lunes, 1 de agosto de 2016

JOSÉ MARTÍ Y EL IDEAL OLÍMPICO



En medio de tantos escándalos mediáticos relacionados con el deporte, parece ingenuo hablar del “ideal olímpico” ese que tiene por prioridad básica la salud mental y física del ser humano, de que se compita con honor y la meta sea ser el mejor para dar gloria al país donde se ha nacido, siempre y cuando se haya hecho con honestidad y teniendo  por ayuda la destreza, la fuerza física, la maestría y todos esos hermosos atributos que adornan la espiritualidad humana.
 Todo eso nació en el mundo antiguo griego y fijaron por mucho tiempo el ideal humano, luego, como ahora llegó un momento en el que ganar era lo más importante, no importa cómo, porque había detrás del atleta, ahora convertido en gladiador, mucho dinero en juego y ya no era el laurel, ni la gloria olímpica la máxima aspiración del atleta.
 Así lo vio José Martí en sus crónicas desde Nueva York, reseñando las famosas “Carrera de premio”, una competición donde cientos de atletas “como caballos” recorrían el estadio 200 o 500 millas, según lo pactado, día y noche, con pocos intervalos para beber, comer y hacer alguna necesidad fisiológica, hasta que se completara la distancia, su reprobación era evidente:
(...) fatigosa contienda de avarientos, que dan sus espantables angustias como cebo a un público enfermizo, que a manos llenas vacía a las puertas del circo los dineros de entrada que han de distribuirse después los gananciosos”[1]
No hay en ningún momento simpatía por lo que ve, sino tristeza y  un algo de vergüenza por la condición humana.
 En cuatro extensos trabajos en menos de una década, José Martí se acercar a un mismo fenómeno de masas y en donde predomina una constante, la condena a la barbarie inicua de rebajar y destruir al hombre por dinero, porque no “(...)es esta aquella garbosa lucha griega en que a los acordes de la flauta y de la cítara, lucían en las hermosas fiestas panateneas sus músculos robustos y su destreza en la carrera, los hombres jóvenes del ático, para que el viento llevase luego sus hazañas cantada por los poetas, coronados de laurel y olivo, a decir de los tiranos que aún eran bastante fuerte los brazos de los griegos para empuñar el acero vengador de Harmodio y Aristogitón”(...)”[2]
 La comparación con las competencias de la Grecia Clásica le sirven para mostrar la caída moral del hombre cuando se rebaja al papel de animal de carrera y por eso los constantes cotejos de estos corredores con animales son comunes en estos comentarios, “(...) estos jayanes andan pesadamente, (...)comen dando vuelta como perro famélico que huye con la presa entre los dientes,(...)se arrastran como jacos de posta, sudorosos y latigueados,(...)por unos cuantos dineros, a cuyo sonido, al rebotar sobre los mostradores de la entrada, aligeran y animan su marcha”[3]
Y vuelve el pensamiento del humanista a ese idealizado mundo clásico al comprender cuan alejado del espíritu humano está este espectáculo porque no “(...) son los premios de estos caminadores, como de los que se disputaban  el premio de correr en aquellas fiestas coronadas de laurel verde y fragante, o ramillas de mirto florecido”[4]
 Salvando la distancia y el tiempo, puede hacerse un simil con estas olimpiadas que desde 1992 fueron convirtiéndose en un negocio rentable para sus organizadores y sus patrocinadores en busca del sonido de las monedas al rebotar en sus bolsillos.





[1] Obras Completas  de José Martí. Tomo X:50

[2] Obras Completas  de José Martí. Tomo IX:266

[3] Obras Completas  de José Martí. Tomo IX:267

[4] Obras Completas  de José Martí. Tomo IX:266

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