No hay cosa más bella que amar a los ancianos;
el
respeto es un dulcísimo placer.
José Martí
Quiero pensar desde mi edad, 68 años, lo
que quiero para mí y mis contemporáneos y los que nos son mayores, yo fui nieto
y ahora soy abuelo y hay muchas cosas que me preocupan con los muchos que hemos
llegado y llegaremos a este grupo etario.
Para muchos somos un “problema de la
sociedad”, cuando deberían pensar que somos un “logro social” de la
Revolución, que ha permitido que la esperanza de vida en Cuba rebase los 70
años y que hoy no somos el viejo analfabeto y semi analfabeto que tenía la vida
como único caudal de conocimiento, somos más, personas que nos formamos
profesionalmente, con un pensamiento más abierto al mundo, que soñamos con ese
mundo mejor y posible que no alcanzamos del todo pero que nos deja un caudal de
sabiduría que podemos seguir aportando.
Somos muchos pero la “invisibilidad” parece
ser el lugar al que nos relegan nuestros hijos y nieto en un fenómeno que se da
a nivel de la familia, que casi nunca se cuenta con el viejo para hacer planes
que le conciernen y le afectan con una desconsideración digna de quien cree no
llegará nunca a esta edad, considerándolos un estorbo y cuando menos un
problema más.
Pero en los centros de trabajo, apenas estamos
llegando a la edad de jubilación está el constante asedio para señalarnos los
años y la “posibilidad” de que “nos quedemos tranquilo en la casa”, sin tener
en cuenta nuestros intereses, motivaciones y capacidades.
“Ya viviste” es el insulto mayor a una persona
que rebasa los 65, como expresión de, “ya estorba, déjale el camino a otro”.
Por mi parte sigo haciendo planes, trabajando
mientras el cuerpo aguante y preparándome como el primer día para el reto de
mañana.