José Martí,
Autor Jorge Arche
La
educación sigue siendo pilar de toda sociedad por lo que no mal invertido el
esfuerzos y los recursos por formar a los ciudadanos de un país, sin
imposiciones ideológicas de ningún tipo sino dotación de herramientas para
enfrentar un mundo cada vez más complejo y en el que la información juega un lugar
importantísimo, para bien o para mal, dependiendo de la formación de valores
sociales que no son privativos de la escuela, sino de la sociedad en general,
desde la familia, al gobernante.
En marzo de 1883 José Martí comienza a
colaborar con la revista La América,
publicación que se edita en Nueva York y tiene como contenidos fundamentales la
divulgación en español de los avances que se producen en el mundo y
fundamentalmente en los Estados Unidos en temas como la agricultura, industria
y comercio.
Para el agudo sentido crítico de José Martí
estas colaboraciones se convierten en el
análisis de lo que está pasando en ese país en materia de transformaciones
económicas y sociales y principalmente en educación donde estos cambios
tecnológicos determinan un replanteo de la enseñanza en sentido general. Es
importante el sentido que él da a sus artículos, no dirigido a un público abstracto sino a los
hispanoamericanos que siguen con curiosidad y deslumbramiento estos cambios de
la sociedad capitalista desarrollada.
En junio de 1883 escribe sobre los avances
educacionales que se producen en Argentina, enfatizando en la necesidad de
formar gente con calificación técnica:
“...Acólitos no dan ya las escuelas, sino agrónomos; no
enfrenadores de almas, sino acariciadores de la tierra.”[1]
Ese
mismo mes escribe para el periódico La
Nación de Buenos Aires párrafos que completan su idea sobre la educación
popular:
“El hombre ignorante
no ha empezado a ser hombre. El hombre lleva todas sus espadas y todas sus
lanzas en la frente.
“...Puesto que a vivir
viene el hombre, la educación ha de prepararlo para la vida. En la escuela se
ha de aprender el manejo de las fuerzas con que en la vida se ha de luchar.
Escuelas no debería decirse, sino talleres. Y la pluma debe manejarse por la
tarde en las escuelas; pero en la mañana, la azada” [2]
En muchos de sus trabajos para la revista La América, Martí hace agudas críticas a
la enseñanza retórica y de un humanismo hueco y desfasado que se enseña en los
países de América Latina de su tiempo y aunque no niega la necesidad de este
humanismo bien encaminado para la formación de la espiritualidad del hombre
hace constante reiteraciones sobre la necesidad de darle bases científicas y
práctica a esta enseñanza:
“El mundo nuevo
requiere la escuela nueva
“Es necesario
sustituir al espíritu literario de la educación, (por) el espíritu científico…
“Debe ajustarse un
programa nuevo de educación, que empiece en la escuela de primeras letras y
acabe en la Universidad,
brillante, útil, de acuerdo con los tiempos, estado y aspiraciones de los
países en que se enseña...”[3]
En
el mes de septiembre aparece su artículo Educación
Científica en el que están más concretadas sus ideas sobre la necesidad de
darle a la educación una bases científica, este análisis van dirigidos a las
naciones de nuestra América constreñidas en su pedagogía a la tradición de la
enseñanza memorística y letrista, con poca o ninguna práctica en el que la
tradición religiosa marca la pauta ideológica y anticientífica:
“... Que se trueque de escolástico
en científico el espíritu de la educación; que los cursos de enseñanza pública
sean preparados y graduados de manera que desde la enseñanza primaria hasta la
final y titular, la educación pública vaya desenvolviendo, sin merma de los
elementos espirituales, todos aquellos que se requieren para la aplicación
inmediata de las fuerzas del hombre a las de la naturaleza.-Divorciar el hombre
de la tierra, es un atentado monstruoso. Y eso es meramente escolástico: ese
divorcio,-A las aves, alas; a los peces, aletas; a los hombres que viven en la Naturaleza, el conocimiento
de la Naturaleza:
ésas son sus alas.
“Y
el medio único de ponérselas es hacer de modo que el elemento científico sea
como el hueso del sistema de educación pública.
“Que la enseñanza científica vaya,
como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública.-Que
la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica...
“Esto
piden los hombres a voces:-¡armas para la batalla![4]
A
lo largo de todo el año 1883 las colaboraciones de José Martí para la revista La América llevan esta impronta de
informar y opinar sobre los progresos que en materia de educación, y en otras
esferas aparecen en los Estados Unidos, siempre teniendo el cuidado de advertir
sobre el peligro de copiar e imitar, sin tener en cuenta nuestras
característica como pueblos, ni las condiciones sociales que heredamos, pero sí
con una convencida idea que mantiene su vigencia:
“En nuestro países ha
de hacerse una revolución radical en la educación, sino no se les quiere ver
siempre, como aún se ve ahora a algunos, irregulares, atrofiados y deformes...” [5]
Esa carga de inequidad que aún tara los
esfuerzos de las vanguardias progresistas de América Latina tienen en la
educación una batalla dura pero necesaria; con sectores marginados de la
educación, de la cultura, apartados por la ignorancia de la posibilidades de la decisión sobre su destino social e
individual, es imposible aspirar a ese mundo mejor y posible al que aspiramos.
El
pensamiento pedagógico de José Martí tiene en la revista La América, editada en Nueva York, un sustento importante para
desarrollar sus ideas de educación para el ser humano en países como los de
América Latina en los que el estancamiento de siglo de coloniaje permanecía aún
a pesar de que se acercaban al centenario de su vida republicana. En su
transitar por varios países de Hispanoamérica aprecia los esfuerzos
reformadores de los gobiernos, pero conoce del freno de las oligarquías
conservadoras, sus prejuicios para con los aborígenes, los mestizos y los
descendientes de africanos, tenidos por ellos como gente de inferior clase, que
se le soporta como animales de trabajo, pero se desprecia por ser freno de la “civilización” que ellos pretendía crear
al estilo de los países más avanzados de occidentes.
En enero de 1884 aparece en la mencionada
revista un artículo suyo acerca de las grandes polémicas en los colegios
norteamericanos acerca de la implantación de la enseñanza científica y práctica
a la que hace su aporte al escribir:
“La educación, pues, no es más que esto: la
habilitación de los hombres para obtener con deshago y honradez los medios de
vida indispensables en que existen, sin rebajar por eso las aspiraciones
delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano”[6]
Concepto que completa con esta conclusión:
“La educación tiene un deber ineludible para con el hombre, -no
cumplirlo es un crimen: conformarle a su tiempo- sin desviarle de la grandiosa
y final tendencia humana. Que el hombre viva en analogía con el universo, y con
su época (...)”[7]
En la edición de febrero reseña la enseñanza
de los oficios en un colegio norteamericano, donde en el segundo párrafo dice:
“Ventajas
físicas, mentales y morales vienen del trabajo manual(...)El hombre crece con
el trabajo que sale de sus manos(...) el que debe su bienestar a su trabajo, o
ha ocupado su vida en crear y transformar fuerzas, y en emplear las propias,
tiene el ojo alegre, la palabra pintoresca y profunda, las espaldas anchas, y
la mano segura, se ve que son esos los que hacen el mundo: y engrandecidos, sin
saberlo acaso, por el ejercicio de su poder de creación, tienen cierto aire de
gigante dichoso, e inspira ternura y respeto(...)”[8]
Es evidente la importancia que da el Apóstol
al trabajo como formador del ser humano y su valor educativo en la conformación
social y no como instrumento enajenante y de explotación. Tal es su
convencimiento de la importancia educativa del trabajo que escribe:
“Y
detrás de cada escuela un taller agrícola, a la lluvia, al sol, donde cada estudiante
sembrase un árbol”[9]
Concepción
que sirvió de base a la escuela cubana revolucionaria, que potenció al trabajo
como formador del “hombre nuevo” para la “sociedad nueva”, hombre culto, con
una altísima preparación, pero dotado de los valores que hacen más noble al ser
humano: altruismo, solidaridad, espíritu de grupo y comprometido con la
construcción de la nueva sociedad.
Lástima que las circunstancias objetivas del
país y el promocionismos a toda costa lastró tan bellas intenciones. Pero las
premisas pedagógicas deben seguir vigentes por ser nobles y enaltecedora de una
sociedad como la cubana.
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