martes, 28 de febrero de 2017

JOSÉ MARTÍ, CONTRA LA ANEXIÓN



José Martí, Autor Jorge Arche
 
En los duros días de 1889 en que prácticamente solo José Martí enfrenta el “convite” de los Estados Unidos de América a las naciones  hispanoamericana, para unirse en una “unión monetaria” (algo así como  los Tratados de Libre Comercio  actuales), incansablemente escribe y argumenta tratando de que los países de América Latina vieran la desventaja de la unión.
 Este es un fragmento de carta escrita a Gonzalo de Quesada, quien como él tiene una participación en la Conferencia Monetaria de Washington y en el que deja bien  claro su opinión acerca de los cabildeos de otro cubano, José Ignacio Rodríguez, convencido anexionista y al que Martí no deja de admirar por su inteligencia y refutar por sus intenciones:
  “En esto me llega su carta de V. de los móviles de José Ignacio Rodríguez no hay que hablar. Ama a su patria con tanto fervor como el que más, y la sirve según su entender, que en todo es singularmente claro, pero en estas cosas de Cuba y el Norte va guiado de la fe, para mi imposible, en que la nación que por geografía, estrategia, hacienda y política necesita de nosotros, nos saque con sus manos de las del gobierno español, y luego nos dé, para conservarla, una libertad que no supimos adquirir, y que podemos usar en daño de quien nos la ha dado. Esta fe es generosa; pero como racional, no la puedo compartir.
“…Base más segura quiero para mi pueblo. Ese plan, en sus resultados, sería un modo directo de anexión. Y su simple presentación lo es. Lo anima en Rodríguez, el deseo puro de obtener la libertad de su tierra por la paz. Pero no se obtendrá; o se obtendrá, para beneficio ajeno. El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad. Sírvanos el Congreso, en lo poco que puede, pero sea para el bien de Cuba, y para poner en claro su problema, no para perturbarla, por lo pronto, con esperanzas que han de salir una vez más fallidas, o si no salen, no han de ser para su beneficio.
“Dos cosas pueden ser, y sólo la parte de Rodríguez me impide creer que sea una de ellas. 0 los capitalistas y políticos de la costa, con ayuda y simpatía de quienes siempre ayudan estas cosas en Washington, han ido penetrando sutilmente hasta hallar en Rodríguez un auxiliar desinteresado y valioso,  este plan viene a ser la aparición de un propósito fijo de hombres del Norte, que es lo que me inclino a creer; o por comunidad de esas ideas limpias de Rodríguez, la pasión constante del revolucionario González[1]: y el interés confeso y probado de Moreno, se han venido a producir un modo de pensar, que como todo lo que lleva esperanza a los infelices, y libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos, aquí y en Cuba, pero en el que no quisiera yo ver persona como Rodríguez[2] junto a un hombre del descrédito de Moreno, y de la poca autoridad de Luna[3].”

Carta de José Martí a Gonzalo de Quesada. 29/10/1889



[1] Ambrosio José González cubano empleado en la Conferencia Monetaria de Washington
[2] José Ignacio Rodríguez. quien actuó en la Conferencia en calidad de Secretario de la Comisión de Derecho Internacional, y de la de Extradición, fungiendo también como intérprete.
[3] Juan Bellido de Luna, autor del folleto “La anexión de Cuba a los Estados Unidos”. N.Y. 1888

lunes, 27 de febrero de 2017

CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, EL PRECURSOR



 
CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES

José Martí en su peregrinar constante entre los hombres de la emigración que habían peleado en la Guerra Grande,  escucha y va haciendo suyas aquellas historias heroicas de la campaña de los cubanos por alcanzar su libertad.
 Oye hablar de los padres fundadores, Céspedes, Aguilera, Agramonte, Figueredo, e intenta hacerse  una idea testimonial de aquellos hombres que dejaron la comodidad de su clase, para  compartir la dignidad de los libres con los humildes labriegos y los esclavos despersonalizados.
 En Carlos Manuel de Céspedes y Quesada se detiene, valora la hazaña del alzamiento el 10 de octubre de 1868, rompiendo el titubeo de los  comprometidos, su llamado a todos los  cubanos a luchar por la independencia y algo más trascendental, liberando a los esclavos de su dotación a quienes llama como iguales al mismo sacrificio; gesto valorado altamente en la historia de Cuba como el comienzo de la abolición de la esclavitud en la isla.
 Del testimonio de los que vivieron  en el pueblo de Güaimaro el momento de la unidad y de la proclamación de la República en Armas (10 de abril de 1869), parte la valoración patriótica del caudillo bayamés a quien resume en una frase, “Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo” [1]  o cuando cita al propia Céspedes: “Decía Céspedes, que era irascible y de genio tempestuoso:-“Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter”. Esto es, dominó lo que nadie domina.”[2]
 Es  en esta decisiva reunión de patricios que José Martí se detiene no solo para exaltar la liberalidad de la Constitución dada a la República en Armas, sino para  darnos una idea más completa del hombre a quien cupo la gloria de ser el iniciador de las luchas por la independencia de Cuba y que en esta Asamblea vivió las tensiones de quienes lo sospechaban tirano,  desconfiaban de él y no escatimaron mecanismos para refrenar sus ímpetus y sus sueños separatista:
“Momentos después iba de mano en mano la despedida del general en jefe del ejército de Cuba, y jefe de su gobierno provisional. “El curso de los acontecimientos le conduce dócil de la mano ante la república local” : “La Cámara de Representante es la única y suprema autoridad para los cubanos todos”: “El Destino le deparó ser el primero” en levantar en Yara el estandarte de la independencia: “Al Destino le place dejar terminada la misión del caudillo” de Yara y de Bayamo: “Vanguardia de los soldados de nuestra libertad” llama a los cubanos de Oriente: jura “dar mil veces la vida en el sostenimiento de la república proclamada en Guáimaro”.[3]
 La nobleza de Céspedes queda reflejada en estas palabras de Martí puesto en el lugar del caudillo que abdica de sus propias ideas para sumarse a las mantenidas por los  soñadores idealistas que dibujaron el futuro de la República, sin tener aún República:
“De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino: aquellos juveniles corazones, tocados apenas del veneno del mundo, palpitaron aceleradamente. Y sobre la espada de honor que le tendieron, juró Carlos Manuel de Céspedes Quesada no rendirla sino en el capitolio de los libres, o en el campo de batalla, al lado de su cadáver. Afuera, en el gentío, le caían a uno las lágrimas: otro, apretaba la mano a su compañero: otro oró con fervor. Apiñadas las cabezas ansiosas, las cabezas de hacendados y de abogados y de coroneles, las cabezas quemadas del campo y las rubias de la universidad, vieron salir, a la alegría del pueblo, los que de una aventura de gloria entraban en el decoro y obligación de la república, los que llevaban ya en si aquella majestad, y como súbita estatura, que pone en los hombres la confianza de sus conciudadanos.[4]

 Días difíciles vendrán para  Céspedes, proclamado el primer presidente, pero sujeto a una burocracia parlamentaria y torpe, incapaz de ver que la independencia estaba por hacerse y que aquel titán que ellos ataban a la convencionalismo de una constitución inoportuna, no sería fácil de dominar y pelearía con esas mismas armas que ellos pusieron en sus manos, la legalidad ejecutiva, que Martí supo ver y someter al juicio de la historia:

“El 10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquélla había tomado la forma republicana; ésta, la militar.- Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio-lo que nadie sacrifica.
 “Se le acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía: “Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia.” La Cámara; ansiosa de gloria-pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre.-Y venia el veto.
“Que instituyó la forma militar.-El creía que la autoridad no debía estar dividida; que la unidad del mando era la salvación de la revolución; que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos.- Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente. Empeñado en su objeto, rechazaba cuanto se lo detenía.
“Que se llamó Capitán General.-Temperamento revolucionario: fijó su vista en las masas de campesinos y de esclavos. “A ese nombre están acostumbrados a respetar; pues yo me llamaré con ese nombre. Un cambio necesitaría una explicación. Se pierde tiempo-i Se pierde tiempo! Esta es la explicación de todos sus actos, el pensamiento movedor de todos sus movimientos coléricos y la causa excusadora de todas sus faltas. Concretaba su vida en una frase ¡libres de España!-Cada dificultad le parecía un crimen, cada obstáculo un fratricidio.-El creía: “El medio de la paz es la tribuna”-“El medio de las revoluciones es la acción.“- Un discurso dicho era una legua perdida:-Tanto más admirable en un hombre de ley y de discursos.-Y como Tácito escribió tremendamente, con el lenguaje aglomerado de tantos años en su alma: en Céspedes obraba inquietamente, con la genial vivacidad y bélicos caracteres por tan largos y tan insoportables años contenidos.”[5]

Carlos Manuel de Céspedes murió el 27 de febrero de 1874 emboscado en un intrincado rincón de la Sierra Maestra a donde se había refugiado luego de ser destituido por la Cámara de Representante de la República en Armas, sin escolta, apartado por los mismo hombres que el convocó para esta tarea grande de darle independencia a Cuba.
 Acosado por el batallón de San Quintín, no se rindió sino que se batió a tiros con aquella tropa numerosa y murió peleando por los mismos principios de libertad que defendió toda su vida.
 Los cubanos le recuerdan como el Padre de la Patria, el iniciador de las luchas por la independencia, el preclaro hombre que dio la libertad a sus esclavos y aceptó  humildemente de la Revolución  las responsabilidades que le dio.



[1] Obras Completas de José Martí. Tomo IV, pág., 387
[2] Ídem. Tomo 22, pág. 235
[3] Ídem pág. 388
[4] Ídem pág. 389
[5] Estas notas están en unas hojas donde aparece también el borrador de la carta de Martí al general Máximo Gómez, pidiéndole datos sobre Céspedes para un libro que pensaba escribir. Obras Completas de José Martí. Tomo XXII, pág., 235