Dibujo de Orestes Suárez, 1985
Mucho
por andar por aquellos parajes que tanto conozco de mi querida Guantánamo, con
su gran mochila al hombro, cargada de libros, botiquín y cuanto le hacía falta
para comunicarse con los suyos, papel, pluma y tinta, que le permiten hacer
visible aquellos días de glorias, los últimos de su vida, saldando su deuda de
gratitud con ese pueblo montuno que le sale a las veredas o en el medio de los
montes y siempre, la naturaleza, poblada de aquellos “arroyos de la sierra” de
los que hablara en sus versos y un suspenso de maravilla en maravilla y ese
modo suyo de llamar “buniato”[1],
como lo hacen aún algunos campesinos de esa zona:
“16[2].-
Cada cual con su ofrenda-buniato, salchichón, licor de rosa, caldo de plátano,-
Al mediodía, marcha loma arriba, río al muslo. Bello y ligero bosque de
pomarrosas; naranjas y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin frutas
llegamos a un rincón de palmas, al fondo de dos montes bellísimos.- Allí es el
campamento (...)”[3]
Lo
cotidiano como máxima expresión del ser, Martí está encantado por esta
vegetación tan distinta de la que ha conocido hasta ahora, son lugares
agrestes, pero habitados por gente noble que sabe del amor al prójimo y a la
patria por conquistar, en sus apuntes vuelve la poesía al mirar el azul turquí
de los cielos orientales, por estas fechas despejados de nubes y fuertes
vientos:
“17.-
La mañana en el campamento (...) Al fondo de la casa, la
vertiente con su sitierío cargado de cocos y plátanos, el algodón y tabaco
silvestre (...) y el infinito azul arriba (...) -Libertad en lo azul –me
entristece la impaciencia- Saldremos mañana (...)”
El día 18 de abril de
1895 vuelve la mirada a esa gente sencilla que admira su interesa, hace un
breve recuento de la vida del campamento y repasa aquella topografía difícil
que no arranca de él una sola queja, está en Cuba, es lo importante:
“18.-
A las 9½ salimos. Despedida en la fila.- G.[4]
lee las promociones Pto. [5]Rico
dice: “Yo muero donde muera el G.[6]
Martí”.- Buen adiós a todos (...)-Por altas lomas pasamos seis veces el río
Jobo (...) Por la cresta subimos (...) y otro flotaba el aire el aire leve, veteado
(...) En el camino a los Calderos, -de Ángel Castro- decidimos dormir, en la
pendiente (…)”
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