Con
el triunfo de la
Revolución Cubana el 1ero de enero de 1959 cambiaron muchas
cosas en Cuba, llegaba al poder un grupo de revolucionarios dispuestos a
liderar los profundos cambios que necesitaba la sociedad, encabezados por el
Comandante Fidel Castro.
La discriminación racial latente en la
sociedad pre-revolucionario tenía una profunda raíz clasista dada la
pertenencia a los sectores más humildes del pueblo de las mayorías negras y
mestizas, agrupadas en sociedades y hermandades que servían más para que
continuaran segregados, que para luchar por una igualdad real ya refrendada en la Constitución del 40.
La
demagogia populista de los gobiernos burgueses mantenían un coqueteo constante
con estos sectores, para obtener sus apoyo electoral y político, en tanto
continuaba la segregación, velada o abierta.
No es de extrañar que en la vanguardia de los
trabajadores se destaquen líderes negros de la talla de Jesús Menéndez, Aracelio
Iglesia, Lázaro Peña, mano a mano con sus hermanos de causa, fueren del color
que fueren. Ellos estuvieron a la vanguardia, los dos primeros asesinados por
su radical defensa de los trabajadores y el tercero el líder indiscutible de
los obreros cubanos, que acompañó al proceso revolucionario hasta su muerte.
Es por ello que el líder de la Revolución, Fidel
Castro aborda el problema de la discriminación racial desde los primeros días
del triunfo y se pronuncia categóricamente:
“Una de las
batallas en que es necesario hacer hincapié (…), es porque se acabe la
discriminación racial en los centros de trabajo. No debiera ser necesario
dictar una Ley para fijar un derecho que se tiene por la simple razón de ser un
ser humano y un miembro de la sociedad.
“Nadie se
puede considerar de raza pura y mucho menos de raza superior.
“Hay que
dictar el anatema y la condenación pública contra aquellos que, llenos de
pasados resabios, de pasados prejuicios, tienen el poco escrúpulo de
discriminar a unos cubanos por cuestiones de piel más clara o más oscura.
Recordando
a Martí Fidel dijo
“La virtud,
los méritos personales, el heroísmo, la bondad, deben ser la medida del aprecio
que se tenga a los hombres y no el pigmento de la piel. El problema no es
cambiar el gobierno sino cambiar la esencia de lo que ha sido hasta hoy nuestra
política, política colonial.[1]
Esta política ha sido prioridad de la Revolución que sostiene
que la discriminación y los prejuicios raciales son antinacionales, porque
atenta contra los derechos de estas personas y se pone en peligro la unidad
nacional tan necesaria al proceso revolucionario.
El problema no fue de política estatal,
encaminada desde un primer momento a favorecer a los más humildes, sino de
pensar que con una campaña y la proclamación de la igualdad de todos los
cubanos, ya se acababa el problema, cuando la realidad social del país ha
demostrado que pese a todo, permanecen los prejuicios y la desventaja social de
parte de la población negra cubana, en tanto quedaban insatisfacciones que no
eran solo materiales sino de esencia espiritual.
Los duros años a partir de 1991, pusieron de
manifiesto estos problemas como arrecife que aflora en la bajamar y afrontarlos
requieren honestidad, sentido crítico y un amplio consenso participativo real
para completar la obra y lograr la plenitud social de todos y con todos.
[1]Fidel Castro, 1959 citado
por Pedro Serviat Rodríguez en “La discriminación y el racismo: lacras del
pasado” en Revista Universidad de La Habana, pág. 164, Nº 224, ene-abr, 1985
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