“Ojos de
América”. Oleo de Lorenzo Santos (Losama)
Colección
Museo Casa Natal de José Martí
Este hermoso párrafo se debe a la pluma joven
de José Martí, escrito en Guatemala en 1877, nos cuenta su experiencia de
comensal en una casa humilde donde falta el cubierto pero no la buena comida
autóctona descrita con tal profusión que parece estar en nuestro paladar, es un
homenaje a la gente humilde que te ofrece lo que tiene por el solo hecho de ser
un huésped, costumbres que embellecen la pobreza y exaltan la humildad.
Este breve párrafo tal vez requiera de más de
una lectura para su entendimiento, porque el innovador que hay en Martí hace
algunas paráfrasis y giros idiomáticos que pudieran dejar sin disfrutar de este
“banquete” de buena lectura que él nos ofrece:
«A bien que
aquí viene la cena, y como me la sirven manos blancas, y doy la espalda al
zafio rústico, espárceme el ánimo, y con él la descripción. ¡Oh acero de
Manchester; y cuchillos de Gloucester y tenedores de Springfield! i Oh
cubiertos ingleses de cabo de marfil y limpia hoja! Tres días van ya caídos, y
desde aquel de hoja de lata de Izabal, desaparecíanse de mis ojos los
cubiertos. En mí, la privación de la pulcritud interrumpe seriamente la vida.
Hecho a la pobreza, no vivo sin sus modestas elegancias,-y sin limpio mantel y
alegre vista, y cordial plática,-váyanse de mí, y no horabuena, los guisados
más apetitosos. Como es una función, nunca un placer, fuerza es amenizarla para
hacerla llevadera; y disfrazar con limpias bellezas su fealdad natural. Pensé
en Horacio y, ya que en Cuba no hemos tenido cantores de la dulcedumbre y amable
vida de los campos, hice tenedor de una rueda de plátano frito, y cuchillo de
un trozo de tortilla asada,-y bien asada,-y con esto medié al cabo el abundoso
plato de frijoles. Sazonélo esta vez con queso seco, hecho en la finca tres
días hace, pero acre y rasposo- ¡hubo de hacerlo el dueño mismo! Suntuoso oro
han servido a mis labios con esa amable taza de café. Me enardece y alegra el
jugo rico; fuego suave, sin llama y sin ardor, aviva y acelera toda la ágil
sangre de mis venas. El café tiene un misterioso comercio con el alma; dispone
los miembros a la batalla y a la carrera; limpia de humanidades el espíritu;
aguza y adereza las potencias; ilumina las profundidades interiores, y las
envía en fogosos y preciosos conceptos a los labios. Dispone el alma a la
recepción de misteriosos visitantes, y a tanta audacia, grandeza y maravilla.»[1]
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