Soy un adulto mayor, esa clasificación de la que no sé si alegrarme o entristecerme, por los prejuicios que la misma encarna, incluyendo la sobreprotección, en tratamiento paternalista y en el peor de los casos subestimación, por eso traigo al CUBANO MAYOR, quien con apenas 42 años murió, pero escribió para todos los tiempos y con él en el alma seguir adelante con derecho a ser oído, con un lugar social que me he ganado y con esa inmensas cualidades espirituales que la vida da al anciano.
José Martí escribió con mucho respeto a cerca de los ancianos, en una época en la que este grupo etario tenía una relevancia mucho más fuerte en la sociedad, sus criterios vertido en artículos, cartas o en frases que cierran una idea completa, nos permiten hoy tener un ideario a cerca de un tema que subyace y va más allá de la asistencia social para colocarse como una necesidad espiritual a tratar con urgencia:
“La ancianidad es sublimemente sintética. Habla como los pueblos antiguos, en frases cortas, con grandes palabras. Todo se agranda al ascender: así es tan grande la cumbre del camino”[1]
Por eso su experiencia supo aprender de sus mayores, de sus sacrificios, de la vida que habían llevado y del ejemplo que legaban:
“No hay cosa más bella que amar a los ancianos; el respeto es un dulcísimo placer… Los ancianos son los patriarcas”[2]
Sus elogios van dirigidos a ese anciano que le habla de las epopeyas vividas, del sacrificio realizado, de los méritos que no se pueden perder, de la luz que debe ser trasmitida:
“¡Oh, cana cabellera, vida tan cierta por ser el punto y cabo de esta vida, imagen de lo perpetuo y de lo eterno que vas hacia lo que es llamado muerte vertiendo dones que fortalezcan al que aún tiene este pesado regocijo del espíritu, gusto de los ojos, orgullo para los que nacemos, y gala y lustre rica de las copiosas remembranzas de la patria!
“Así se piensa y se ama, cuando de un cuerpo viejo, se ve brotar ciencia gustosa por los labios trémulos, confianza en las miradas vivas, entusiasmo consolador en los ojos perpetuamente juveniles. Rejuvenece esa vejez; nace algo en esos cuerpos que van ya camino del yacer aparente del sepulcro.”[3]
De esas soledades y de una enseñanza familiar de respeto al anciano brotan frases hermosas de veneración:
“Cuando habla un joven, el alma recuerda dónde se enciende el vigor. Cuando habla un anciano, el alma descansa, confía, espera, sonreiría si tuviera labios, y parece que se dilata en paz”[4]
Este respeto al anciano y sus enseñanzas parecen anacrónicos en un mundo pragmático y hecho para el “hoy”:
“La voz de los ancianos tiene algo de los otros mundos: tiene algo de religioso, de paz no humana, algo de revelación. Se tiene como una garantía de consuelo en las palabras de un hombre anciano”[5]
Y la filosofía brota para definir la admiración por los reconoce “sabios” porque han vivido más:
“¡Hablan tan bien las cabelleras blancas! ¡Miran con tanto cariño los ojos de los ancianos! Dilatase el espíritu en contento: integrase el ser con esta vida ajena; como que se vierte uno de sí mismo en una atmósfera de extraña alegría: -al fin en irse de sí mismo consistirá en su día todo el vivir.[6]
“Los años santifican: los años embellecen; los años como aliento poderoso, soplan sobre el espíritu, y le dejan limpio, y libre de esas pasioncillas gusanosas que nos los envenenan, y nos lo roen en lo mejor de nuestra vida. ¡Y es hermoso ver rodar, al soplo recio del tiempo, cuerpo abajo esos gusanos! Ama más el hombre viejo. Y se le ama más. Si erró se le perdona. El hombre tiene necesidad de venerar. Goza en olvidar lo impuro”[7]
Con un poco más de madurez, conocedor de las hazañas de los ancianos de su tierra por defender la misma causa suya viene el firme y merecido elogio al viejo que escucha contarle sus historias:
“¡Se van, se van los viejos! Ellos son como ornamento, y la mejor fuente de fuerzas de la vida. ¡Qué ejemplo un anciano sereno! ¡Qué domador de fieras, todo anciano! ¿Cuán bueno ha de haber sido el que llega a esos años altos sonriendo?”[8]
“Por eso parecen siempre jóvenes estos ancianos, que comenzaron así la vida: en el campo rompiendo la tierra: en la ciudad, rompiendo los obstáculos”[9]
El elogio mayor para quien ha hecho mucho y no debe quedar olvidado:
“¡Qué encanto tienen los cabellos blancos! Parece que viene de lo alto lo que viene de ellos. Las puerilidades mismas están llenas de gracia en los ancianos. Se les ve como a veteranos gloriosísimo que vuelven heridos de una gran campaña. Los defectos, los delitos mismos, parecen como que se funden y desaparecen en la majestad de la vejez. ¡Qué hombres esos que han vivido ochenta años! Aun cuando hablen con voz trémula y anden tardo, se les ve como a titanes. ¡La vida llevaron a cuestas, y la sacaron a la orilla! A fuego lento se les ha ido blanqueando como la corteza al hierro en la fragua, los cabellos.”[10]
La veneración y el respeto, son, en todas las citas martianas sobre los ancianos, una constante:
“Una cabeza blanca había, que se llevó sin embargo todas las miradas. El hombre se siente consagrado en los ancianos”[11]
“En la calle nos debíamos quitar el sombrero cuando pasan los ancianos”[12]
A los niños les dirá en la revista que escribió para ellos:
“Cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste”[13]
En toda su obra periodística, no pierde ocasión para resaltar el valor de los ancianos para la sociedad, la necesidad de cuidarlos y respetarlos y el peligro de subestimarlos en los momentos que justo más necesitan de los que ayudaron a formar:
“…La juventud y la ancianidad aclamaban juntas…”[14]
“Solo los que se saben sacrificar llegan a la vejez con salud y hermosura”[15]
“Ha que culpa tan grande es la de no amar, y mimar, a nuestros ancianos”[16]
“¡Un viejo, con la barba blanca, que entra en mi oficina, en la oficina de un hombre que ha tenido padre, pidiendo limosna! –Eso sí que le hace dar un vuelco al corazón!”[17]
Ya casi al final de su corta vida escribe a su niña querida, María Mantilla en quien depositó todas sus esperanzas de padre y formador:
“…Sufrir bien, por algo que lo merezca, da juventud y hermosura. Mira a una mujer generosa: hasta vieja es bonita, niña siempre, -que es lo que dicen los chinos, que solo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño: y mira a una mujer egoísta, que, aun es joven, es vieja y seca. Ni a las arrugas de la vejez ha de tenerse miedo”[18]
[1] “Revista Universal”. México, Mayo 1875
[2] “Revista Universal”. México, Mayo 1875
[3] “Revista Universal”. México, Mayo 1875
[4] “Revista Universal. México, Mayo 1875
[6] “Revista Universal”. México, Mayo 1875
[7] “La Opinión Nacional”. Caracas.17/2/1882. Tomo 14, p. 396
[8] Periódico “La Nación”, Buenos Aires.25/2/1883 Tomo 9 p. 368
[9] Periódico “La Nación”, Buenos Aires.25/2/1883 Tomo 9 p. 367
[10] Revista “La América”. Nueva York Febrero 1884
[11] Periódico La Nación, Buenos Aires.3/1/1887. Tomo 11, p. 136
[12] Periódico La Nación, Buenos Aires.30/8/1888 Tomo 12 p. 45
[13] Revista La Edad de Oro Nº 2, agosto 1889. O.C. Tomo 18, p. 390
[14] Periódico El Partido Liberal, México 27/9/1889. O.C., Tomo 7. p.353
[15] Obras Completas. Tomo 2, p. 116
[16] Periódico Patria, 28/12 1893. Obras Completas. Tomo 5, p. 270
[17] Cuaderno de Apuntes Nº 18. Tomo 21, 395
[18] Carta a María Mantilla. O.C. Tomo 20, p. 212
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