La Giraldilla, veleta hermosa del siglo XVI, símbolo de La Habana, originalmente estuvo emplazada en el castillo de la Fuerza.
Cesó la lluvia, espero que el sol vuelva a ser
el rey en esta ciudad multicolor y muy ocupada en vivir su propia historia,
realmente por arte de magia los barrenderos también tomaron un “diez” y la
basura que el agua sacó a flote, “adorna” las calles habaneras,
fundamentalmente las más populosas, por la que se mueven a diario miles de
diambulantes, negociantes, vagos de profesión y la ralea humana que se une a
los trabajamos y que hemos tenido que salir casi disfrazada en estas 48 horas
para llegar al trabajo.
Si llover es una preocupación, la higiene de
esta enorme ciudad lo es más, con cientos de papeles de todo tipo alrededor de
cada lugar en donde venden algo, perros callejeros, personas sin hogar y un
mundo sórdido de diversidad que parece no ser visto por nadie o al menos
ignorados por todos.
La Habana es grande por su gente, no importa
en qué barrio, en qué trabajo, su gente bullanguera y variopinta tratando de
sobrevivir “por cuenta propia”, hermosa aún en sus defectos, noble en sus
carencias, sin necesidad de slogan turísticos para ser hermosa.
Esta ciudad que ya tiene más de 500 años,
vagabunda por excelencia, fundada cerca de Batabanó en 1514, muy al sur de
donde está hoy, trasladada por sus vecinos a la orillas del río Caciguagua (Almendares)
y puesta en el puerto de Carenas por lo estratégico de su posición geográfica,
en 1519. Lo saludable de sus costas y la bendición de la corriente del Golfo,
pasando a pocas millas de sus costas trajeron
el auge de esta ciudad cosmopolita cuando en América solo había aldeas gracias
al monopolio de la Flota y a la capacidad de estos náufragos que ya se identificaban a sí mismo como
habaneros en ese legendario siglo XVI que determinó que La Habana fuera el
ombligo de la Isla, para bien y para mal.
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