miércoles, 7 de marzo de 2018

JOSÉ MARTÍ, TEMAS EDUCATIVOS




 José Martí, 
Autor Jorge Arche

La educación sigue siendo pilar de toda sociedad por lo que no mal invertido el esfuerzos y los recursos por formar a los ciudadanos de un país, sin imposiciones ideológicas de ningún tipo sino dotación de herramientas para enfrentar un mundo cada vez más complejo y en el que la información juega un lugar importantísimo, para bien o para mal, dependiendo de la formación de valores sociales que no son privativos de la escuela, sino de la sociedad en general, desde la familia, al gobernante.
 En marzo de 1883 José Martí comienza a colaborar con la revista La América, publicación que se edita en Nueva York y tiene como contenidos fundamentales la divulgación en español de los avances que se producen en el mundo y fundamentalmente en los Estados Unidos en temas como la agricultura, industria y comercio.
 Para el agudo sentido crítico de José Martí estas colaboraciones se convierten en  el análisis de lo que está pasando en ese país en materia de transformaciones económicas y sociales y principalmente en educación donde estos cambios tecnológicos determinan un replanteo de la enseñanza en sentido general. Es importante el sentido que él da a sus artículos, no  dirigido a un público abstracto sino a los hispanoamericanos que siguen con curiosidad y deslumbramiento estos cambios de la sociedad capitalista desarrollada.
 En junio de 1883 escribe sobre los avances educacionales que se producen en Argentina, enfatizando en la necesidad de formar gente con calificación técnica:
 “...Acólitos no dan ya las escuelas, sino agrónomos; no enfrenadores de almas, sino acariciadores de la tierra.”[1]
  Ese mismo mes escribe para el periódico La Nación de Buenos Aires párrafos que completan su idea sobre la educación popular:
“El hombre ignorante no ha empezado a ser hombre. El hombre lleva todas sus espadas y todas sus lanzas en la frente.
“...Puesto que a vivir viene el hombre, la educación ha de prepararlo para la vida. En la escuela se ha de aprender el manejo de las fuerzas con que en la vida se ha de luchar. Escuelas no debería decirse, sino talleres. Y la pluma debe manejarse por la tarde en las escuelas; pero en la mañana, la azada” [2]
 En muchos de sus trabajos para la revista La América, Martí hace agudas críticas a la enseñanza retórica y de un humanismo hueco y desfasado que se enseña en los países de América Latina de su tiempo y aunque no niega la necesidad de este humanismo bien encaminado para la formación de la espiritualidad del hombre hace constante reiteraciones sobre la necesidad de darle bases científicas y práctica a esta enseñanza:
“El mundo nuevo requiere la escuela nueva
“Es necesario sustituir al espíritu literario de la educación, (por) el espíritu científico…
“Debe ajustarse un programa nuevo de educación, que empiece en la escuela de primeras letras y acabe en la Universidad, brillante, útil, de acuerdo con los tiempos, estado y aspiraciones de los países en que se enseña...”[3] 
En el mes de septiembre aparece su artículo Educación Científica en el que están más concretadas sus ideas sobre la necesidad de darle a la educación una bases científica, este análisis van dirigidos a las naciones de nuestra América constreñidas en su pedagogía a la tradición de la enseñanza memorística y letrista, con poca o ninguna práctica en el que la tradición religiosa marca la pauta ideológica y anticientífica:
“... Que se trueque de escolástico en científico el espíritu de la educación; que los cursos de enseñanza pública sean preparados y graduados de manera que desde la enseñanza primaria hasta la final y titular, la educación pública vaya desenvolviendo, sin merma de los elementos espirituales, todos aquellos que se requieren para la aplicación inmediata de las fuerzas del hombre a las de la naturaleza.-Divorciar el hombre de la tierra, es un atentado monstruoso. Y eso es meramente escolástico: ese divorcio,-A las aves, alas; a los peces, aletas; a los hombres que viven en la Naturaleza, el conocimiento de la Naturaleza: ésas son sus alas.
“Y el medio único de ponérselas es hacer de modo que el elemento científico sea como el hueso del sistema de educación pública.
“Que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública.-Que la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica...
“Esto piden los hombres a voces:-¡armas para la batalla![4] 
 A lo largo de todo el año 1883 las colaboraciones de José Martí para la revista La América llevan esta impronta de informar y opinar sobre los progresos que en materia de educación, y en otras esferas aparecen en los Estados Unidos, siempre teniendo el cuidado de advertir sobre el peligro de copiar e imitar, sin tener en cuenta nuestras característica como pueblos, ni las condiciones sociales que heredamos, pero sí con una convencida idea que mantiene su vigencia:
“En nuestro países ha de hacerse una revolución radical en la educación, sino no se les quiere ver siempre, como aún se ve ahora a algunos, irregulares, atrofiados y deformes...” [5]
 Esa carga de inequidad que aún tara los esfuerzos de las vanguardias progresistas de América Latina tienen en la educación una batalla dura pero necesaria; con sectores marginados de la educación, de la cultura, apartados por la ignorancia de la posibilidades  de la decisión sobre su destino social e individual, es imposible aspirar a ese mundo mejor y posible al que aspiramos.
El pensamiento pedagógico de José Martí tiene en la revista La América, editada en Nueva York, un sustento importante para desarrollar sus ideas de educación para el ser humano en países como los de América Latina en los que el estancamiento de siglo de coloniaje permanecía aún a pesar de que se acercaban al centenario de su vida republicana. En su transitar por varios países de Hispanoamérica aprecia los esfuerzos reformadores de los gobiernos, pero conoce del freno de las oligarquías conservadoras, sus prejuicios para con los aborígenes, los mestizos y los descendientes de africanos, tenidos por ellos como gente de inferior clase, que se le soporta como animales de trabajo, pero se desprecia por ser freno de  la “civilización” que ellos pretendía crear al estilo de los países más avanzados de occidentes.
 En enero de 1884 aparece en la mencionada revista un artículo suyo acerca de las grandes polémicas en los colegios norteamericanos acerca de la implantación de la enseñanza científica y práctica a la que hace su aporte al escribir:
 “La educación, pues, no es más que esto: la habilitación de los hombres para obtener con deshago y honradez los medios de vida indispensables en que existen, sin rebajar por eso las aspiraciones delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano”[6]
 Concepto que completa con esta conclusión:
“La educación tiene un deber ineludible para con el hombre, -no cumplirlo es un crimen: conformarle a su tiempo- sin desviarle de la grandiosa y final tendencia humana. Que el hombre viva en analogía con el universo, y con su época (...)”[7]
 En la edición de febrero reseña la enseñanza de los oficios en un colegio norteamericano, donde en el segundo párrafo dice:
“Ventajas físicas, mentales y morales vienen del trabajo manual(...)El hombre crece con el trabajo que sale de sus manos(...) el que debe su bienestar a su trabajo, o ha ocupado su vida en crear y transformar fuerzas, y en emplear las propias, tiene el ojo alegre, la palabra pintoresca y profunda, las espaldas anchas, y la mano segura, se ve que son esos los que hacen el mundo: y engrandecidos, sin saberlo acaso, por el ejercicio de su poder de creación, tienen cierto aire de gigante dichoso, e inspira ternura y respeto(...)”[8]
 Es evidente la importancia que da el Apóstol al trabajo como formador del ser humano y su valor educativo en la conformación social y no como instrumento enajenante y de explotación. Tal es su convencimiento de la importancia educativa del trabajo que escribe:
“Y detrás de cada escuela un taller agrícola, a la lluvia, al sol, donde cada estudiante sembrase un árbol”[9]
Concepción que sirvió de base a la escuela cubana revolucionaria, que potenció al trabajo como formador del “hombre nuevo” para la “sociedad nueva”, hombre culto, con una altísima preparación, pero dotado de los valores que hacen más noble al ser humano: altruismo, solidaridad, espíritu de grupo y comprometido con la construcción de la nueva sociedad.
 Lástima que las circunstancias objetivas del país y el promocionismos a toda costa lastró tan bellas intenciones. Pero las premisas pedagógicas deben seguir vigentes por ser nobles y enaltecedora de una sociedad como la cubana.



[1]OC de José Martí, t. 13 p. 321
[2] Ídem t. 13. pp. 52-53
[3] Ídem t. 8. p. 299
[4] Ídem t.8. p. 277
[5] Ídem t. 8. p.279
[6] OC de José Martí, t. 8 p. 427
[7] Ídem
[8] Ídem, p. 288
[9] Ídem

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