miércoles, 21 de marzo de 2018

JOSÉ MARTÍ Y LOS HABANEROS ILUSTRES





El nacimiento de José Martí a mediados del siglo XIX le permite crecer y madurar en un momento germinal de la cultura en la isla de Cuba: la creación de la nación y el afianzamiento de la identidad nacional.
 José Martí aprende con maestros cubanos imbuidos de las ideas más avanzadas de su tiempo y todos ellos convencidos de la existencia de la nacionalidad en la isla, algunos acariciando ya el independentismo como ideal posible.
 Rafael María Mendive como el más cercano a él, es un liberal, discípulo de José de la Luz y Caballero;  marca un significativo magisterio en la juventud criolla  que se formó en su colegio o lo tuvieron como influencia en sus conocidas tertulias  de mediados de la década del sesenta del decimonónico.
 Este período histórico esta signado por la circulación  frecuente y cada vez más amplia de la independencia como la necesidad más necesaria de la isla para resolver sus grandes problemas sociales, las contradicciones con la metrópoli, el estancamiento y decadencia de las clases dominantes criollas y la solución del gran problema social de la isla que es la esclavitud de miles de seres humanos para sostener la economía plantacionista azucarera.
 El alzamiento de los orientales en 1868 liderados por Carlos Manuel de Céspedes, rompe con el mito de la sublevación de los esclavos africanos como consecuencia de la lucha por la independencia y por el contrario incorpora la abolición de la esclavitud como un reclamo natural de la república a que se aspira.
 En consecuencia José Martí un adolescente habanero formado en lo mejor del pensamiento identitario de la isla abraza la causa de la independencia e inicia  una participación comprometida y militante en los sucesos que a consecuencia de la clarinada oriental ocurren en La Habana.
 Su accionar a partir de este momento va dirigido a lograr este sagrado objetivo de la nación cubana y para ello uno de sus principales intereses fue el estudio del pasado inmediato de la historia y la cultura de la isla. No desconocía la fructífera herencia que recogía, no solo de los que se pronunciaron abiertamente por la separación de España y la soberanía de la isla, sino también de los que desde las aulas, las academias, las publicaciones, tertulias o las tribunas, enaltecieron la cultura criolla de lustre y personalidad propia, haciendo ver la madurez de la sociedad isleña en transito hacía la cubana.
 Orgullo y respeto por el pasado, acercamiento crítico al pensamiento de los reformistas, convencimiento de que la solución no estaba bajo la soberanía de España, ni de ninguna otra potencia, confianza en la sociedad de la isla, no solo en su élite acomodada, sino en sus humildes estamentos, incluyendo al negro; esta es la posición de Martí cuando decide  su destino político: luchar por la libertad del cubano.
 Con él están los iluministas de la Sociedad Patriótica quienes desde el siglo XVIII  unen esfuerzos por adelantar a la isla en el concierto de las naciones y logran en poco tiempo una sociedad próspera, con una animada cultura y una poderosa clase criolla de grandes contrastes, sostenedora de la monarquía española frente al empuje liberal  de la península y que compartía la isla con una mayoría ignorada ajena de derechos: los esclavos africanos base de la economía y sus riquezas.
 No será hasta la década de los 80 del siglo XIX, cuando Martí se radica en Nueva York y entra en contacto con la colonia cubana de esta urbe que conocerá más profundamente de los escritos e ideas de los iluministas criollos de la Sociedad Patriótica, de Félix Varela, cuya figura reencuentra y asume en los escritos de Antonio Bachiller y Morales, ya anciano y venerado entre los emigrados  de la isla, a quien ve con frecuencia y cuyo trato hará que lo describa como patriarca que escribe de aquellos hombres asentados en la base de la sociedad cubana.
 Notas y referencias dejan testimonio de las lecturas de José Martí de la obra de Bachiller y Morales, se admira de aquellos que abren camino en medio del oscurantismo y la ignorancia y lo que es aún más importante abrazando las ideas del liberalismo burgués, que no llega a concretarse en proyecto político por el compromiso pragmático que la aristocracia criolla hace con la reacción española, siempre y cuando garantizara el mantenimiento de la esclavitud como base de sus riquezas y prosperidad.
  En ocasión de la muerte de Antonio Bachiller y Morales escribe Martí sobre la época que a este le tocó vivir:
“Nació cuando daba flor la horca de Tupac Amaru; cuando la tierra americana, harta de pena, echaba a los que se habían puesto a sus ubres como cómitres hambrientos; cuando Hidalgo, de un vuelo de la sotana, y Bolívar, de un rayo de los ojos, y San Martín, de un puñetazo en los Andes, sacudían, del Bravo al Quito, el continente que despertó llamando a guerra con el terremoto, y cuajó el aire en lanzas, y a los potros de las llanuras les puso alas en los ijares. Nació cuando la misma España, cansada de servir de encubridora a un gitano, se hallaba en un bolsillo de la chaqueta el alma perdida en Sagunto. Nació cuando, al reclamo de la libertad que les es natural, los americanos saludaron la redención de España, la luz del año doce, con acentos que al mismo De Pradt parecían dignos, no de colonos de Puerto Rico y Veracruz, “sino de los hombres más instruidos y elocuentes de Europa”. Nació en los días de Humboldt, de padre marcial y de madre devota, el niño estudioso que ya a los pocos años, discutiendo en latín y llevándose cátedras y premios, confirmó lo que Humboldt decía de la precocidad y rara ilustración de la gente de la Habana, “superior a la de toda la América antes de que ésta volviese por su libertad, aunque diez años después ya muy atrás de los libres americanos”. Pero no Bachiller, que se cansó pronto de latines, por más que no les perdió nunca aquel miramiento de hijo, y aquella hidalga gratitud, que fueron bellezas continuas de su carácter, a punto de hacerle preferir alguna vez que le tomasen por hijo tibio de la patria que adoraba, antes que por ingrato”[1].
  De estas lecturas nace  la veneración por el presbítero Varela, el hombre que muere en el año de su nacimiento, el de la vocación de sacrificio y servicio desinteresado a la patria, de quien dijo que era un patriota entero, “(…)que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse ni apresurares,  ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee lo mismo que (con) nuestro esfuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a poseer”[2]
 Habla Martí de las simpatías anexionistas de algunos y les recuerdas que el noble cura no quiso la anexión, pese a la admiración que sentía por lo que habían logrado los estadounidenses.
 Respeto es lo que siente Martí por el hombre de letras y el pensador adelantado, que por su visión anticipadora y la manera ágil y directa que tiene de enfrentar los grandes problemas de Cuba, con energía y firmeza, llega a la conclusión de que la solución estaba en la independencia; idea temida por los mismos burgueses criollos que alabaron al presbítero en su cátedra del Seminario San Carlos y lo eligieron posteriormente a las Cortes en 1821, y que en ese instante toman distancia del patriota sincero que al igual que Cristo previó esa deserción al expresar:
“(…) El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos que se tienen por patriotas, (…) no hay placer mayor para un verdadero hijo de la patria como el de hacerse acreedor a las consideraciones de sus conciudadanos por sus servicios a la sociedad; más cuando el bien de esta exige la pérdida del aura popular, he aquí el sacrificio más noble y más digno de un hombre de bien, y de aquí el que desgraciadamente es muy raro”
 En consecuencia con esa virtud y vocación de sacrificio de Félix Varela, José Martí escribió en uno de sus cuadernos de apuntes, una frase que bien puede calificar al cura precursor: “El primero será siempre el que más desdeñe serlo”
 Hombre de letras y rezos, de cultura enciclopédica, rompedor de cánones y prejuicios, Varela fue el hombre que abrió caminos en la mente de los criollos, cuando desde la cátedra de filosofía del Seminario San Carlos, abogó por la experimentación científica, la especulación investigativa, la enseñanza en español y la dignidad del hombre como patrón de conducta.
 José Martí conoce las ideas de Varela, las tiene presente en los momentos que organiza un pueblo para conquistar la independencia y reconoce  el sacrificio del que vio primero y más lejos al querer la emancipación de Cuba.




[1] El Avisador Hispano-americano, Nueva York, 24 de enero de 1889. Obras Completas Tomo

[2] Obras Completas Tomo 2: 96


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