José Martí, autoretrato
(...) Homero precedió a
Fidias;
Dante precedió a la renovación maravillosa de las artes de Italia;
los
poetas siempre preceden.
José Martí
La sombra del Dante siempre acompañó a José
Martí quien vivió su vida en la dicotomía del italiano: infierno/paraíso, en
una manera humana de mostrarnos el bien y el mal como caras de una misma
moneda, en escritos breves, citas de ocasión, comparaciones “dantescas”, Martí
se acerca al genio de la “Divina Comedia”, este en un breve artículo
caracterizador que escribió para en la revista “La América” de New York, en
abril de 1884:
«A Dante, de cutis suave y ojos límpidos; a Dante,
joven, esperanzado y lidiador, pintaba, en su camino por los lugares donde el
florentino anduvo, el Century del mes de marzo. El número de abril nos lo pinta
ahora en el convento de Santa Croce di Corvo, andando como una sombra por entre
los monjes, que lo siguen entre afligidos y espantados; y cuando éstos le
imploran que diga lo que busca, él vuelve el luengo rostro, hendido de arrugas,
y dice con voz que todavía resuena: “ipace!” Del convento, donde es leyenda que
escribió el Infierno, aunque dice el admirable Federico Mistral, de Provenza,
que las negras rocas que vio luego en Arlés le inspiraron el destrozado paisaje
que en el Infierno pinta; del convento, se fue por el camino áspero y grandioso
de Comice, hendiendo nubes y tocando alas, hasta la calle de la Paja, de Paris,
llena entonces de estudiantes sorbonenses, que en un haz de paja se sentaban a
oír las lecciones de Sigieri, inspirado y famoso, porque no había en las
tétricas aulas otros bancos. Dantesco espíritu mima todavía aquellos lóbregos y
elocuentes alrededores. Y de París, cargada la mente de pensamientos más altos
que las torres de Nuestra Señora, y más lucientes que sus ventanas de colores,
fue a dar en Gubbio, en la desolada y noble Gubbio, más que Perugia etrusca con
su casa de ciudad de augusta entrada, cóncava la techumbre, de anchas losas el
piso, los muros de castillo; a Gubbio vino a dar, que ostenta todavía, como si
el poseer esta reliquia fuera su única razón para existir, el autógrafo único
que, sospechado de falsedad por ciertos dantistas, queda de la mano del poeta,
quien con peculiar ortografía de su propio nombre parece haber escrito a la
cabeza del soneto, impreso en todas las ediciones de sus obras: “Dante
Alighieri a Bosone Da Gubbio”. Por conventos y casas de amigos vino, absorto
pero callado, hasta Ravena, ya dejando volar y retornar, como águila hecha a
mensajes, la mirada magnífica, por las campiñas vastas y los montes que desde
sus celdas contemplaba; ya bajándose por sendas estrechas y rugosas, sólo de
los desesperados conocidas, a meditar en las sombrías cavernas. De los hombres
quitaba los ojos, y los ponía en la Naturaleza, por lo que fue tan grande su
poesía. En alto templete, coronado de bóveda sencilla, reposa ahora en Ravena,
a la luz de su propio Paraíso, el Dante soberano.»[1]
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