Autor José Luis Fariñás
Por tierra orientales
marchaba un pequeño grupo de combatientes cubanos, buscando el modo de
fortalecer la insurrección anticolonial que desde el 24 de febrero de 1895
mantenía en pie de guerra a los cubanos. Uno de aquellos cubanos era José
Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano fundado en 1892 como la
organización capaz de aglutinar a todos los que quisieran la independencia y
estuvieran dispuestos a conquistarla.
Era Martí el inspirador de aquel renacido movimiento
de liberación nacional y sus criterios políticos, concensuados con los
combativos emigrados cubanos dispersos en los Estados Unidos, la cuenca del
Caribe, Centroamérica y Europa, eran de crear una república en la que todos los
habitantes de la isla pudieran vivir en prosperidad y pie de igualdad, sin
menguar sus derechos por su origen racial, clase social o credo, una república
participativa negada al despotismo de un caudillo, tanto como a la intervención
extranjera, esas eran sus preocupaciones de hombre de estado, fundar la
república nueva, que aún no era conocida en parte alguna.
Su muerte temprana e inoportuna dejó sin norte
aquel caudal de ideas y el pragmatismo político de la vanguardia de los cubanos
insurrectos centró en la idea necesaria de sacar a España de Cuba, el fin
último de aquella lucha, convirtiendo a la organización política de Martí, el
Partido Revolucionario Cubano, en un mecanismo de recaudación de fondos para
continuar la guerra, necesarios pero a todas luces reduccionista con los fines
que previó Martí y que fue respaldado por los fundadores.
El rumbo de la futura República perdió su
norte con la muerte de Martí, la Constituyente de Jimaguayú (septiembre de 1895)
ante cuya autoridad debió Martí declinar sus poderes y ponerse a su disposición
para servirla, se convirtió en el formal Gobierno de la República en Armas
representativo de las aspiraciones de los cubanos, pero a la larga en
contraparte y freno del Ejército Libertador, de cuyo caudillaje previno Martí, sin desconocer su papel
decisivo para el logro de la victoria sobre España.
Nunca a lo largo de la contienda cesó el pulseo entre el Gobierno
de la República
en Armas y el Ejército Libertador, ni aún en el momento de máxima expansión de
la guerra hacia el Occidente de Cuba conducida a sangre y fuego por los dos
caudillos principales de nuestras luchas de liberación, Máximo Gómez y Antonio
Maceo, debilitando con el cabildeo y la demora de los refuerzos y armas que
hubiesen llevado a España a la derrota.
Por más desgracia para el movimiento
revolucionario cubano, la muerte del inclaudicable Antonio Maceo debilitó mucho
más las posiciones nacionalistas y populares de la Revolución
independentista, dejando el claro vacío de un líder político capaz de enfrentar
los peligros que advirtiera Martí, la intervención norteamericana en la guerra
y la mediatización de los objetivos martianos
para la misma.
Dos Ríos no fue solo la muerte de José Martí,
fue también el declive político del Partido Revolucionario Cubano que el fundara,
el reacomodo de las fuerzas conservadoras dentro de este y su pérdida de peso
político dentro de los destinos de Cuba, diluido en el martirologio,
desconocida sus ideas, manipulado en un devenir que lo hizo profeta y convidado
de piedra.
¡Cuanta falta hizo
Martí!
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