En
la cultura cubana la década del veinte del siglo XX es decisiva en cuanto a la maduración y presentación de una cultura nacional popular
que había estado presente desde hace más de un siglo, marginada y preterida por
una intelectualidad dominante, blanca, de pretensiones eurocéntricas y negadora
de lo que estaba pasando a su lado, junto a sus teatros, sus temporadas de
ópera trasnochada o el esfuerzo de
muchos doctos de buscar las raíces en la mulatés, pero renegando de la más
profunda negritud que era un secreto a voces de solo caminar por las calles de
cualquier pueblo de Cuba.
El impacto de la revuelta de los
independentistas de color, reprimidos a sangre y fuego en 1912, demonizados y
“mantenidos a raya” por las clases dominantes, no detuvo el curso de las tendencias culturales en Cuba que
mostraron su cara mestiza con más claridad y legitimidad por la alta cultura en
el país a partir de los años veinte.
Los estudios de Fernando Ortiz sobre las
raíces negras de nuestra cultura fueron el impulso para que otros intelectuales
y artistas tomaran conciencia de lo que estaba a su alrededor.
Comienzan
las artes plásticas y la literatura a
dar espacio consciente a los temas sobre la cultura afrocubana, como ya lo
había hecho la música desde el siglo XIX.
Nicolás Guillén es todo un acontecimiento con
su poesía que es pálpito de un pueblo que tiene al son en el latido de su
corazón y el ritmo en las caderas mestizadas de hombres y mujeres de esta isla,
todos mezclados, aunque haya quien quiera encontrar diferencia entre un mulato
claro, casi blanco, un jabao capirro o la gente de lustrosa piel negra.
Fue un aldabonazo, pero los artistas plásticos
comenzaron a ver la plasticidad del baile entre los cubanos humildes y la rumba pasó a ser tema de un
cuadro y los mitos y símbolos de religiosidad africana, sintetizados y
exuberantes sirvieron de temas a Wilfredo Lam para abrir la jungla complicada
del ajiaco criollo.
Las tendencias de las artes modernas que en Europa
vuelve su mirada a África, encuentra en Cuba un campo fértil: porque en esta
isla, África no está después del Océano Atlántico, sino en nuestra sangre,
resultado de dos siglos de esclavitud y un conglomerado de culturas que habían
llegado a esta isla y aunque la oligarquía criolla trató de impedirlo e
ignorarlo, estas culturas se arraigaron, resistieron y se fundieron con las
culturas europeas que se había asentado en la isla.
Por eso no basta reconocernos iguales, sino
identificarnos como el todo amalgamado que somos, reconociendo los prejuicios
que perduran, para vencerlos y aceptarnos en una comunidad de iguales, pero
diferentes, que es el sentido real de la diversidad cultural.
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