Flora
René Portocarrero
Ya pasó el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer,
pero me quedan “balas” en la mente y creo que cualquier día es bueno para
rendirle homenaje a la matriarca que cada uno de nosotros recuerda y conoce:
José Martí dijo de Sarah Bernahardt: “Una pobre mujer que se ha abierto tanto
paso en el mundo debe ser una gran mujer”, y en su época
estas mujeres que alcanzaban un lugar en la sociedad, sacrificaban mucho
de su ser femenino para estar a la
altura de lo que esperaban, esas sociedades “machistas”, base de estas que aún
permanecen pese al paso de los siglos ceñidas a esos patrones reduccionistas en
las que para la mujer está el hogar, parir, criar hijos, trabajar en determinadas
labores marcadas por las costumbres o por el contrario convertirse en objeto
del deseo, muñeca de adorno o marcadoras de status por su lugar al lado de un
varón exitoso.
Las cubanas emprendieron con el triunfo de la
Revolución en 1959, una “Revolución en la Revolución”, como dijera Fidel
Castro, salió del hogar para ocuparse de labores vetadas para ellas, trabajó
duro junto al hombre y a lo largo de cincuenta años se ha convertido en más de
la mitad de la fuerza profesional con que cuenta la sociedad cubana, son
mayoría notable entre las educadoras, el sector de la salud, las ramas
científico-investigativas, en el arte y la cultura y en insospechados sectores
tienen un lugar privilegiado, ganando lo mismo, aunque a veces preteridas a la
hora de dirigir, por aquello de que, “los hombres son mejores mandando”.
El Estado Revolucionario Cubano las ha ido incorporando aceleradamente a las
tareas de gobierno, ellas son gobierno y lo hacen admirablemente bien en todos
los niveles y no dudo que pronto tendremos una presidenta entre nosotros.
Junto a esta acelerada revolución femenina,
las grandes dificultades que ha afrontado y afronta el país en su economía y la
vida cotidiana, golpea más a la mujer que al hombre. ¿Por qué? Porque la cubana
a pesar de su protagonismo social, sigue siendo el horcón de la familia, muchas
de ellas son madres solteras criando a sus hijos a falta de un padre, otras
muchas llevan un hogar precario con su salario, atendiendo a enfermos,
discapacitados, hijos pequeños o tareas cotidianas, que todo el mundo tradicionalmente le ha encargado a la madre,
la esposa, la hija, la tía, la abuela, porque “ella lo hace mejor” o a “ella le
corresponde”, los resultados son estresantes para ella con una doble jornada
laboral , con más de 14 horas de trabajo , sin que nadie la apoye u obteniendo a lo sumo la “ayuda”
del “varón generoso” que la ve como un objeto de satisfacción sexual o la
retaguardia necesaria en la casa.
Yo pienso que dadas estas precariedades es por
lo que produce el fenómeno interesante y único en sociedades en desarrollo de
que la tasa de natalidad en Cuba sea muy baja y directamente proporcional a la calificación
profesional de ella, las mujer menores de 40 años en Cuba no promedian más de
uno o dos hijos, porque esa es una “carga” más que la sociedad le pone delante
a su realización personal, en un país, donde escasean los círculos infantiles,
los padres se desentienden del cuidado de sus hijos, varias generaciones
comparten una misma vivienda, los salarios son bajos y la precariedad cotidiana
la golpea a ella mucho más que a los hombre.
Son muy pocos los hombres preocupados por,
¿qué cocino hoy?, ¿qué se pondrá mi hijo o hija mañana? O tantas otras
preguntas cotidianas a las que se enfrenta la mujer, sea ama de casa o una
profesional altamente calificada, “eso es tarea de ella”, por eso es también
altamente vulnerable y sacrificada.
En Cuba existe un código de la familia,
organizaciones femeninas que la orientan y dan a conocer sus derechos, pero la
infraestructura subdesarrollada la llevan al trauma, el conformismo, las
enfermedades y la inconformidad.
Sin hablar de ese sector minoritario pero real
de muchachas, también preparadas y bellas que se dedican a la “prostitución”,
abierta o encubierta, o la búsqueda de un matrimonio de conveniencia con un
extranjero que al menos hará de ella un “objeto del hogar”, pero sin las
preocupaciones de la vida cotidiana.
¿Valió la pena tanto
sacrificio, para terminar siendo una prostituta o una muñeca de salón?
La vida dirá, entre tanto, conozco a otras
muchas poniendo el hombro en la obra de construir la patria de sus hijos, para
todas felicidades y por favor abran los ojos, sigan siendo bellas, tiernas e
inteligentes, humanidad completa, necesaria en estas horas de materialismo consumista.
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