Luego de disolverse las instituciones de la Revolución
Independentista de Cuba, las autoridades interventoras norteamericanas
prepararon las condiciones para crear en Cuba, sino una colonia, al menos un
país atado de pies y mano.
El 5 de noviembre de 1900 se
reúne la Asamblea Constituyente
que tuvo en Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily y Salvador Cisneros
Betancourt, las figuras más relevantes en la defensa de las ideas más liberales
que se discutieron en aquella Asamblea, que concluyó sus labores el 21 de
febrero de 1901. El resultado de sus deliberaciones fue la Constitución de 1901
de la República
de Cuba muy influenciada por la
Constitución de los Estados Unidos y cuyo mayor defecto era
el excesivo poder que concedía al presidente de la República.
Presentada la Constitución al
Gobernador yanqui Leonardo Wood para el conocimiento de las autoridades
norteamericanas, estos respondieron el 1 de marzo de 1901 con una enmienda que
debía añadirse con carácter obligatorio a esta Constitución y que el Congreso
de los Estados Unidos había aprobado a instancia del senador Orville Platt, era
la ignominiosa “Enmienda Platt”.
La Enmienda Platt fue rechazada por las clases populares y amplios
sectores del independentismo y la intelectualidad cubana que se manifestaron en
las calles contra aquel instrumento ingerencista, pero sectores muy influyente
de la burguesía cubana manifestaron públicamente su apoyo a esta Enmienda, el
Círculo de Hacendados, el Centro de Comerciantes e Industriales de Cuba, la Unión de Fabricantes de
Tabaco, las Cámaras de Comercio de Santiago de Cuba y Guantánamo, estos
sectores deseosos de un tratado de reciprocidad comercial que beneficiara sus
intereses, obviaron que en aquella Enmienda y principalmente en sus artículos 4to, 6to y 8vo se le imponía
a Cuba un protectorado político.
Esos artículos le imponían a Cuba: la aceptación de la intervención
militar norteamericana cuando ellos entendieran que estaban en peligros sus
intereses; el no reconocimiento de la soberanía de Cuba sobre Isla de Pinos, la
sesión de bases carboneras y la imposición de esta Ley como enmienda de la Constitución de
Cuba. El chantaje no se hizo esperar: “o
se aceptaba la Enmienda
a Platt o las tropas norteamericanas no se irían”.
En medio de este panorama Juan Gualberto Gómez
se erige entre los pocos radicales que intenta salvar estos ideales en medio
del naufragio revolucionario. Había
luchado con toda pasión en la Asamblea Constituyente para hacer prevalecer los
principios de su amigo José Martí, olvidados por completo en una asamblea
plagada de autonomistas, transfigurados en patricios; libertadores a la caza de
una prebenda y negociantes a la búsqueda de un buen puesto o una concesión, a
la sombra del verdadero amo del país.
En medio del vocerío, la serena ponencia de Juan
Gualberto Gómez, contra la Enmienda Platt desmonta toda la
intención del dogal hipócrita, que se disfrazaba como una reglamentación para garantizar las libertades
cubanas y responde:
“Solo
vivirán los Gobiernos que cuenten con su apoyo y benevolencia: y lo más claro
de esta situación sería que únicamente tendríamos gobiernos raquíticos y
míseros (...), condenados a vivir atentos a obtener el beneplácito de los
poderes de la Unión
que servir y defender los intereses de Cuba.
“Solo tendríamos una ficción de gobiernos y pronto nos
convenceríamos de que era mejor no tener ninguno y ser administrados oficial y
abiertamente desde Washington que por desacreditados funcionarios cubanos,
dóciles instrumentos de un Poder extraño e irrespetuoso.”[1]
Desgraciadamente tras la lectura de la
ponencia se produjo un encendido debate y se acentuó la división y el
desconcierto. La presión de los interventores sobre los constituyentes fue muy
fuerte y esto hizo que se rompiera la mayoría que rechazaba la Enmienda ante el chantaje
yanqui y la frustración y falta de liderazgo entre los políticos cubanos. La Asamblea Constituyente voto a favor de ella 16 votos contra 11, el 12 de junio de
1901.
En carta al presidente Teodoro Roosevelt el gobernador Leonardo Wood
le dice que en la
Constituyente había alrededor de ocho “degenerados” dirigidos
por un negrito de nombre Juan Gualberto, contra quien escribe violentos e
infames insultos.
Juan Gualberto votó en contra y donde quiera que
se paró expresó su firme desacuerdo con este dogal político, que legalizó el
protectorado yanqui en Cuba.
El 20 de
mayo de 1902, desde las páginas de El Fígaro
advierte nuevamente a los cubanos de entonces y de ahora:
“...Pero
más que nunca hay que persistir en la
reclamación de nuestra soberanía mutilada: y para alcanzarla, es fuerza adoptar
de nuevo en las evaluaciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los
métodos que preconizara Martí, cuando su genio previsor dio forma al sublime
pensamiento de la revolución...”
[1] Juan Gualberto Gómez citado por Ramón Guerra
Díaz, en “Juan Gualberto: el guardador
de la República”.
Ponencia. 9 de julio 2004
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