Así la vio René Portocarrero
El
tiempo andando
Se
pobló la del puerto de la
Carena
Que
ahora se llama la de la Habana
Bartolomé
de las Casas
El
16 de noviembre fue el cumpleaños 499, corren ya los días para el 500 en que la
capital cubana, esa ciudad que a pesar de su nombre masculino, San Cristóbal de
La Habana, sigue mostrándonos a través del tiempo que es una hermosa mulata
sentada al pie del mar, confabulada con Yemayá y Ochún, las hermosas orichas de
las aguas; una del mar, Yemayá, la otra de los ríos placidos y sensuales de
nuestra tierra.
Esta ciudad negada a envejecer celebra su
aniversario fundacional el día en que se dijo la primera misa en el caserío
primigenio junto a la bahía, 16 de noviembre de 1519, aunque desde 1515 Diego Velázquez la funda, posiblemente junto a la
desembocadura del río Hondo, en las costas sureñas de Batabanó, las duras
condiciones ambientales hicieron necesario el traslado hacia la costa norte a
orillas del río Casiguagua (Almendares), hasta encontrar su asiento definitivo
en la abrigada bahía de Carenas, a donde vino a parar enamorada del ajetrear de
conquistadores y navegantes, soñadores
de riquezas, aventureros sin fortunas, románticos y ambiciosos que por más de
cuatro siglos recalaron en la abrigada bahía que mira al golfo de México.
Esta ciudad coqueta y encantada ha tenido
siempre un bardo para cantar sus bondasdes,
reflejar sus aromas y enaltecer sus virtudes citadinas, así la vio Plácido[1]
en sus versos dedicado a la fuente de La India, “Mirad
la Habana allí color de nieve,/Gentil indiana de estructura fina,/Dominando una
fuente cristalina,/Sentada en trono de alabastro breve”; otro poeta del
decimonónico José Silverio Jarrín, la admira desde las lomas que circundan la
bahía, “¡Cuán bella luces, opulenta
Habana, /Desde la árida cumbre de esta loma! / ¡Cómo te tiñe el sol que asoma /
Con el vivo arrebol de la mañana!”
Nuestro
José Martí dirá de su ciudad recordando su regreso en 1878: “Vinieron luego para la Habana noches venturosas.,
¿Cuándo no lo son las literarias?... La cultura reemplazó a la cólera; al patio
airado, salón elegantísimo; a la noche del vasto coliseo, las noches de la
feliz Guanabacoa; a las increpaciones de la pasión, murmullos siempre gratos
blandas y dulcísimas pasiones”[2]
Ellos y otros muchos en estos tiempos de La
Habana se acercaron a la ciudad multiplicada, buscando la manera de tenerla un
poco, ella que de sensual y bullanguera puede presumir en su gente, aunque
también de orgullosa.
Para mi gusto fue Fayad Jamis, ese moro
cubanísimo que pintó poesías y rimó colores, quien nos regaló el mejor poema a
la ciudad, titulado “Si no existieras” escrito en 1984:
Qué sería de mí si no existieras,
mi ciudad de La Habana.
Si no existieras, mi ciudad de sueño
en claridad y espuma edificada,
qué sería de mi sin tus portales,
tus columnas, tus besos, tus
ventanas.
Cuando erré por el mundo ibas
conmigo,
eras una canción en mi garganta,
un poco de tu azul en mi camisa,
un amuleto contra la nostalgia.
Y ahora te camino toda entera,
te vivo hasta la madrugada,
soy el viento en tus parques y
rincones,
soy ese sol que te acaricia el alma.
Ciudad de mis amores en el polvo,
bella ciudad de podredumbre y alas,
en ti nací realmente un mes de enero
cuando golpeó en tu pecho la
esperanza.
Si viví un gran amor fue entre tus
calles,
si vivo un gran amor tiene tu cara,
ciudad de los amores de mi vida
mi mujer para siempre sin distancia.
Si no existiera yo te inventaría
mi ciudad de La Habana
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