martes, 23 de enero de 2018

ACOMPAÑANDO A MARTÍ




 Autor José Luis Fariñás

Por tierra orientales marchaba un pequeño grupo de combatientes cubanos, buscando el modo de fortalecer la insurrección anticolonial que desde el 24 de febrero de 1895 mantenía en pie de guerra a los cubanos. Uno de aquellos cubanos era José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano fundado en 1892 como la organización capaz de aglutinar a todos los que quisieran la independencia y estuvieran dispuestos a conquistarla.

 Era Martí el inspirador de aquel renacido movimiento de liberación nacional y sus criterios políticos, concensuados con los combativos emigrados cubanos dispersos en los Estados Unidos, la cuenca del Caribe, Centroamérica y Europa, eran de crear una república en la que todos los habitantes de la isla pudieran vivir en prosperidad y pie de igualdad, sin menguar sus derechos por su origen racial, clase social o credo, una república participativa negada al despotismo de un caudillo, tanto como a la intervención extranjera, esas eran sus preocupaciones de hombre de estado, fundar la república nueva, que aún no era conocida en parte alguna.

 Su muerte temprana e inoportuna dejó sin norte aquel caudal de ideas y el pragmatismo político de la vanguardia de los cubanos insurrectos centró en la idea necesaria de sacar a España de Cuba, el fin último de aquella lucha, convirtiendo a la organización política de Martí, el Partido Revolucionario Cubano, en un mecanismo de recaudación de fondos para continuar la guerra, necesarios pero a todas luces reduccionista con los fines que previó Martí y que fue respaldado por los fundadores.

 El rumbo de la futura República perdió su norte con la muerte de Martí, la Constituyente de Jimaguayú (septiembre de 1895) ante cuya autoridad debió Martí declinar sus poderes y ponerse a su disposición para servirla, se convirtió en el formal Gobierno de la República en Armas representativo de las aspiraciones de los cubanos, pero a la larga en contraparte y freno del Ejército Libertador, de cuyo caudillaje  previno Martí, sin desconocer su papel decisivo para el logro de la victoria sobre España.

 Nunca a lo largo de  la contienda cesó el pulseo entre el Gobierno de la República en Armas y el Ejército Libertador, ni aún en el momento de máxima expansión de la guerra hacia el Occidente de Cuba conducida a sangre y fuego por los dos caudillos principales de nuestras luchas de liberación, Máximo Gómez y Antonio Maceo, debilitando con el cabildeo y la demora de los refuerzos y armas que hubiesen llevado a España a la derrota.

 Por más desgracia para el movimiento revolucionario cubano, la muerte del inclaudicable Antonio Maceo debilitó mucho más las posiciones nacionalistas y populares de la Revolución independentista, dejando el claro vacío de un líder político capaz de enfrentar los peligros que advirtiera Martí, la intervención norteamericana en la guerra y la mediatización de los objetivos martianos  para la misma.

 Dos Ríos no fue solo la muerte de José Martí, fue también el declive político del Partido Revolucionario Cubano que el fundara, el reacomodo de las fuerzas conservadoras dentro de este y su pérdida de peso político dentro de los destinos de Cuba, diluido en el martirologio, desconocida sus ideas, manipulado en un devenir que lo hizo profeta y convidado de piedra.

¡Cuanta falta hizo Martí!

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