A
la sombra de esta Fama crecí, está en la cúpula del Palacio Salcines de mi
amada ciudad de Guantánamo
“Yo
no trabajo por mi fama,
porque
toda la del mundo cabe en un grano de maíz”
José
Martí
En un país como el nuestro, con un elevado
porciento de sus ciudadanos con alto nivel de instrucción, muchos de ellos
universitarios, donde el analfabetismo es un problema que le pasa a otros en el
mundo y en el que además la “`precariedad del día a día” se contradice con el
nivel de satisfacciones económicas que tiene la gente, valdría la pena
reflexionar brevemente sobre estos dos términos tan humanos: la fama y el reconocimiento.
Voy hablar desde mi
experiencia personal, crecí y me eduqué en Cuba, en una sociedad con la utopía
de la igualdad y por ende donde el “reconocimiento”, ese que nace del día a
día, cuando alguien viene a consultarte sobre el tema que dominas, cuando te
invitan a una conferencia para disertar sobre esos temas, cuando un problema
sin resolver, material o espiritual está en tus manos y se resuelve; nada paga
tanto como un apretón de mano, unos ojos que brillan de satisfacción o agradecimiento
o la invitación a seguir en un grupo social una charla social que sientes como
las medallas en tu pecho, porque hiciste bien y dejaste amigos a tu paso.
Hoy sin embargo buscan la fama, la que sale en
los medios, incluyendo este de las tecnología audiovisuales, el ego se eleva,
tu rostro se multiplica por todas parte y tu intimidad se diluye en la mirada o
el comentario de millones que no te conocen, pero que ven en ti eso que
quieren, eso que no han logrado, la fatuidad de ser “reina o rey por un día” o
aquello de que “hablen, mal o bien, pero que hablen”, “fama y aplausos” que esconden la soledad de
un ser humano negado a sí mismo y que luego será un recuerdo lejano porque
otras estrellas de la fama estarán brillando en un mundo de falsedades y
fantasías.
Me entrego al trabajo para lograr la satisfacción de aprender, ganarme el
sustento y saber que contribuyo a la formación de otros, como contribuyeron a
la mía, en ese camino sé los defectos y virtudes de la gente que me rodea,
ellos saben los míos, mis manías y mis miedos, pero apretamos ese lazo fuerte
que da la comunidad de ideas y objetivo, con la didáctica de la vida, el
arsenal de la experiencia y sin el miedo al olvido, porque aunque nadie lo diga
o lo reconozca vivo y sirvo hasta después de la muerte.
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