miércoles, 4 de julio de 2018

CORRUPCIÓN, DÍAS DE TRISTEZAS



Para los que como yo frisamos los sesenta años y nos formamos bajo los principios éticos de la Revolución Cubana estos son días tristes, porque cada vez que escuchamos sobre una “explosión” en una empresa, una institución o una simple unidad de la gastronomía y los servicios, fundamentalmente si esta  dispone de grandes recursos y opera en divisa o goza de prestigio, nos da vergüenza y nos cuestionamos tantos años de sacrificios y entrega, para realizar un sueño de justicia social.
 Son “explosiones” de vergüenza porque lo que se expande es el mal manejo de los recursos del estado, el robo descarado de los fondos recaudados y que debían servir para hacer crecer nuestro deprimido país; el enriquecimiento ilícito, la ostentación onerosa de los bienes mal habidos y una vida de corruptela que lacera el “derecho” de las mayorías asalariadas y viviendo al límite, porque los salarios apenas alcanzan para comer y sin embargo estos “señores” viven a lo grande con el dinero que roban.
 En días como estos en que la “vanguardia revolucionaria” (de cualquier edad, credo y color) quiere poner en su lugar y rescatar a la REVOLUCIÓN en la que yo creo, dentro de la cual me eduqué y en la cual participo; siento un poco de desorientación y tristeza, porque los corruptos no  son marginales mal educados vistos con desconfianza, sino esos “nuevos ricos” que encalaron a sus puestos en contubernios familiares, favores de cama, compraventas de puestos e influencias o fidelidades oscuras, con un toque de familia mafiosa, que no se ve pero que tiene poder e influencia.
 Ellos se encubre, se creen intocables y cuando la realidad revolucionaria toca a sus puertas y tiene que responder por sus delitos se  trasmutan en “disidentes”, “anticastristas” o “víctimas del régimen”.
¿Quién los controló? ¿Quién les dio poder y recurso? ¿Quién responde? ¿Por qué el silencio y el síndrome del secretismo ante semejante crimen?
 De arriba abajo, el que delinca, que responda

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