viernes, 18 de marzo de 2016

LA REACCIÓN CUBANA ANTE LA ENMIENDA PLATT.





Luego de disolverse las instituciones de la Revolución Independentista de Cuba, las autoridades interventoras norteamericanas prepararon las condiciones para crear en Cuba, sino una colonia, al menos un país atado de pies y mano.

 El 5 de noviembre de 1900 se reúne la Asamblea Constituyente que tuvo en Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily y Salvador Cisneros Betancourt, las figuras más relevantes en la defensa de las ideas más liberales que se discutieron en aquella Asamblea, que concluyó sus labores el 21 de febrero de 1901. El resultado de sus deliberaciones fue la Constitución de 1901 de la República de Cuba muy influenciada por la Constitución de los Estados Unidos y cuyo mayor defecto era el excesivo poder que concedía al presidente de la República.

 Presentada la Constitución al Gobernador yanqui Leonardo Wood para el conocimiento de las autoridades norteamericanas, estos respondieron el 1 de marzo de 1901 con una enmienda que debía añadirse con carácter obligatorio a esta Constitución y que el Congreso de los Estados Unidos había aprobado a instancia del senador Orville Platt, era la ignominiosa “Enmienda Platt”.

La Enmienda Platt fue rechazada por las clases populares y amplios sectores del independentismo y la intelectualidad cubana que se manifestaron en las calles contra aquel instrumento ingerencista, pero sectores muy influyente de la burguesía cubana manifestaron públicamente su apoyo a esta Enmienda, el Círculo de Hacendados, el Centro de Comerciantes e Industriales de Cuba, la Unión de Fabricantes de Tabaco, las Cámaras de Comercio de Santiago de Cuba y Guantánamo, estos sectores deseosos de un tratado de reciprocidad comercial que beneficiara sus intereses, obviaron que en aquella Enmienda y principalmente  en sus artículos 4to, 6to y 8vo se le imponía a Cuba un protectorado político.

Esos artículos le imponían a Cuba: la aceptación de la intervención militar norteamericana cuando ellos entendieran que estaban en peligros sus intereses; el no reconocimiento de la soberanía de Cuba sobre Isla de Pinos, la sesión de bases carboneras y la imposición de esta Ley como enmienda de la Constitución de Cuba.  El chantaje no se hizo esperar: “o se aceptaba la Enmienda a Platt o las tropas norteamericanas no se irían”.

En medio de este panorama Juan Gualberto Gómez se erige entre los pocos radicales que intenta salvar estos ideales en medio del naufragio revolucionario.  Había luchado con toda pasión en la Asamblea Constituyente para hacer prevalecer los principios de su amigo José Martí, olvidados por completo en una asamblea plagada de autonomistas, transfigurados en patricios; libertadores a la caza de una prebenda y negociantes a la búsqueda de un buen puesto o una concesión, a la sombra del verdadero amo del país.

En medio del vocerío, la serena ponencia de Juan Gualberto Gómez,  contra la Enmienda Platt desmonta toda la intención del dogal hipócrita, que se disfrazaba como una  reglamentación para garantizar las libertades cubanas y responde:

  “Solo vivirán los Gobiernos que cuenten con su apoyo y benevolencia: y lo más claro de esta situación sería que únicamente tendríamos gobiernos raquíticos y míseros (...), condenados a vivir atentos a obtener el beneplácito de los poderes de la Unión que servir y defender los intereses de Cuba.

“Solo tendríamos una ficción de gobiernos y pronto nos convenceríamos de que era mejor no tener ninguno y ser administrados oficial y abiertamente desde Washington que por desacreditados funcionarios cubanos, dóciles instrumentos de un Poder extraño e irrespetuoso.”[1]

 Desgraciadamente tras la lectura de la ponencia se produjo un encendido debate y se acentuó la división y el desconcierto. La presión de los interventores sobre los constituyentes fue muy fuerte y esto hizo que se rompiera la mayoría que rechazaba la Enmienda ante el chantaje yanqui y la frustración y falta de liderazgo entre los políticos cubanos. La Asamblea Constituyente voto a favor  de ella 16 votos contra 11, el 12 de junio de 1901.

En carta al presidente  Teodoro Roosevelt el gobernador Leonardo Wood le dice que en la Constituyente había alrededor de ocho “degenerados” dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto, contra quien escribe violentos e infames insultos.

Juan Gualberto votó en contra y donde quiera que se paró expresó su firme desacuerdo con este dogal político, que legalizó el protectorado yanqui en Cuba.

 El 20 de mayo de 1902, desde las páginas de El Fígaro  advierte nuevamente a los cubanos de entonces y de ahora:

“...Pero más que  nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada: y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evaluaciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí, cuando su genio previsor dio forma al sublime pensamiento de la revolución...”





[1]  Juan Gualberto Gómez citado por Ramón Guerra Díaz, en  “Juan Gualberto: el guardador de la República”. Ponencia. 9 de julio 2004

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