Como si fuese una Biblia
de cubanía siempre vuelvo a Fernando Ortiz cada vez que me pierdo con una
reacción de cubano, una forma de ser o pasan cosas explicables solo dentro del
ámbito de lo “real maravilloso”[1],
no importa si esto ocurre en la política, en las costumbres o en cualquier otra
esfera de la sociedad, el cubano solo es explicable con esa óptica de Don
Fernando, que debe estar por ahí, en el cielo o en el limbo de los orichas[2]
con una sonrisita socarrona recordándonos aquellos de: “¡Yo lo dije!”
“La verdadera Historia de
Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones. Primero la
transculturación del indio paleolítico al neolítico y la desaparición de este
por no acomodarse al impacto de la nueva cultura castellana.
“Después la
transculturación de una corriente incesante de inmigrantes blancos. Españoles,
pero de distintas culturas y ya ellos mismos desgarrados, como entonces se
decía, de las sociedades ibéricas peninsulares y trasplantados a un Nuevo
Mundo, que para ellos fue todo nuevo de naturaleza y de humanidad, donde tenían
a su vez que reajustarse a un nuevo sincretismo de culturas. Al mismo tiempo la
transculturación de una continua chorrera humana de negros africanos, de razas
y culturas diversas, procedentes de todas las comarcas costeñas de África,
desde el Senegal, por Guinea, Congo y Angola en el Atlántico, hasta las de
Mozambique en la contracosta oriental de aquel continente. Todos ellos
arrancados de sus núcleos sociales originarios y con sus culturas destrozadas,
oprimidas bajo el peso de las culturas aquí imperantes, como las cañas de
azúcar son molidas entre masas de los trapiches. Y todavía más culturas
inmigrantes, en oleadas esporádicas o en manaderos continuos, siempre fluyentes
e influyentes y de las más varias oriundades: indios continentales, judíos,
lusitanos, anglosajones, franceses, norteamericanos y hasta amarillos
mongoloides de Macao, Cantón y otras regiones del que fue Celeste Imperio. Y
cada inmigrante como un desarraigado de su tierra nativa en doble trance de
desajuste y de reajuste, de desculturación o exoculturación y de aculturación o
inculturación y al fin, de síntesis de Transculturación”[3]
Cuando estas cosas leo siento que algo en mí
se identifica con esas desgarradoras palabras, porque soy hijo de ese proceso
que no se ha detenido, sazonado ahora con un modo más contemporáneo de vernos
desde dentro.
Ese proceso nos forjó también como nación y
una frustración tras la otra, un sueño pospuesto tras otro, hizo un pueblo
enorme, capaz de tener este sentido colectivo de los “nuestro” sobre el egoísta
“lo mío” que la corruptela capitalista ha
inculcado en las venas de la humanidad, lo ha edulcorado como el “sueño
americano” o “europeo” y hoy nos lo vende en millares de mensajes y anuncios
para desarmar el alma y la espiritualidad de una humanidad que es una sola, con
su hermosa y grande variedad, … sino pregúntenle a Don Fernando Ortiz lo del “ajiaco”
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