viernes, 9 de octubre de 2020

10 DE OCTUBRE DE 1868


 

Es octubre y para los cubanos la primera evocación es para la hombrada de un grupo de orientales que en la mañana del 10 de octubre de 1868 iniciaron, ¡por fin!, las luchas para alcanzar la independencia del dominio español.

 América Latina hacía más de medio siglo que disfrutaba de la libertad arrancada al dominio español y se consolidaban en los territorios de nuestra América, Repúblicas inquietas e incompletas, pero celosas de su libertad conquistada a costa de muchos sacrificios.

  Cuba, “la siempre fiel”, como la denominaba la monarquía hispana, se debatía en el dilema de seguir bajo el duro régimen colonial, esquilmador de sus riquezas y negado a conceder libertades políticas mínimas a una clase burguesa poderosa, culta y de amplios recursos económicos, sostenidos por una masa de más de doscientos mil esclavos de origen africanos, tratados como “piezas de ébano”, pero que no contaban como seres humanos para aquellos “civilizados caballeros del azúcar”.

  Ese era el dilema para la nación, ya forjada y orgullosa de sí misma, pero sometida a una torpe política colonial que hizo todo lo posible, sin querer, pero por codicia, para perder lo poco que restaba de su imperio colonial.

  Carlos Manuel de Céspedes, un acomodado abogado y hacendado de la zona de Bayamo y Manzanillo, fue el catalizador de las aspiraciones de los más radicales de entre sus iguales y ante el fracaso de las negociaciones con las autoridades coloniales, no buscó el lamento conservador y cobarde, sino que se unió a otros patricios de sus zona para planear la única alternativa posible ante tanta soberbia e intransigencia colonial, la lucha armada para alcanzar la anhelada independencia.

 No pesó esta vez el temor a una sublevación de los esclavos aprovechando la coyuntura de la guerra, no temió perder sus comodidades y su hacienda en este viril gesto de rebeldía, solo pesó en la necesidad de la patria irredenta y la determinación de ser libres o morir en el empeño.

  Esa mañana del 10 de octubre de 1868, reunió en su ingenio azucarero de “Demajagua” a sus familiares y a un grupo de conspiradores de su zona y con valiente gesto de hidalguía, liberó a sus esclavos, a quienes invitó a luchar hombro con hombro por la patria común junto a sus antiguos dueños.

  Ese fue su gesto supremo, porque en la Cuba de su época, la esclavitud era el gran problema social de la isla y entre amos y esclavos había una profunda brecha de prejuicios, que no dejaba fuera a los cientos de miles de negros y mulatos que ya vivían libres en la isla colonial, haciendo oficios menores, obligados a vivir como parias en su propia tierra.

 La gesta libertadora cubana comenzó también un amplio proceso de integración racial y social que fundió a los estamentos diferenciados y rivales en  la nueva concepción de “luchadores por la independencia” que sirvió de base para fundar una República en Armas, alcanzar muchas victorias militares y radicalizar el protagonismos de los más humildes en este quehacer por la libertad.

 Diez años de guerra sirvieron de fragua para fundar un pueblo nuevo al que las indecisiones de las clases dirigentes cubanas y su miedo a la “popularización” de la guerra, lo llevaron a un pacto con España, que los patriotas más radicales, encabezados por el general negro Antonio Maceo, entendieron como una tregua para emprender nuevamente la guerra cuando estuvieran creadas nuevamente las condiciones para volver a luchar, por lo que aún no se había alcanzado, la independencia y la abolición de la esclavitud.

 Eso celebramos los cubanos el 10 de octubre, el inicio de nuestras luchas por la independencia de España y de cualquier vasallaje.

 

 

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