las tensiones de quienes lo
sospechaban tirano, desconfiaban de él y
no escatimaron mecanismos para refrenar sus ímpetus y sus sueños separatista:
“Momentos
después iba de mano en mano la despedida del general en jefe del ejército de
Cuba, y jefe de su gobierno provisional. “El curso de los acontecimientos le
conduce dócil de la mano ante la república local” : “La Cámara de Representante
es la única y suprema autoridad para los cubanos todos”: “El Destino le deparó
ser el primero” en levantar en Yara el estandarte de la independencia: “Al
Destino le place dejar terminada la misión del caudillo” de Yara y de Bayamo:
“Vanguardia de los soldados de nuestra libertad” llama a los cubanos de
Oriente: jura “dar mil veces la vida en el sostenimiento de la república
proclamada en Guáimaro”.[3]
La nobleza de Céspedes queda reflejada en
estas palabras de Martí puesto en el lugar del caudillo que abdica de sus
propias ideas para sumarse a las mantenidas por los soñadores idealistas que dibujaron el futuro
de la República, sin tener aún República:
“De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de
Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama
a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino:
aquellos juveniles corazones, tocados apenas del veneno del mundo, palpitaron
aceleradamente. Y sobre la espada de honor que le tendieron, juró Carlos Manuel
de Céspedes Quesada no rendirla sino en el capitolio de los libres, o en el
campo de batalla, al lado de su cadáver. Afuera, en el gentío, le caían a uno
las lágrimas: otro, apretaba la mano a su compañero: otro oró con fervor.
Apiñadas las cabezas ansiosas, las cabezas de hacendados y de abogados y de
coroneles, las cabezas quemadas del campo y las rubias de la universidad,
vieron salir, a la alegría del pueblo, los que de una aventura de gloria
entraban en el decoro y obligación de la república, los que llevaban ya en si
aquella majestad, y como súbita estatura, que pone en los hombres la confianza
de sus conciudadanos.[4]
Días difíciles vendrán para Céspedes, proclamado el primer presidente,
pero sujeto a una burocracia parlamentaria y torpe, incapaz de ver que la
independencia estaba por hacerse y que aquel titán que ellos ataban a la
convencionalismo de una constitución inoportuna, no sería fácil de dominar y
pelearía con esas mismas armas que ellos pusieron en sus manos, la legalidad
ejecutiva, que Martí supo ver y someter al juicio de la historia:
“El
10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y
del Oriente. Aquélla había tomado la forma republicana; ésta, la militar.-
Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía
inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio-lo que nadie
sacrifica.
“Se le acusaba de poner a cada instante su
veto a las leyes de la Cámara. Él decía: “Yo no estoy frente a la Cámara, yo
estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo
creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi
conciencia.” La Cámara; ansiosa de gloria-pura, pero inoportuna, hacía leyes de
educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla,
la escuela; la tinta, la sangre.-Y venia el veto.
“Que
instituyó la forma militar.-El creía que la autoridad no debía estar dividida;
que la unidad del mando era la salvación de la revolución; que la diversidad de
jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos.- Él tenía un fin rápido,
único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país
después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la
lucha, la Cámara la tenía segundamente. Empeñado en su objeto, rechazaba cuanto
se lo detenía.
“Que se llamó Capitán General.-Temperamento revolucionario: fijó su
vista en las masas de campesinos y de esclavos. “A ese nombre están
acostumbrados a respetar; pues yo me llamaré con ese nombre. Un cambio
necesitaría una explicación. Se pierde tiempo-i Se pierde tiempo! Esta es la
explicación de todos sus actos, el pensamiento movedor de todos sus movimientos
coléricos y la causa excusadora de todas sus faltas. Concretaba su vida en una
frase ¡libres de España!-Cada dificultad le parecía un crimen, cada obstáculo
un fratricidio.-El creía: “El medio de la paz es la tribuna”-“El medio de las
revoluciones es la acción.“- Un discurso dicho era una legua perdida:-Tanto más
admirable en un hombre de ley y de discursos.-Y como Tácito escribió
tremendamente, con el lenguaje aglomerado de tantos años en su alma: en
Céspedes obraba inquietamente, con la genial vivacidad y bélicos caracteres por
tan largos y tan insoportables años contenidos.”[5]
Carlos
Manuel de Céspedes murió el 27 de febrero de 1874 emboscado en un intrincado
rincón de la Sierra Maestra a donde se había refugiado luego de ser destituido
por la Cámara de Representante de la República en Armas, sin escolta, apartado
por los mismo hombres que el convocó para esta tarea grande de darle
independencia a Cuba.
Acosado por el batallón de San Quintín, no se
rindió sino que se batió a tiros con aquella tropa numerosa y murió peleando
por los mismos principios de libertad que defendió toda su vida.
Los cubanos le recuerdan como el Padre de la
Patria, el iniciador de las luchas por la independencia, el preclaro hombre que
dio la libertad a sus esclavos y aceptó
humildemente de la Revolución las
responsabilidades que le dio.
[1] Obras
Completas de José Martí. Tomo IV, pág., 387
[2] Ídem.
Tomo 22, pág. 235
[3] Ídem
pág. 388
[4] Ídem
pág. 389
[5] Estas
notas están en unas hojas donde aparece también el borrador de la carta de
Martí al general Máximo Gómez, pidiéndole datos sobre Céspedes para un libro
que pensaba escribir. Obras Completas de José Martí. Tomo XXII, pág., 235
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