22 de Diciembre de
1961, Cuba entera estaba de fiesta, miles de jóvenes y otros no tan jóvenes
regresaban a sus casas después de alcanzar una batalla histórica contra la
incultura y la marginación; ese día más de setecientos mil cubanos adultos
habían escrito al menos una carta breve y sentida al jefe de la Revolución, en casi
todas ellas el contenido se refería al agradecimiento por poder escribir una
carta, por no tener que firmar con una cruz, por no tener que pedirle a otro que
le leyera el periódico o la revista, por saber contar y escribir las cosas más simples, porque el lápiz y la
libreta entró en la vida cotidiana de los hogares campesinos y tener un libro
se hizo una necesidad y seguir, seguir pa’lante como dice el guajiro.
Ese día culminaba una etapa y comenzaba otra,
reafirmar la cultura y la educación en ese pueblo donde más de la mitad de su
población no había terminado el nivel primario y era necesario que ese pueblo
no solo “creyera lo que se le decía”, sino que pudiera leerlo, entenderlo,
apoyar y discrepar, estar de acuerdo o no, seguir haciendo la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, como bien
dijera Fidel, aquel enérgico líder que le había nacido a Cuba después de tanta
historia y tanto esfuerzo frustrado, desde Carlos Manuel de Céspedes y Martí
hasta las generación del 30.
Por eso les traigo la portada de las dos
Cartillas con la que aprendieron los cubanos analfabetos en 1961, en ella
descubrían la cultura, la patria y las razones para aquel salto radical en la
política y la sociedad, que nos convertiría en “herejes”, en el pueblo más
calumniado del planeta, frente al Goliat
prepotente que no se conforma con la convivencia con un pueblo mestizo que se
ha construido un camino distinto, cometiendo errores, tratando de rectificarlo,
pero con la honestidad como bandera, aunque aquí, como en toda obra humano,
todo es perfectible.
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