sábado, 14 de julio de 2018

JOSÉ MARTÍ Y EL FÚTBOL AMERICANO




Estamos en plena efervescencia mundialista, muchos ya se duelen de la eliminación del equipo de sus amores, otros, apenas dos países (Francia y Croacia), mantienen la esperanza de alzar la fea copa con que la FIFA premia los esfuerzos de los gladiadores modernos. Aquí en Cuba donde el fútbol es mera anécdota hay miles siguiéndolo por la tele, en un esfuerzo del estado que incluyó la transmisión de todos  los partidos de la Copa Mundial en vivo, y por supuesto que en un país de deportistas y amantes al deporte no se habla de otra cosa que de fútbol.

 Quiero en medio de este entusiasmo por el “más universal” comentarles acerca de las crónicas que José Martí escribió, referidas a un primo hermano del balompié, ese “fútbol americano” que tanto caracteriza a los Estados Unidos, por su rudeza, virilidad y catarsis lúdica nacional y que nuestro Apóstol vio jugar durante su larga estancia de exilio.

 Entre de los deportes que se practicaban y practican en las universidades de Estados Unidos, uno de los más populares y brutales era el fútbol americano. José Martí tuvo oportunidad de presenciar algunos partidos en los que el encono convertía estos encuentros en batallas campales por la fuerte rivalidad, más allá del terreno de deportivo en el que se pone en juego el honor y el prestigio del jugador y de la institución que representa.

 Narró para la posteridad el juego tradicional de las universidades de Yale y Princeton, que dirimían año tras año al iniciarse el curso la supremacía deportiva. Esta tirantez derivaba en violencia, tanto en la cancha como en las graderías, por lo que aquellos juegos llamados a contribuir a la formación de la joven generación, terminaban en una irracional confrontación.

 Juego hecho a la medida de aquella nación joven y ruda, el rubby simboliza como ningún otro deporte a ese país.

 En noviembre de 1884 José Martí envía a Buenos Aires esta hermosa y épica crónica donde describe la batalla campal en la que se convirtió el juego anual entre las  universidades, Princeton y Yale:

“...Dicen que el juego ha sido horrible. Era una arena abierta, como en Roma. Luchaban como Oxford y Cambrigge en Inglaterra, los dos colegios afamados, Yale y Princeton... Naranja era el color de Yale y el de Princeton azul...El cielo sombrío como no queriendo ver...Los gigantes entrando en el circo, con la muerte en los ojos, llevan el traje de juego: chaqueta de cañamazo, calzón corto, zapatilla de suela de goma: ¡Todo estaba a los pocos momentos tinto en la sangre propia o en la ajena!”[1]

 El párrafo que sigue es una joya de la narración deportiva, llena de toda la emotividad de lo que ocurre en el terreno, con las palabras adecuadas y el dramatismo creciente hasta el desenlace final:

“Los de un bando se proponen entrar a punta de pie la bola en el campo hostil: y los de este deben resistirlo, y volver la bola al campo vecino. Este pega: aquel acude a impedir que la bola entre: uno se echa sobre la bola...: los diez, los veinte, todos los del juego, trenzados los miembros como los luchadores del circo, batallan a puño, a pie, a rodilla, a diente...Y cuando se apartan del montón el infeliz capitán del Yale, caída la mandíbula, apretados los dientes, lívido y horrendo, se arrastra por la arena hecha lodo... Si el día no acabase, no cesaría. Yale vence.”[2]

 Tras la conmoción del partido el Apóstol reflexiona: “El lucimiento mental se desdeña, y se enaltece el brío del músculo”[3]

 Era su modo de mostrarnos la rudeza de una sociedad en la que la espiritualidad y la nobleza eran en muchas ocasiones opacadas por la fuerza del músculo y el éxito a toda costa.



[1] Obras Completas de José Martí. Tomo X, p. 132. La Habana, 1975
[2] Ídem
[3] Ídem

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