lunes, 5 de marzo de 2018

JUAN GUALBERTO GÓMEZ Y JOSÉ MARTÍ, LA AMISTAD MILITANTE





Hace 85 años murió en La Habana Juan Gualberto Gómez, el intelectual negro más destacado del siglo XX cubano, separatista, cubano raigal, integracionista, orgulloso de su raza y combativo político republicano que se opuso a la Enmienda Platt y a toda forma de ingerencia de los Estados Unidos en los asuntos de Cuba.

En1878 en La Habana se  fraguó una amistad nacida al calor de las simpatías mutuas que dos jóvenes cubanos tenían por la causa de su Cuba irredenta. Ambos llegaban de la tierra ajena, uno José Martí desde Guatemala, el otro Juan Gualberto Gómez[1] desde Francia, tras un breve paso por México.

 La modernidad que cada uno vio en su periplo por tierras foráneas alienta un pensamiento más radical en cuanto a los destinos de Cuba, la independencia.

 La Habana a la que llegan, esa que Martí dijo que no pecaba de miedo, era un hervidero de ideas: unos esperanzados en que España le diera a Cuba la autonomía que tanto tiempo les negó, otros conocedores de las ambiciones de la metrópoli no dejaron de apostar por la independencia para la solución de los problemas de Cuba, en ese bando militaban Juan Gualberto Gómez y José Martí.

 Pluma ágil, análisis profundo y sobre todo gran polemista,  el inteligente pardo fue forjándose como un periodista de prestigio en la prensa del viejo continente y al regresar a su patria en 1878 se pone al servicio de las ideas independentista y de dignificación de su raza, objetivos a los que dedica toda su inteligencia y valor personal.

  Para esos menesteres funda su periódico La Fraternidad (1878), justo en el lugar donde hoy se levanta el museo que le rinde memoria; en su andares por las tertulias y espacios habaneros, conoce a un joven revolucionario con ideas independentistas, con el que alcanza una afinidad ideológica tal que se convertirá en su amigo y posteriormente en su colaborar más importante en Cuba: José Martí.

 El compromiso político con la isla irredenta los llevará a ambos a conspirar y apoyar los levantamientos que se producen en 1879 en el oriente del país y que hoy conocemos como la Guerra Chiquita, esta actitud los provoca la deportación y el destierro, primero de Martí y luego del joven Juan Gualberto.

En 1890 regresa a Cuba después de haber cumplido un largo período de alejamiento de la isla por su manifiesta simpatía y compromiso con la causa independentista de Cuba. Había estado confinado en Ceuta y posteriormente fue autorizado a trasladarse a la península, radicándose en Madrid desde donde desarrolla una labor periodística destacada y muy apreciada por los liberales españoles y por la intelectualidad de ese país, quienes se preciaban de contar con la amistad del distinguido mulato cubano.

 En Madrid fue jefe de redacción de El Abolicionista y luego de La Tribuna, en cuya dirección reemplazó a su amigo Rafael María de Labras; fue también editorialista y cronista de los diarios El Progreso y El Pueblo, además de corresponsal de varios diarios españoles y europeos.

 Compartió con los más destacados periodistas y escritores españoles de su época, sobresaliendo como polemista formidable y temible al decir de los que cruzaron palabras desde la prensa con Juan Gualberto.

 Fue muy apreciado en los corrillos intelectuales por su gran cultura, su calidad periodística y por la firmeza de sus convicciones ideológicas, que incluía como elementos fundamentales, sus ideas abolicionistas y su independentismo. Por estas razones y por su calidad humana contó con la estimación de Ramón y Cajal, Castelar, Salmerón, Pi y Margall, Maura y Cánovas del Castillo, entre otros. Todos ellos políticos e intelectuales con quien no siempre estuvo de acuerdo pero  que admiraron su cultura y valentía para defender sus criterios.

 A pesar de este bien ganado prestigio intelectual en la península, Juan Gualberto Gómez quiere regresar a Cuba y por ello gestiona su autorización para volver a La Habana, permiso que obtiene en 1890.

 Ya en suelo cubano Juan Gualberto reanuda la publicación de su periódico La Fraternidad, que reaparece el 30 de agosto de 1890, esta vez con un decidido objetivo de hacer valer el derecho de los cubanos de expresar libremente sus ideas separatistas, para ello quiere hacer valida en Cuba la decisión del Tribunal Supremo de España que ha declarado lícita la propaganda carlista y republicana, por lo que el valiente mulato considera lógico que dicha sentencia ampare igualmente al separatismo.

 Desde el primer número  en La Fraternidad expone los objetivos que lo animan en un artículo titulado “Nuestros propósitos”, en el que hace un recuento de su labor a favor de la causa separatista y un reto a los que esperan las reformas prometidas por España y nunca cumplidas, en alusión a la estéril política de los autonomistas.

Manteniendo esta peligrosa posición de combate contra el colonialismo Juan Gualberto Gómez terminó enfrentado directamente con las autoridades españolas de la isla. Pesa sobre él una condena de dos años impuesta por la Audiencia de La Habana, por el artículo, “Por qué somos separatistas”, aparecido en el número 14 de La Fraternidad del 23 de septiembre de 1890. Interpuesto recurso ante el Tribunal Supremo de España por Rafael María de Labras a nombre de Juan Gualberto Gómez, dicho tribunal falló a favor del mismo el 25 de noviembre de 1891.

 El triunfo legal de Juan Gualberto Gómez en los tribunales de la metrópoli tuvo una gran trascendencia para el movimiento separatista cubano, se adquiría el derecho de hacer propaganda por la separación de la isla de España, propaganda que no podía ser una incitación a la rebelión y la lucha armada, pero que permitía hacer público los puntos de vistas de los que creían era posible la soberanía de la isla.

 Tal fue la repercusión de esta decisión judicial que el Capitán General de la Isla Camilo Polavieja lo consideró un golpe mortal para el poder colonial y así lo consigna en sus Memorias: “El día que firmó tal sentencia abandonamos los medios para sostener nuestra soberanía en la Isla de Cuba”

 Esta fue la tónica del periodismo que hizo Juan Gualberto Gómez desde La Fraternidad, en los escasos don años en que este circuló en Cuba, defendiendo el derecho de los cubanos a una aspiración de independencia, al tiempo que  sostenía la promoción de las aspiraciones de las masas de “color” en el logro de una plena igualdad tras la abolición de la esclavitud en la isla.

 Es esa la razón para sostener que la aparición del periódico La Igualdad, el 7 de abril de 1892, es una continuidad del trabajo iniciado en La Fraternidad, aunque ahora el énfasis estaría dado en lo que él consideraba era muy importante en aquellos momentos y expresado con toda claridad en el artículo “Lo que somos”, de la edición inaugural de La Igualdad, y en el que expresa que su propósito era unir a los cubanos sin distingos de color de la piel, así como de hallar una solución justa a los problemas socioeconómicos de la colonia:

Vamos en busca de la igualdad: blancos, negros y mulatos, todos son iguales para nosotros; y nuestra aspiración consiste en que todos así lo sientan; para que llegue un día en que los habitantes de Cuba se dividan, no por el color de la piel, sino por el concepto que abriguen de las soluciones que se presenten a los problemas políticos, sociales y económicos, que se disputan el predominio en el mundo culto”

Desde La Igualdad se defendían los derechos de la raza de color, porque al decir del propio Juan Gualberto Gómez, esta igualdad no sería posible, si al negro no se le concedían primero los mismos derechos que a los blancos, sino desaparecían primero toda una serie de leyes y ordenanzas racistas que las costumbres habían arraigado en la población.

 Los estudiosos cubanos de hoy hacen mucho énfasis en el valor del periódico La Igualdad para la difusión de las ideas martianas, en la preparación de los cubanos para la lucha por la independencia, pero casi no se habla de la titánica labor de Juan Gualberto desde sus páginas en favor de las reivindicaciones de los negros.

Raquel Mendieta en su ensayo “Agitación política y reivindicación socio-racial: El Directorio Central de las Sociedades de la raza de Color en Cuba” resume esta labor:

 La escuela mixta, como forma de integrar desde la niñez a blancos y negros; la necesidad de una activa participación de los sectores negros en la vida política a través del voto que se le quiere negar; la crisis política de los partidos coloniales -Unión Constitucional  y Liberal Autonomista-, incapacitados para dar soluciones a los problemas económicos, políticos y sociales que aquejan al país; el derecho de los negros a entrar en los lugares públicos; la necesidad de eliminar los libros diferenciados en el Registro Civil, así como las fórmulas de cortesía en las células personales, o cualquier otro elemento  que tienda a diferenciar, con carácter peyorativo para los negros, a ambas razas; el derecho de existencia de los cabildos de africanos, son algunos de los temas fundamentales que sacará a la palestra  pública Juan Gualberto Gómez[2]
  El periodismo que desarrolla Juan Gualberto Gómez entre 1890 y 1895 se desarrolla básicamente en los periódicos La Fraternidad y La Igualdad, convertidos por él en tribuna de divulgación de las mejores causas de la sociedad cubana: la lucha por la independencia y la reivindicación de los derechos de la raza negra, su palabra apasionada y convincente toma fuerza para luchar desde dentro contra los males de la sociedad colonial y desbrozar el camino a la sociedad cubana soñada por los mejores hijos de este país.

  Tengamos en cuenta que por estos mismos años José Martí desarrolla en la emigración una importantísima labor de integración y unidad de todos los cubanos alrededor del objetivo principal del momento, la consecución de la independencia, pero sin olvidar las grandes problemáticas de la sociedad cubana de finales del siglo XIX.

 Juan Gualberto está plenamente identificado con estas ideas, las compartes y las divulga, a veces de forma abierta y publica, otras a través del trabajo clandestino y comprometido al que se ha consagrado.

 La creación del Partido Revolucionario Cubano por Martí en 1892, lo encuentra en primera fila y con un prestigio muy grande entre los independentistas de la isla, por lo que su nombramiento como Delegado en La Habana de dicho partido fue el lógico resultado que culminaría con el alzamiento del 24 de febrero de 1895, coordinado por él, que no dudó en dar el ejemplo, aún cuando las condiciones para el alzamiento en Ibarra no eran nada favorables.

 Un nuevo destierro y un mayor compromiso con su país y sus ideas maduraron en él al combatiente que tras la muerte de Martí y frustrada la independencia por la que había luchado, defiende los ideales martianos, que eran los de su pueblo.

Forma parte de la Asamblea Constituyente, desde la cual combate con energía la propuesta de Enmienda Platt como apéndice a la Constitución Cubana y se mantuvo indoblegable en defensa de los ideales que había abrazado junto con Martí y los miles de cubanos que había dado su vida por la libertad.

La intervención norteamericana, disfrazada bajo el eufemístico manto de la “ayuda” para darnos la libertad, se prolongó mucho más de lo debido, en la búsqueda constante del acomodo necesario para anexar la isla a la Unión Americana, o cuando menos dejarla tan atada a ella que convirtiera en caricatura la sagrada aspiración de libertad, por la que habían muerto más de un tercio de la población de la isla.

En día como estos  se hace necesario hacer unas breves comentarios sobre su actuación en los días fundacionales de la República, cuando a la tristeza de haber perdido a tanta gente sacrificada de forma heroica en la guerra, se unía el frustrante sentimiento de no haber alcanzado los objetivos que se había propuesto la vanguardia del mambisado, principalmente ese de ser libres e independientes, anhelo aún muy lejano en aquellos días de 1898.

  En medio de este panorama Juan Gualberto se erige entre los pocos radicales que intenta salvar estos ideales del naufragio revolucionario:

“...La era de las revoluciones sangrientas debe darse por terminada en Cuba. Nadie debe pensar entre nosotros en motines y revueltas. Solo si se intentara por los extraños atentar a lo que nos queda de libertades y de derechos, y a la semi-independencia que nos deja el malhadado apéndice constitucional, sería justificada la suprema y desesperada apelación a las armas, para defender los restos de nuestro patrimonio y de nuestro decoro...”

 Había luchado con toda pasión en la Asamblea Constituyente para hacer prevalecer los principios de su amigo José Martí, olvidados por completo en una asamblea plagada de autonomistas, transfigurados en patricios; libertadores a la caza de una prebenda y negociantes a la búsqueda de un buen puesto o una concesión, a la sombra del verdadero amo del país.

 El momento de prueba para estos  treinta y un constituyentes, llegó con la aprobación de la Enmienda Platt, por el Congreso Norteamérica y firmada como Ley por el presidente de ese país, para nada había contado con los cubanos y el país entero se alzó en una sola voz para protestar.

 En medio del vocerío, la serena ponencia de Juan Gualberto Gómez,  desmonta toda la intención del dogal hipócrita, que se disfrazaba como una  reglamentación para garantizar las libertades cubanas y responde:

  “...la Enmienda altera esencialmente el espíritu y la letra de la Resolución Conjunta, de abril de 1898 y del Tratado de París de ese mismo año, en ellos se refrenda el derecho de los cubanos a ser libres e independientes...tiende por los términos de sus cláusulas principales a colocar a la Isla de Cuba bajo la jurisdicción, dominio y soberanía de los Estados Unidos”

A los norteamericanos “...de hecho y de derecho le correspondería la dirección de nuestra vida interior”

“Solo vivirán los Gobiernos que cuenten con su apoyo y benevolencia: y lo más claro de esta situación sería que únicamente tendríamos gobiernos raquíticos y míseros..., condenados a vivir atentos a obtener el beneplácito de los poderes de la Unión que servir y defender los intereses de Cuba”

“Solo tendríamos una ficción de gobiernos y pronto nos convenceríamos de que era mejor no tener ninguno y ser administrados oficial y abiertamente desde Washington que por desacreditados funcionarios cubanos, dóciles instrumentos de un Poder extraño e irrespetuoso”

 Desgraciadamente tras la lectura de la ponencia se produjo un encendido debate y se acentuó la división y el desconcierto. La presión de los interventores sobre los constituyentes fue muy fuerte y esto hizo que se rompiera la mayoría que rechazaba la Enmienda ante el chantaje yanqui y la frustración y falta de liderazgo entre los políticos cubanos.

 En carta al presidente Roosevelt el gobernador Leonardo Wood le dice que en la Constituyente había alrededor de ocho “degenerados” dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto, contra quien escribe violentos e infames insultos.

 La Enmienda fue aprobada e impuesta el 12 de junio de 1901 por la Asamblea Constituyente, Juan Gualberto votó en contra y donde quiera que se parara expresó su firme desacuerdo con este dogal político, que legalizó el protectorado yanqui en Cuba.

 El 20 de mayo de 1902, desde las páginas de El Fígaro  advierte nuevamente a los cubanos de entonces y de ahora:

“...Pero más que  nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada: y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evaluaciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí, cuando su genio previsor dio forma al sublime pensamiento de la revolución...”

Este es el hombre amigo de José Martí, crecido desde su humildad y los prejuicios de su época, a la altura de los imprescindibles de la Patria.





[1] El 12 de julio de 1854 nace en el ingenio Vellocino, en Sabanilla del Encomendador, provincia de Matanzas, Cuba, Juan Gualberto Gómez, negro nacido en pleno régimen esclavista implantado en Cuba por el colonialismo español y por la oligarquía criolla que basó su espectacular desarrollo económicos a los cientos de miles de esclavos africanos que sostuvieron el mayor auge económico de la isla de Cuba durante más de tres siglos.
[2] Mendieta, Raquel: Cultura lucha de clases y conflicto racial 1878-1895. La Habana, 1989


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