Nicolás Guillén, un mulato de pueblo que nació
poeta en su Camagüey raigal nació un 10 de julio de 1902, justo en el año en
que nacía la República y en el que los principeños reivindicaran su derecho a
llevar el toponímico aborigen de Camagüey.
Cuando llegó a La Habana enfrentó con talento y
valor personal a una sociedad que cargaba aún con los prejuicios de tener en
sus calles a los antiguos esclavos de las plantaciones cañeras y a sus
descendientes, aún no reivindicados del todo luego de su apoyo decisivo para
expulsar a España de Cuba.
Era el año 1927 cuando el jovencito
camagüeyano se traslada a La Habana, ya había dejado atrás una etapa de
colaboración y buen periodismo en su ciudad natal y ahora en la capital se une
a los más inquietos grupos intelectuales del momento.
Él
es parte de una generación despojada del prejuicio frustrante y derrotista de
la intervención norteamericana, ellos veían el hecho de otro modo, manteniendo
la rebeldía de sus padres insurrectos pero combativos contra los
colaboracionistas y el servil pro-hombre de la República que se resignaban a la
República a medias que le habían dejado.
Con su llegada a la capital madura el joven
intelectual y su poesía se afilia a los aires vanguardistas que pugnan por
imponerse en el ambiente intelectual cubano.
Su entrada en grande en la literatura y la
cultura nuestra, será desde las páginas
del “Diario de la Marina”, con la que colabora en su sección “Ideales de una
raza” y fundamentalmente con la publicación en ella de sus poemas “Motivos del son”[1]
que escandalizaron a la conservadora élite intelectual habanera por la forma
desenfada de aquel mulato para mostrarnos esa otra cara de Cuba que estaba en
los más humildes y que ya algunos en la isla estudiaban como folklor, pero
ahora aparecía en rítmicos y sabrosos
poemas que nos hablaban del negro, de su descendiente el mulato y el
sufrimiento bajo una sonrisa de esta
gente nuestra, que somos nosotros mismos todos mezclados.
Con estos ocho poemas y la obra fecunda y
prolífera que vendrá después Nicolás Guillén entrará en la cultura cubana
arrastrando a su raza hacia el “color cubano” que hoy marca la cultura
nacional.
Tuvo la suerte de ver la Revolución triunfante
y de ser no solo un pilar cultural, sino político, de los radicales cambios que
este país vivió después de 1959.
Balada de los abuelos
Sombras que
sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta
de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
Pie desnudo,
torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco.
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco.
África de
selvas húmedas
y de gordos gongos sordos…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos…
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios…!
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!
y de gordos gongos sordos…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos…
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios…!
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!
¡Qué de barcos,
qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!
Sombras que
sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me
grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.
— ¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan:
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran. Cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan:
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran. Cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!
Tomado de West Indies Ltd., en Obra poética 1920-1972,
La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972.
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