jueves, 31 de mayo de 2018

FORESTIER EN LA HABANA

El Prado habanero debe su diseño actual a Jean Claude Forestier
(Foto tomada de internet)



Jean Claude Nicolás Forestier (1861-1930) es uno de los más importantes arquitectos paisajistas de la historia, tenía un sentido de la grandiosidad casi fanático y a sus proyectos de arquitectura escenográfica le debe París su perspectiva urbana del Arco de Triunfo de la Estrella, el ensanche de sus avenidas y bulevares y esa elegancia burguesa que nos hizo olvidar el París de Víctor Hugo, levantisco y popular, lleno de callejuelas sombreadas por sus edificios; pero no fue solo París: Barcelona, Lisboa, Buenos Aires y también La Habana contaron con sus consejos para hilvanar una ciudad grandilocuente, aséptica, donde el poderío burgués queda determinado por las grandes perspectivas centradas en los símbolos de poder del estado.
 Nuestro Mussolini tropical, el presidente Gerardo Machado quería mostrar una Habana distinta a las naciones americanas que se reunirían en Cuba en 1929, incluyendo al presidente de los Estados Unidos, por eso trajo al prestigioso paisajista francés para convertir a La Habana, mulata y rumbera, en una dama elegante con un tufillo franchute con bulevares, grandes espacios y un monumental Capitolio que por supuesto era casi igual al de  la capital de imperio.
 La pieza principal del Plan de Obras Públicas de Machado fue el «Plan Director de la Habana», que tenía por finalidad enmendar la escenografía arquitectónica donde se desenvolvía la burguesía nacional. La ciudad abigarrada y desordenada crecía prácticamente sin orden, por ello el gobierno invita al famoso proyectista francés   Forestier, quien vino con un competente equipo conformado por los arquitectos franceses, Eugene E. Beaudouin, Juan Labatut, Luis Heitzler, Theo Levan y M. Sorugue, a los que se unieron los cubanos Raúl Otero, Emilio Vasconcelo, Raúl Hermida, J.I. del Llano y los artistas Manuel Vega y Diego Guevara.
 Forestier y su equipo dividen la obra en dos partes: la primera a largo plazo y resumida en el Plan Director de La Habana y la segunda, más inmediata y que incluye las obras que el gobierno de Machado priorizara para retocar la fachada de la capital: viales, áreas verdes, elementos de mobiliario urbano y algunas remodelaciones a edificios estatales.
 El Plan de arquitecto francés se concretó en tres visitas que hizo a La Habana, la primera entre diciembre de 1925 y febrero de 1926, tiempo durante el cual estudió el plano general de la ciudad, proyectó el Paseo del Prado, el Parque de la Fraternidad, la Avenida del Puerto, la avenida de Las Misiones, el Parque El Maine, remodeló el Parque Central y dejó diseñado los bancos y farolas del Paseo del Prado.
 Su segundo viaje fue entre agosto y diciembre de 1928, dedicado a terminar el Plan Director, proyectando además  la continuación  del Prado frente al Capitolio; la remodelación y construcción de avenidas y paseos en la ciudad; proyecta la escalinata de la universidad y la del Castillo del Príncipe, entre otras obras.
 Su tercer y último viaje se produjo entre enero y marzo de 1930, proyecta los edificios públicos que  rodearían al Capitolio y que no llegaron a construirse; el ensanche de la calle Teniente Rey y proyectos de mobiliario urbano y áreas verdes.
 En cuanto al Plan Director de La Habana, mantiene los códigos eclécticos del Beaux-Arts francés, diseñando una ciudad monumental de grandes avenidas arboladas que permitieran la visión escenográfica de los grandes símbolos del estado: el Capitolio, Palacio Presidencial, Plaza Cívica, Universidad y otros edificios públicos.
 Las características más importante de este Plan Director es la toma de la Loma de los Catalanes como centro rector de la urbe (donde está hoy emplazado el monumento a José Martí y el Consejo de Estado), cuando era un sitio yermo con una pequeña ermita en su cima. Desde este punto donde se levantaría la plaza cívica, nacerían avenidas radiales y diagonales que entrelazarían los diferentes barrios de La Habana.
 El Plan Directos hace énfasis en las áreas verdes, valorando los tres elementos paisajísticos de la ciudad: la bahía, el litoral y la faja verde que acentuaría con la creación del Gran Parque del Almendares y del Gran Parque Nacional, establecidos como pulmones verdes de la ciudad.
 Esa era La Habana que diseñó Forestier a instancia de Machado, La Habana que sobrevive a lo largo del bellísimo Paseo del Prado habanero, desde el Malecón hasta la estatua de La India, pasando frente al Capitolio, el Parque de la Fraternidad, el Parque Central, con sus farolas diseñadas por Forestier de las cuales muchas sobreviven, a pesar de las desidias, La Habana tradicional, bullanguera y tumultuosa que ahora, salpicada de “almendrones”[1] y bicitaxis, parece una postal para turistas nostálgicos


[1]Automóviles de la década de los 50 hacia atrás, un “museo rodante” que aún  da servicio de taxi  a los cubanos

miércoles, 30 de mayo de 2018

EL BARROCO CRIOLLO

La Habana, autor René Portocarrero



El siglo XVIII es el siglo barroco en Cuba y fundamentalmente de La Habana, tanto en las artes como en la construcción, será este estilo el que defina las normas e ideas que llegan un poco tardías pero que influyen grandemente en la sociedad criolla que adapta lo barroco a sus condiciones insulares, tanto en lo material como en lo espiritual.
 En la arquitectura el barroco cubano tiene características muy propias dadas por los materiales de construcción de que se dispone, principalmente piedras que por su fragilidad no podrían ser trabajada con la exhuberancia propia del barroco en otras latitudes, y además el clima y las condiciones geográficas en general que hacen necesario adaptaciones que en el orden práctico eran muy sui géneris.
 En La Habana la caliza conchífera de los arrecifes costeros de Cuba, conocidas como “piedra de Jaimanita”, es el material principal para las construcciones civiles y militares. Cortada en grandes bloques, esta piedra permite solo un sobrio tallado y con el tiempo se torna de un color oscuro musgoso que va muy bien con el carácter del estilo barroco.
 Predomina en el barroco habanero las líneas curvas e interrumpidas, el contraste de  luz y sombra determinado por la sinuosidad de las concavidades de las fachadas, completando el conjunto con los variados arcos y el predominio del medio punto adornado con lucetas de colores, que hace de la luz una fiesta en estos sobrios edificios.
 La Habana vive un auge constructivo en la medida que se acentúa el auge económico de la colonia y en especial de su capital. Dentro del recinto amurallado que define a la ciudad contrastan las opulentas y sólidas construcciones de los pudientes, con las huertas, terrenos baldíos y casa más humildes de su mayoritaria y heterogénea población.
 La casa residencial del criollo adinerado define su planta en este período. Evolucionando desde el siglo anterior a partir del mudejar español y las necesidades de la isla, la casa colonial criolla, agrega en su exterior el corredor de su fachada sostenido por grandes columnas de piedra.
 Casa señorial de dos plantas y con un piso intermedio (entresuelo), grandes balcones en la planta alta a lo largo de la fachada y otros breves en los entresuelos.
 Los balaustres de balcones y escaleras son de madera torneada, al igual que el enrejado de las grandes ventanas. Las puertas claveteadas y fuertes completan la carpintería de una casa que sigue teniendo el recogimiento e intimidad del siglo XVII.
 El patio central define esta casa, a él se abre las habitaciones y las galerías interiores centrando la vida doméstica de la vivienda.
 A lo largo del siglo se construyen nuevas iglesias y conventos sobresaliendo la iglesia de San Ignacio que los jesuitas construyen en la plazuela de la Cienaga, iniciada en 1742 y que en 1793 fue proclamada Catedral de La Habana.
 Esta iglesia catedralicia, por su belleza y originalidad constituye el principal exponente del barroco habanero y criollo. Su fachada central se debe al arquitecto Pedro de Medina, oriundo de La Habana, tiene una altura de  dieciocho metros y está formada por una pared con cierta concavidad, muy sencilla, con predominio de las curvas, distorsiones e irregularidades que permiten el juego de claro oscuro de la luz al incidir sobre ella. Completan el conjunto, dos torres campanarios de tamaño diferentes, rectangulares y con estrechas ventanas en el primer piso y otras en los pisos superiores con barandas sencillas.
 Esta arquitectura define hoy el perfil de La Habana colonial, la que se encerró entre poderosas murallas por más de doscientos años y vivió la ambivalencia de una vida mundana y marinera influida por la “flota anual” que traía a su puerto la prosperidad junto con todos los pecados del mundo; la que vivía al ritmo de las campanadas de sus Iglesias, pero que ya  fraguaba una vida inquieta y mulata, innegable a pesar de la “vista gorda” de las autoridades civiles y eclesiásticas.


martes, 29 de mayo de 2018

DE CUANDO LOS CAPITALES YANQUIS LLEGARON A CUBA




 En la vida no se puede ir constantemente levantando el dedo húmedo para ver de qué lado sopla el viento y tratar de ir a favor de este, en cuestiones humanas, tomar partido es honestidad y defender lo que uno cree, existe una tendencia a no recordar, a vivir el presente y ver el mundo según nos vaya en él, con un oportunismo pedestre que beneficia muchos intereses, sobre todo los que defienden las minorías poderosas.

 Siendo un cubano de a pie estoy al lado de los míos, que son mayoría y aunque creo que muchas cosas deben cambiar, que cambien para bien, no vaya a ser que “botemos al niño con el agua sucia”, como dice un viejo refrán español.

 Es así que yo, “me quedo con todas estas cosas / más dignas, más hermosas/ con esas yo me quedo”…[1] y vamos al tema:

 En el período que la Historia de Cuba reconoce como Tregua Fecunda (1878-1895) se inicia con fuerza la penetración del capital norteamericano en la isla, principalmente en la industria azucarera, la rama tabacalera y la minería. Desde 1880 comenzaron diversos grupos de inversionistas de Estados Unidos a explotar las minas de hierro, manganeso y cromo en los alrededores de Santiago de Cuba; en 1883 compran el primer ingenio azucarero, El Soledad en Cienfuegos y ya en 1891 varios grupos financieros yanquis montaron ingenios en Manzanillo, Sancti-Spíritus y Trinidad, además de comenzar a invertir en la industria tabacalera.

 Poco antes de comenzar la guerra del 95 las inversiones de los Estados Unidos era de alrededor de 50 millones de dólares, de los cuales unos 30 millones estaban invertido en el azúcar y otros 15 en las minas de la parte oriental del país. En el comercio la dependencia creció hasta el punto de desplazar a España como metrópoli económica de Cuba. En 1884 el 85 % de las exportaciones cubanas iban hacia los Estados Unidos y en la producción azucarera  la proporción subía hasta un 94 %.[2]

 En 1890 el Congreso de los Estados Unidos aprobó un arancel aduanal (Arancel McKinley), que estipulaba la entrada al país libre de impuesto a los azúcares crudos provenientes de los países que tuvieran similar gesto para la mercadería norteamericana. Esto desató una guerra arancelaria entre Estados Unidos y España por el comercio cubano, lo que provocó la unidad de todos los intereses económicos de la isla, tanto criolla como peninsular, en la petición del establecimiento de un tratado arancelario entre ambas naciones. El denominado Movimiento Económico presionó a España que finalmente en 1891 firmó un tratado que aseguró la libertad de derechos del azúcar cubano y ventajas para el tabaco y otras producciones de la isla en el mercado estadounidense.

 Esto trajo por consecuencia un salto de producción de azúcar, que de medio millón en 1890 aumentó a un millón de toneladas en 1894. La bonanza duró poco, el Gobierno de los Estados Unidos anuló los convenios con España al implantar una nueva tarifa (Tarifa Wilson) en beneficio del monopolio azucarero yanqui de Havemeyer. El precio del crudo cayó a menos de un centavo por libra entre 1894 y 1895 reduciéndose las exportaciones entre un 30 y un 50 %, provocando despidos masivos de obreros, disminución de salarios y ruinas a los productores, entre tanto en los Estados Unidos, José Martí asumía el liderazgo de la emigración revolucionaria cubana y preparaba la guerra necesaria.

Terminada la guerra en 1898, la primera medida del gobierno interventor fue rebajar los aranceles de entrada de las exportaciones norteamericanas hacia la Isla[3], sin que pudiera hacer lo mismo con los productos cubanos que entraban a los Estados Unidos. Con el consiguiente beneficio de los capitalistas norteamericanos y los comerciantes importadores en Cuba, la mayoría de origen español y en su mayoría enemigos de la independencia.

 En cuanto a las inversiones, si bien se creó una Ley que prohíbe a los norteamericanos conceder privilegios a sus connacionales en el tema de inversiones, esta se vulneró con frecuencia, aunque  la gran penetración norteamericana en Cuba vendría después, con la “República”.





[1] Canción de Pablo Milanés
[2] Francisco López Segrera, “Cuba: capitalismo dependiente y subdesarrollo”. Pág. 132. La Habana, 1981
[3] Esta medida fue tomada por el  gobernador de Santiago de Cuba Leonardo Word en Santiago de Cuba, aún antes de firmado el Tratado de París