He aquí una definición que
dio nuestro José Martí sobre lo que debía ser un Diputado, definición que
mantiene su vigencia sobre esta figura
pública tan importante en los estados modernos, moldeables y manipulables y tan
dados a olvidar el mandato del pueblo.
En Cuba tendremos elecciones el marzo y más
que elegirlos los ratificaremos, porque en Cuba las listas son cerradas, tantos
aspirantes como asientos en el parlamento y muchas veces esto de “elegirlos” se
vuelve un ejercicio formal.
Se parte de un principio muy noble, que en el
Parlamento estén representados todos los sectores de la población, mujeres y
hombres, jóvenes y viejos, composición étnica, sectores sociales, cuadros,
militares y sobre todo militantes del partido comunista.
Creo que el sobrepeso está en la cantidad de
militantes del partido (“la vanguardia de la sociedad”) pero que responde
primero a las directrices de su agrupación que a las necesidades de la sociedad
y se convierten en un factor, sino de freno, al menos de “equilibrio mesurado”.
Veamos el criterio del joven Martí[1]
sobre lo que significa ser un Diputado:
“Hombre
encargado por el pueblo para que estudie su situación, para que examine sus
males, para que los remedie en cuanto pueda, para que esté siempre imaginando
la manera de remediarlos.
“La
silla curul es la misión: no es la recompensa de un talento inútil, no es el
premio de una elocución incipiente, no es la satisfacción de una soberbia
prematura.
“Se
viene a ella por el mérito propio, por el esfuerzo constante, por el valer
real; por lo que ha hecho antes, no por lo que se promete hacer.
“Los
privilegios mueren en todas partes, y mueren para alcanzar una diputación. No
es que las curules se deban de derecho a los inteligentes: es que el pueblo las
da a quien se ocupa de él y le hace bien.
“De
abajo a arriba: no de arriba abajo.
“El
ingenio no merece nada por serlo; merece por lo que produce y por lo que se
aplica.
“Debemos
el ingenio a la naturaleza: no es un mérito, es una circunstancia de azar: el
orgullo es necio, porque nuestro mérito no es propio. Nada hicimos para
lograrlo: lo logramos porque así encarnó en nosotros.
“¿Es
la inteligencia adquirida casualmente, título para la admiración y el señorío?
Diputado es el que merece serlo por obra posterior y concienzuda; no el que por
méritos del azar posterior se mira inteligente y se ve dueño.
“El
talento no es más que la obligación de aplicarlo. Antes es vil que meritorio el
que deja vagar, porque tuvo en sí mismo el instrumento del bien y pasó por la vida
sin utilizarlo ni educarlo.
“El
talento es respetable cuando es productivo: no debe ser nunca esperanza única
de los que aspiran a altos puestos. Diputado es imagen del pueblo: óbrese para
él. Estúdiese, propáguese, remédiese, muéstrese afecto vivo, sea el afecto
verdad. El talento no es una reminiscencia del feudalismo: tiene el deber de
hacer práctica la libertad.
“No
se arrastra para alzarse: vive siempre alto, para que nada pueda contra él.
“Se
enseña y se trabaja: luego se pide el premio.
“Se
habla, se propaga, se remedia, se escribe; luego se pide la comisión a los
comitentes a quienes se hizo el beneficio.
“El
beneficio no es aquí más que el deber: todavía se llama al deber bien que se
hace.
“La
diputación no se incuba en el pensamiento ambicioso: se produce por el
asentimiento general.
“Todos
creen útil a uno: uno es nombrado por todos: nombrado realmente por el bien
hecho, por la confianza inspirada, por la doctrina propagada, por la esperanza
en lo que hará.
“El
hombre útil tiene más derecho a la diputación que el hombre inteligente. El
inteligente puede ser azote: el útil hace siempre el bien.
“Se
cree que es el talento mérito nuestro, y que él da derecho de esperarlo todo:
él impone la obligación de aprovecharlo: cuando se busca la comisión, ajeno ha
de haber sido el provecho.
“La
inteligencia no es la facultad de imponerse; es el deber de ser útil a los
demás”
[1] Este trabajo fue escrito por José Martí el
9 de julio de 1875 para la Revista Universal de México, tenía apenas 22 años.
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