Autor Carlos Enriquez
Por
esos montes guantanameros desde la Guerra Grande, no solo había patriotas sino
grupos de guerrillero[1],
gente de la zona y conocedores del terreno, que vieron siempre en los
independentistas, enemigos de su tranquilidad. En la zona de Guantánamo, estos
grupos fueron famosos por sus desmanes y su capacidad de rastrear al adversario
y estaban formados por descendientes de los primeros habitantes de estas
tierras, de ahí el nombre que le da Martí, los “Indios de Garrido” según lo
escuchó de los campesinos.
“24.-Por el
cañadón, por el monte de Acosta, por el roncaral de piedra roída, con sus pozos
de agua limpia en que bebe el sinsonte y su cama de hojas secas, halamos, de
sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van
siguiendo de cerca las huellas. Por aquí pueden caer los indios de Garrido. Nos
asimos en el portal de Valentín, mayoral del ingenio Santa Cecilia-Al Juan
fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia; cuando su tío Luis
lo llama al
cercado (...)[2]”
Este día 25 de abril, José Maceo enfrenta en
Arroyo Hondo a las fuerzas españolas que vienen siguiéndole el rastro a José
Martí y Máximo Gómez, es el combate que describe Martí, desde un poco más al
norte, lo suficientemente cerca como para oír silbar las balas, luego del
combate José Maceo se encuentra con ellos y le obsequia a Martí su primer
caballo en la guerra. Dura referencia a Guantánamo en consideración a que en la
Guerra Grande fue una región integrista, negada a levantar armas contra España,
en primer lugar por el gran número de hacendados franco-haitianos que no veían
con simpatía aquella guerra y por otro lado el temor a una sublevación de
esclavos, justo en la región oriental con mayor densidad de ellos, Máximo Gómez
invadió aquella próspera comarca guantanamera en 1871 y a sangre y fuego la
incorporó a la guerra, Cuba la necesitaba:
“25.-Jornada de guerra.-A monte puro vamos
acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra,
hasta Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas, nos tajaban. Los bejucos
nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, puyadas al
tronco desnudo, o a tramo ralo.-La gente va vaciando jigüeras, y emparejándoles
la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros
velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas,
tres balas que dan en los troncos. “¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!“, dice
el muchachón agraciado de San Antonio, un niño. “Más bonito es de cerca”, dice
el viejo[3].
Siguiendo nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa
(...) Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel, y chocolate de “La Imperial”
de Santiago de Cuba (...) Maceo[4] vino a
buscarnos, y espera en los alrededores; (...)”
No hay comentarios:
Publicar un comentario