Aguas territoriales
Martínez Pedro
“Las Revoluciones
no son paseos de carroza”
Alfredo
Guevara
Uno de los temas
más importantes para los intelectuales y artistas era la libertad de creación,
por lo que desde inicios hubo tensiones con ciertos sectores que desde la Revolución adoptaban
una posición más dogmática, este enfoque era asumido por los redactores de “Lunes de Revolución”, tabloide cultural
del periódico Revolución, dirigido por Guillermo Cabrera Infante, quienes desde
sus páginas comenzaron a “pedir cuentas” a los escritores y artistas por su
obra de “evasión de la realidad” y de poco o ningún compromiso social antes del
triunfo de la Revolución,
atacando directamente al grupo Orígenes
y su mentor José Lezama Lima.
En estos círculos intelectuales había muchas
preguntas sin contestar y desde la dirección de la Revolución no había una
política cultural definida, como no fuera la línea de “Lunes de Revolución”, que protagonizó una protesta por la censura
del documental “PM”, financiado por
este semanario y que fue interpretado como un ataque a la libertad de expresión
y provocó un malestar evidente entre los intelectuales de La Habana.
Por tal motivo la dirección de la Revolución convocó a
los intelectuales a una reunión realizada en la Biblioteca Nacional
José Martí, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961. El objetivo era debatir
los temas que preocupaban a este sector.
Fue un proceso extenso, en el que se
expresaron diversos criterios, y que terminó
cuando Fidel, después de escuchar todos los criterios, dejó definida la
política cultural del proceso revolucionario en sus palabras de resumen,
conocidas hoy como “Palabras a los
intelectuales”:
“Si a los
revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos:
el pueblo. Y siempre diremos: el
pueblo. El pueblo en su sentido real, es
decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el
olvido más cruel. Nuestra preocupación
fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases
oprimidas y explotadas del pueblo. El
prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será
bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será
útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos.
“Comprendemos que debe ser una tragedia para
alguien que comprenda esto y, sin embargo, se tenga que reconocer incapaz de
luchar por eso. Nosotros somos o creemos
ser hombres revolucionarios; quien sea más artista que revolucionario no puede
pensar exactamente igual que nosotros.
Nosotros luchamos por el pueblo y no padecemos ningún conflicto, porque
luchamos por el pueblo y sabemos que podemos lograr los propósitos de nuestras
luchas.
“Y la Revolución tiene que
tener una política para esa parte del pueblo, la Revolución tiene que
tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad, y
por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los
intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro
de la Revolución
tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun
cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene
libertad para expresarse. Es decir,
dentro de la Revolución.
“Esto
significa que dentro de la
Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque
la Revolución
tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el
derecho a existir. Y frente al derecho
de la Revolución
de ser y de existir, nadie -por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo,
por cuanto la Revolución
significa los intereses de la nación entera,- nadie puede alegar con razón un derecho contra
ella. Creo que esto es bien claro.”[1]
A pesar de la claridad de estos conceptos, a
lo largo de estos años su aplicación ha sido coyuntural y selectiva de acuerdo
al momento histórico y a la percepción de los “funcionarios” erigidos en
guardianes de esta política.
Durante este período el debate sobre la
creación artística y literaria se mantuvo con fuerza frente a los intentos de
estrechar el horizonte de la creatividad con la justificación del compromiso
social.
En 1967 Carlos Rafael Rodríguez en
conversación con alumnos de la Escuela
Nacional de Arte define con claridad posiciones con respecto
a la creación y los creadores:
“…De una
parte existe el peligro de la invasión administrativa en la esfera del arte.
Quiere esto decir que desde un punto de vista central cualquiera sea el
Partido…o sea la administración haya uno o varios funcionarios que juzguen lo
que debe o no debe ser exhibido.
“Y la
experiencia nos aconseja a ser muy cauteloso en esa materia, porque en este
caso puede ocurrir que los gustos individuales, de los funcionarios se
conviertan por obra y gracia de las autoridades, en gustos nacionales”[2]
Posteriormente llegarían los tristes días del Quinquenio Gris (Decenio tal vez), de silencios y ostracismos, prejuicios y exaltación del ego revolucionario a ultranza y el silencio de las voces disonantes.
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