viernes, 15 de marzo de 2019

HENRY REEVE, UN MAMBÍ DE LEYENDA




 En homenaje a todos los irlandeses comprometidos con Cuba y sus justas causas

 En nuestras guerras por la independencia siempre hubo combatientes de otros países que lucharon hombro con hombro junto a los cubanos por alcanzar la emancipación de la metrópoli española, no eran mercenarios sino hombres nobles dispuestos a dar la vida por la causa de nuestra liberación. Entre esos hombres que vinieron de otras partes de América a empuñar las armas en las filas de los libertadores se destaca el joven norteamericano de origen irlandés Henry Reeve, a quien los cubanos conocían como “El inglesito”.

 Henri Reeve nació y se crió en Brooklyn (New York), el 4 de abril de 1850, su padre era un clérigo protestante llamado Alexander Reeve y su madre una sencilla mujer, de buenos modales, nombrada Maddie Carrol; ellos conformaban una familia respetada, honrada, modesta y trabajadora. Adquirió una buena educación y con apenas 19 años trabajaba como tenedor de libros en un banco de la ciudad.

 De buena estatura, delgado, rubio, de ojos azules, amable, no había cumplido los veinte años cuando enamorado de la causa de Cuba, sin saber español se alistó con el nombre de Henry Earl como soldado raso en la expedición del Perrit, en la que venía el general –también norteamericano- Thomas Jordan con 200 expedicionarios. Jordan lo nombró su asistente. Cuenta Gerardo Castellano que al alistarlo el general Luis Figueredo lo declaró inepto, equivocándose lamentablemente con respecto “al que había de ser pronto el más intrépido y hábil jefe de las huestes camagüeyanas”.

 Afirmase que la primera herida de las muchas que recibiera lo fue en el combate que los expedicionarios del Perrit, desembarcados en el estero de Canalito, bahía de Nipe, provincia Holguín, el 11 de mayo de 1869, libraron contra una columna española. Cuando el general Jordan, nombrado Jefe de Estado Mayor pasó a Camaguey, Reeve se quedó enfermo en Bayamo. Una vez restablecido pidió su pase a Camaguey, pues deseaba ingresar en la famosa caballería de esa región. “Al trasladarse a su nuevo destino –dice un biógrafo suyo- fue hecho prisionero (“La verdad”, periódico revolucionario cubano de New York, afirma que fue en el ataque al campamento español de La Cuaba) y amarrado, codo a codo y puesto de rodillas, lo fusilaron; pero las balas solo rozaron su cuero cabelludo, lo que le permitió levantarse al poco rato y unirse a una fuerza revolucionaria que providencialmente pasó por el lugar donde se encontraba”

 Reeve continúa combatiendo como parte del Estado Mayor de Jordan, lo hace bajo las órdenes del brigadier William O`Ryan, canadiense que también dio su vida por Cuba; más tarde se subordina al coronel Machado y después de muchas peripecias logró incorporarse a la caballería de Camaguey a las órdenes del general Ignacio Agramonte, el Mayor como le llamaban su admiradores, de quien pronto llegó a ser su hombre de confianza y jefe de su célebre caballería. Dotado Reeve de talento natural, vivo, astuto, osado, valiente hasta la temeridad, es natural que hiciera al momento progresos en la carrera militar, distinguiéndose de modo sorprendente en muchísimos encuentros.

 En la acción de La Soledad fue tan notable su intrepidez que se le ascendió a teniente coronel en el campo de batalla y, lo que es más, fue propuesto al Gobierno de Cuba en Armas para coronel del Ejército Libertador. Alcanzaría finalmente el grado de brigadier.

 “…Y no extrañe el gobierno que se suceda casi sin interrupción las propuestas de este digno jefe para coronel y para brigadier. Necesito un segundo en Camaguey y, desgraciadamente, entre los muchos jefes superiores que hay en el departamento de mi mando, no encuentro uno que reúna las aptitudes indispensables que concurren en este jefe para secundarme. El Comandante Reeve, con sus relevantes cualidades, se hace acreedor a toda mi confianza, y creo mi deber prevenir al gobierno de la República favorablemente hacia este joven extranjero”[1]

 “El Salado”, “El Jacinto”, “El Carmen”, son lugares en los que dejó su huella de valor a las órdenes del Mayor, en este último combate recibe heridas en el abdomen que no llega a cicatrizar del todo y que le produce grandes dolores.

 Entre los 35 hombres seleccionado por Agramonte para el rescate de Sanguily figura “El Inglesito” que va a la vanguardia. Más no estuvo al lado del Mayor cuando su caída en Jimaguayú, pues precisamente Agramonte cruzaba en derechura al potrero donde se combatía, para impartirle instrucciones a Reeve que allí peleaba; pero al mes justo de la caída de su jefe los 120 cubanos de la caballería acaudillados por “El Inglesito” realizaron una espantosa carnicería de guerrilleros[2] en Yucatán, para vengar al Mayor.

 Ninguna pena es mayor para “Enrique el Americano”, como lo llamaba Agramonte, que la muerte de su jefe y solo su gran valor e entereza le hacen seguir combatiendo, semi inválido, casi postrado por tantas heridas en su delgado cuerpo.

 Máximo Gómez a quien tuvo que recibir por ausencia del General Julio Sanguily, al hacerse cargo del mando en Camaguey, hace de “El Inglesito” cumplidos elogios y lamenta que no ostentara ya un grado mayor.

“…Fui recibido atentamente en el Cuartel de Caballería por este Cuerpo. Su jefe  es el Teniente Coronel Enrique Reeve, muy digno de ocupar el puesto más elevado por su valor a toda prueba y su infatigable constancia en el servicio de la causa, que le hacen un cumplido militar y le adueñan de la justa consideración y simpatía de sus superiores y subalternos. No hago otra cosa más que justicia al mérito y tampoco hago mención de otras cualidades que posee…”[3]

Estas son la impresiones del coronel Pablo Díaz de Villegas: “Reeve mandó a formar a la Caballería y Gómez le pasó revista. El general quedó admirado, no se imaginaba que los cubanos tuvieran una fuerza de caballería tan numerosa y tan bien organizada. (…) Le queda solo ver si su valor correspondía a su brillante aspecto y esto se demostró pronto (…)[4]

 A las órdenes del Generalísimo se cubrió de gloria en diversas misiones de combate, sobre todo en el ataque a Santa Cruz del Sur, al ser asaltada y tomada la población. Allí recibió una grave herida en la pierna derecha, que se la dejó más corta que la izquierda. Del sólido prestigio que gozaba en el Ejército Libertador habla su entrañable compañero Ramón Roa, que con él alcanzara la más alta reputación al mando de Agramonte. Roa, insurrecto y poeta, le dedicó el Romance del Inglesito y otros versos.

 Cuando Gómez pasa a Las Villas lo llevan consigo y le otorga el mando de Jefe de División Interino. Lo destinaron a la vanguardia del Ejército y atravesó la región con viril resolución. Asígnasele el más peligroso mando, el de la brigada de Colón. Una de sus más nobles pasiones era la de llevar la insurrección hasta las puertas de La Habana. Con tal objeto extendía sus operaciones por Aguada de Pasajeros, Real Campiña, Cartagena y Yaguaramas.

 El 4 de agosto de 1876, acampado en La Sierra con 160 hombres supo que marchaban contra él una fuerza española de 500 soldados. Inmediatamente levantó el campamento y marchó hacia ellos. La acción se efectuó en el llano de Yaguaramas. La primera carga de los mambises causó muchas bajas en las filas enemigas, pero la superioridad numérica y de fuego de los españoles puso en desventaja a las fuerzas mambisas.

 El Inglesito se precipitó sobre el punto más fuerte con su acostumbrado arrojo. Le mataron el caballo y al querer montarlo en otro su ayudante Rosendo García, Reeve le ordenó: “Retírese que lo va a matar”. “Al terminar la frase –relata Castellanos- fue herido en una ingle. En este momento se adelantaba un sargento español disparando sobre el brigadier; este lo espera y de un feroz tajo, casi le cercenó la cabeza. En tal situación recibió dos heridas, una en el pecho y otra en el hombro; más su aquilino ardor era tal que se sostenía en un pie con el machete en la mano y el revólver en la otra. Se le encimaron numerosos enemigos y él todavía pudo disparar tres tiros y enseguida (según versión del testigo presencial, el después coronel Rosendo García) se aplicó el arma en la sien derecha y con ese disparo se produjo la muerte…” No tenía aún 27 años.

Un grupo de 24 jefes y patriotas de Camaguey, entre ellos Julio y Manuel Sanguily, Salvador Cisneros, Ramón Roa y Enrique Collazo, le escriben una carta de pésame a la madre de Reeve: “El oyó desde su tierra nativa el clamor de este pueblo infortunado (…) y movido de sus generosos impulsos pisó estas playas (…) sin más títulos que su ardoroso y firmísima resolución de luchar por la independencia de Cuba.

“(…) Cuba guarda, como precioso tesoro los sufrimientos y las proezas del esclarecido adalid (…)”

 El historiador español Antonio Pirala relata así los hechos: “(…)Reeve penetró dos veces como un rayo, con un centenar de jinetes, en el termino municipal de Colón, quemando en una de ellas dos ingenios a la vista del mismo pueblo, más tanto insistió en desafiar el peligro, que al fin quedó muerto en un encuentro en Yaguaramas(…)”[5]

Los españoles se apoderaron de su cadáver y lo exhibieron en Colón donde fue sepultado, esa es la historia legendaria del “Inglesito”, un yanqui de origen irlandés, venido a Cuba por el bello llamado del deber solidario para con los que sufren y en ella dejó el ejemplo que han seguido muchos cubanos.

  


[1] Carta de Ignacio Agramonte citada por Mercedes Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 63, 10/8/2001
[2] Era el nombre que recibían las fuerzas auxiliares de origen cubano al servicio de España.
[3] Máximo Gómez citado por Mercedes Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 62, 10/8/2001
[4] Citado por Mercedes Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 63, 10/8/2001
[5]  Citado por Mercedes Alonso en “Henry Reeve: El americano que tanto admiró Agramonte”, en rev. Bohemia Nº 16, pág. 64, 10/8/2001

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