Cuando
llega cualquier evento múltiple deportivo, ya sea de la región o los juegos olímpicos,
la isla toda se llena (o la llenan) de expectativa sobre los resultados
cuantitativo por el número de medallas a ganar, como si de cumplir una meta
productiva fuera, las especulaciones rondan el aquello de si se preparó bien el
atleta, los costos de los viajes, la calidad de las instalaciones en Cuba, la alimentación,
los implementos y siempre aparece un pero presionante que convierte al atleta
en un ser tensionado al que el mundo se le viene encima cuando no cumple la “meta”
para la que fue entrenado.
Con las dificultades interna que tiene el
sistema deportivo cubano, centralizado, carente de recursos para garantizar un
deporte masivo de calidad, no queda más remedio que concentrar a la élite
deportiva de la isla y tratar de prepararlo lo mejor posible para una actuación
decorosa en las citas del cuatrienio.
Pienso
que el Olimpismo moderno, como lo conocimos está por morir, lo ahogarán las
ansias de triunfo a cualquier costo, la corrupción, el dopaje y los atletas van
camino a ser gladiadores modernos para divertir y entretener a la fanaticada de
todo el mundo, vía satélite, en vivo y a todo color, pagados por sus
patrocinadores, al fin y al cabo casi es posible escuchar un remedo de aquel
grito que se escuchaba en las arenas romanas: “Salve César (público,
apostadores, patrocinadores), los que van a morir (¿competir?), te saludan”
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