En
homenaje a todos los irlandeses comprometidos con Cuba y sus justas causas
En nuestras guerras por la independencia
siempre hubo combatientes de otros países que lucharon hombro con hombro junto
a los cubanos por alcanzar la emancipación de la metrópoli española, no eran
mercenarios sino hombres nobles dispuestos a dar la vida por la causa de
nuestra liberación. Entre esos hombres que vinieron de otras partes de América
a empuñar las armas en las filas de los libertadores se destaca el joven
norteamericano de origen irlandés Henry Reeve, a quien los cubanos conocían
como “El inglesito”.
Henri Reeve nació y se crió en Brooklyn (New
York), el 4 de abril de 1850, su padre era un clérigo protestante llamado
Alexander Reeve y su madre una sencilla mujer, de buenos modales, nombrada
Maddie Carrol; ellos conformaban una familia respetada, honrada, modesta y
trabajadora. Adquirió una buena educación y con apenas 19 años trabajaba como
tenedor de libros en un banco de la ciudad.
De buena estatura, delgado, rubio, de ojos
azules, amable, no había cumplido los veinte años cuando enamorado de la causa
de Cuba, sin saber español se alistó con el nombre de Henry Earl como soldado
raso en la expedición del Perrit, en
la que venía el general –también norteamericano- Thomas Jordan con 200
expedicionarios. Jordan lo nombró su asistente. Cuenta Gerardo Castellano que
al alistarlo el general Luis Figueredo lo declaró inepto, equivocándose
lamentablemente con respecto “al que había
de ser pronto el más intrépido y hábil jefe de las huestes camagüeyanas”.
Afirmase que la primera herida de las muchas
que recibiera lo fue en el combate que los expedicionarios del Perrit,
desembarcados en el estero de Canalito, bahía de Nipe, provincia Holguín, el 11
de mayo de 1869, libraron contra una columna española. Cuando el general
Jordan, nombrado Jefe de Estado Mayor pasó a Camaguey, Reeve se quedó enfermo
en Bayamo. Una vez restablecido pidió su pase a Camaguey, pues deseaba ingresar
en la famosa caballería de esa región. “Al trasladarse a su nuevo destino –dice
un biógrafo suyo- fue hecho prisionero (“La verdad”, periódico revolucionario
cubano de New York, afirma que fue en el ataque al campamento español de La Cuaba) y amarrado, codo a
codo y puesto de rodillas, lo fusilaron; pero las balas solo rozaron su cuero
cabelludo, lo que le permitió levantarse al poco rato y unirse a una fuerza
revolucionaria que providencialmente pasó por el lugar donde se encontraba”
Reeve continúa combatiendo como parte del
Estado Mayor de Jordan, lo hace bajo las órdenes del brigadier William O`Ryan,
canadiense que también dio su vida por Cuba; más tarde se subordina al coronel
Machado y después de muchas peripecias logró incorporarse a la caballería de
Camaguey a las órdenes del general Ignacio Agramonte, el Mayor como le llamaban
su admiradores, de quien pronto llegó a ser su hombre de confianza y jefe de su
célebre caballería. Dotado Reeve de talento natural, vivo, astuto, osado,
valiente hasta la temeridad, es natural que hiciera al momento progresos en la
carrera militar, distinguiéndose de modo sorprendente en muchísimos encuentros.
En la acción de La Soledad fue tan notable su
intrepidez que se le ascendió a teniente coronel en el campo de batalla y, lo
que es más, fue propuesto al Gobierno de Cuba en Armas para coronel del
Ejército Libertador. Alcanzaría finalmente el grado de brigadier.
“…Y no extrañe el gobierno que se suceda casi
sin interrupción las propuestas de este digno jefe para coronel y para
brigadier. Necesito un segundo en Camaguey y, desgraciadamente, entre los
muchos jefes superiores que hay en el departamento de mi mando, no encuentro
uno que reúna las aptitudes indispensables que concurren en este jefe para
secundarme. El Comandante Reeve, con sus relevantes cualidades, se hace
acreedor a toda mi confianza, y creo mi deber prevenir al gobierno de la República favorablemente
hacia este joven extranjero”[1]
“El Salado”, “El Jacinto”, “El Carmen”, son
lugares en los que dejó su huella de valor a las órdenes del Mayor, en este
último combate recibe heridas en el abdomen que no llega a cicatrizar del todo
y que le produce grandes dolores.
Entre los 35 hombres seleccionado por Agramonte
para el rescate de Sanguily figura “El Inglesito” que va a la vanguardia. Más
no estuvo al lado del Mayor cuando su caída en Jimaguayú, pues precisamente
Agramonte cruzaba en derechura al potrero donde se combatía, para impartirle
instrucciones a Reeve que allí peleaba; pero al mes justo de la caída de su
jefe los 120 cubanos de la caballería acaudillados por “El Inglesito”
realizaron una espantosa carnicería de guerrilleros[2]
en Yucatán, para vengar al Mayor.
Ninguna pena es mayor para “Enrique el
Americano”, como lo llamaba Agramonte, que la muerte de su jefe y solo su gran
valor e entereza le hacen seguir combatiendo, semi inválido, casi postrado por
tantas heridas en su delgado cuerpo.
Máximo Gómez a quien tuvo que recibir por
ausencia del General Julio Sanguily, al hacerse cargo del mando en Camaguey, hace
de “El Inglesito” cumplidos elogios y lamenta que no ostentara ya un grado
mayor.
“…Fui recibido
atentamente en el Cuartel de Caballería por este Cuerpo. Su jefe es el Teniente Coronel Enrique Reeve, muy
digno de ocupar el puesto más elevado por su valor a toda prueba y su infatigable
constancia en el servicio de la causa, que le hacen un cumplido militar y le
adueñan de la justa consideración y simpatía de sus superiores y subalternos.
No hago otra cosa más que justicia al mérito y tampoco hago mención de otras
cualidades que posee…”[3]
Estas
son la impresiones del coronel Pablo Díaz de Villegas: “Reeve mandó a formar a la Caballería y Gómez le pasó revista. El general
quedó admirado, no se imaginaba que los cubanos tuvieran una fuerza de
caballería tan numerosa y tan bien organizada. (…) Le queda solo ver si su
valor correspondía a su brillante aspecto y esto se demostró pronto (…)[4]
A las órdenes del Generalísimo se cubrió de
gloria en diversas misiones de combate, sobre todo en el ataque a Santa Cruz
del Sur, al ser asaltada y tomada la población. Allí recibió una grave herida
en la pierna derecha, que se la dejó más corta que la izquierda. Del sólido
prestigio que gozaba en el Ejército Libertador habla su entrañable compañero
Ramón Roa, que con él alcanzara la más alta reputación al mando de Agramonte.
Roa, insurrecto y poeta, le dedicó el Romance del Inglesito y otros versos.
Cuando Gómez pasa a Las Villas lo llevan
consigo y le otorga el mando de Jefe de División Interino. Lo destinaron a la
vanguardia del Ejército y atravesó la región con viril resolución. Asígnasele
el más peligroso mando, el de la brigada de Colón. Una de sus más nobles
pasiones era la de llevar la insurrección hasta las puertas de La Habana. Con tal objeto
extendía sus operaciones por Aguada de Pasajeros, Real Campiña, Cartagena y
Yaguaramas.
El 4 de agosto de 1876, acampado en La Sierra con 160 hombres supo
que marchaban contra él una fuerza española de 500 soldados. Inmediatamente
levantó el campamento y marchó hacia ellos. La acción se efectuó en el llano de
Yaguaramas. La primera carga de los mambises causó muchas bajas en las filas
enemigas, pero la superioridad numérica y de fuego de los españoles puso en
desventaja a las fuerzas mambisas.
El Inglesito se precipitó sobre el punto más
fuerte con su acostumbrado arrojo. Le mataron el caballo y al querer montarlo
en otro su ayudante Rosendo García, Reeve le ordenó: “Retírese que lo va a matar”. “Al
terminar la frase –relata Castellanos-
fue herido en una ingle. En este momento se adelantaba un sargento español
disparando sobre el brigadier; este lo espera y de un feroz tajo, casi le
cercenó la cabeza. En tal situación recibió dos heridas, una en el pecho y otra
en el hombro; más su aquilino ardor era tal que se sostenía en un pie con el
machete en la mano y el revólver en la otra. Se le encimaron numerosos enemigos
y él todavía pudo disparar tres tiros y enseguida (según versión del
testigo presencial, el después coronel Rosendo García) se aplicó el arma en la sien derecha y con ese disparo se produjo la
muerte…” No tenía aún 27 años.
Un
grupo de 24 jefes y patriotas de Camaguey, entre ellos Julio y Manuel Sanguily,
Salvador Cisneros, Ramón Roa y Enrique Collazo, le escriben una carta de pésame
a la madre de Reeve: “El oyó desde su
tierra nativa el clamor de este pueblo infortunado (…) y movido de sus
generosos impulsos pisó estas playas (…) sin más títulos que su ardoroso y
firmísima resolución de luchar por la independencia de Cuba.
“(…) Cuba guarda, como
precioso tesoro los sufrimientos y las proezas del esclarecido adalid (…)”
El historiador español Antonio Pirala relata
así los hechos: “(…)Reeve penetró dos
veces como un rayo, con un centenar de jinetes, en el termino municipal de
Colón, quemando en una de ellas dos ingenios a la vista del mismo pueblo, más
tanto insistió en desafiar el peligro, que al fin quedó muerto en un encuentro
en Yaguaramas(…)”[5]
Los
españoles se apoderaron de su cadáver y lo exhibieron en Colón donde fue
sepultado, esa es la historia legendaria del “Inglesito”, un yanqui de origen
irlandés, venido a Cuba por el bello llamado del deber solidario para con los
que sufren y en ella dejó el ejemplo que han seguido muchos cubanos.
[1] Carta de Ignacio Agramonte
citada por Mercedes Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró
Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 63, 10/8/2001
[2] Era el nombre que recibían
las fuerzas auxiliares de origen cubano al servicio de España.
[3] Máximo Gómez citado por Mercedes
Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev.
Bohemia Nº 16, pág. 62, 10/8/2001
[4] Citado por Mercedes Alonso
en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº
16, pág. 63, 10/8/2001
[5] Citado por Mercedes Alonso en “Henry Reeve:
El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 64,
10/8/2001
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