lunes, 16 de julio de 2018

SANTIAGO DE CUBA



Si Ud. no ve las montañas/ Si no sube y baja al compás/ Ni canta al hablar/ Ud, no está en Santiago/ ...en Chago
Hay días que es difícil escribir, tanta es la nostalgia y los temas, que las palabras se atascan como en un embudo sin salir o saliendo, falta de fuerza y sinceridad. Muchos dicen que en ese momento hay que acudir al “oficio”, insistir volver a insistir y salir adelante, como hacemos con el trabajo que no siempre  sale del alma sino de la obligación.
 Amanecí con muchas imágenes de una ciudad a la que quiero mucho, una ciudad caribeña y caliente, de gente extraordinaria, sin dobleces, amantes de la vida y orgullosos. Con ellos compartí una parte de mi tiempo de joven estudiante y  muchas veces acudí entre sus calles empinadas y  su gente fogosa, a recapitular esta vida bien vivida, porque ellos tienen un ritmo de vivir como si mañana no existiera y todo habría que hacerlo hoy para estar tranquilos.
 Hablo de Santiago de Cuba, la hermana mayor de las ciudades orientales, allí estudié, viví, amé y fui correspondido, para luego llevármela en el corazón y los sentidos a cualquier parte que fui.
 “Chago” es más que ese folklor delirante de sus congas y el mulaterío, hembra o macho, que la hace famosa, es ciudad cálida, de pequeños secretos concebidos en medio de confesiones de fiestas o días en sus parques, tras jornadas de estudios.
 Por eso es trova, tradición, historia y ese orgullo de ser cubano, pero oriental, una condición que se fue perdiendo con la famosa partición del “Gran Oriente”, diluida en cinco partes que miran más al Caribe que  a tierra firme, aunque esta tenga tantas cosas.
 Santiago es mi segundo hogar, allí nací como “hombre pleno y libre”, desde allí viví aquellos años 70 de “cacería de brujas” donde el “diversionismo ideológico” fue la “herejía mayor”, si en La Habana había que demostrar la pureza de “sangre revolucionaria” adherida al guión marxista, ir al Cobre era entre nosotros, nuestro secreto, aunque en realidad no fuéramos los grandes devotos, pero nos daba la gana y era el modo de ser distintos; hubo otras pequeñas herejías en medio de aquella ortodoxia que siempre fue más dura en provincia.
 Nosotros, jóvenes entre 20 y 25 años, éramos el proyecto de “hombre nuevo”, y teníamos que tirar el ploc a tierra para poder vivir nuestro años, los irrepetibles años estudiantiles, en medio de una ciudad “caliente”, nada monástica, en los que el ron no nos faltó, aunque al otro día en el aula la concentración no fuera la misma, era el riego de ser joven.
 Eran los años de la “croqueta” a 10 centavos, el refresco a medio, pero mucha precariedad que saldábamos con alegría y el cambio de “Cara” según la comida, que muchas veces repetía en las tardes una sopa grasienta y con un trozo de hueso al medio. Ni la hermosa vista desde el comedor de Quinteros nos hacía mejor la digestión.
 “Santiago, Santiago, eres la mata y la cuna”, allí aprendí mucho, tuve un par de extraordinarias profesoras de pedagogía: Marta Marcos y Josefina, allí aprendí con ellas a amar la carrera de enseñar y nunca olvidaré aquella frase de la Dra. Marta Marcos, “la vida es una carrera, lo fundamental es garantizar que todos salgan parejo, pero cada uno llegará tan lejos como le den sus capacidades” y cerraba con aquello de que, “alguien tiene que barrer las calles y hacer los oficios”.
 Eran los años del 100 por ciento de promoción, en primaria y secundaria, mientras que el embudo se trababa en la Universidad, porque allí el claustro no regalaba nota, ni calificaba un “él quiso decir”, sino “él dijo”.
 “Es Santiago, no os asombréis de nada”, dijo Navarro Luna y es verdad, la ciudad es distinta, no solo por su arquitectura, sino por su gente, la gente que dice al pan, pan y al vino, vino y que es mejor verla en su ambiente, en medio de sus carnavales, que no son fastuosos, sino intensos; donde una mano sale en cualquier parte a ayudarte y luego sigue su camino, la ciudad de la “Mujer de Antonio”, de “Lágrimas negras” de “Lola Kindelán”, de las “Frutas del Caney” y de los amores para no olvidar, porque se hicieron al toque del tambor y al ritmo de la corneta china, quien no vivió eso, “NO SABE LO QUE ES LA VIDA”

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