Panchito Gómez Toro (centro) junto a José Martí y Fermín Valdés Domínguez. Cayo Hueso, 1894
Hace
140 años nació Francisco Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, este
joven de vida muy breve fue capaz de
encarnar valores y méritos que lo hacen digno de su eterna juventud y de ser
paradigma para las nuevas generaciones, he aquí la semblanza de su amistad con
José Martí
“El
mérito no puede heredarse, hay que ganarlo”
Francisco
Gómez Toro
Han pasado más de cien años desde el primer
encuentro entre José Martí y Francisco Gómez Toro allá en la República
Dominicana donde se había refugiado Máximo Gómez y su familia tras el término
de la primera guerra por la independencia de Cuba. Martí llegaba a ese país
para visitar al caudillo dominicano tras haber organizado el Partido
Revolucionario Cubano, con el objetivo de reiniciar la obra inconclusa de
aquellos veteranos.
Camino a la casa de Máximo
Gómez conoce a Panchito en la bodega (tahona) donde trabajaba, apenas tenía 16
años pero causa una grata impresión en el Apóstol por su seriedad y
responsabilidad ante el trabajo, además por los conceptos enraizados en él, su
patriotismo y el amor a su familia.
Panchito era el segundo de los hijos de Máximo
Gómez y Bernarda Toro, nacido en plena manigua cubana en un lugar llamado
Arroyo del Toro, en la finca La Reforma[1]
un 11 de marzo de 1876.
Al producirse el Pacto del Zanjón, la familia
Gómez Toro sale rumbo a Jamaica a finales de febrero de 1878. Les acompañan sus
tres hijos: Clemencia de cinco años, Panchito que no había cumplido aún dos
años, y Máximo nacido en 1877. El pelegrinar los llevará a Jamaica, Honduras,
los Estados Unidos, de vuelta a Jamaica y finalmente se establecen en
Dominicana, la patria del padre. Son años duros, sin trabajo, extranjeros en
todas partes y con las penas de Cuba en el alma.
Doce años tenía Panchito
cuando llega la familia a la patria paterna, por el camino ha nacido Urbano
(1880), su padre fomenta una pequeña finca cerca de Montecristi y en ella
permanecen hasta la salida de España de Cuba.
Mientras esto ocurre, en la emigración cubana
va creciendo la figura política de José Martí, unificador de ideas y voluntades
entre los cubanos veteranos o no de la Guerra Grande, pero convencidos todos de
la necesidad de la independencia.
En tarea de unir llega Martí a la tierra
quisqueyana el 12 de septiembre de 1892, Panchito lo conduce hasta la casa
donde la familia le dispensa al Apóstol todo género de bondades, el
Generalísimo Máximo Gómez no está en casa, aunque no tarda en llegar.
A despedirse un día después, dejará Martí sus
impresiones sobre el joven Pancho:
“Sigo
contigo, puesto que sigo con tu padre, que te sacó al mundo de su corazón, y te
llevo en mí, con tu gracia y virtud, como si fueras hijo mío. Nunca seré
indigno de que me quieras, y tengo por honor entre honores el haberte inspirado
cariño, y haber visto de cerca la gloria de tu casa. ¡Ahora entiendo mejor a tu
padre!”[2]
Más dirá Martí del muchacho al referirse a la
visita en el periódico “Patria” (29/4/1893):
“Antes
echó pie a tierra por breves momentos frente a un grande almacén (…) y el niño
ágil esbelto, fino en el traje y maneras, con el genio y virtud en los ojos, clavado
a su mesa humilde, aunque parecía ser el alma y confianza de la casa, era
sobrio ya como un hombre probado, centelleante con la luz presa, discreto como
familiar del dolor, el primer hijo de Máximo Gómez de dieciséis años. A la par
de él, niño otra vez el viajero, y crecida de pronto la criatura, llegaron como
amigos, a la casa modesta” [3]
Meses después, el 8 de abril de 1894 llegan a
Nueva York Máximo Gómez y su hijo Panchito, viene a ver a José Martí y a
conocer de sus planes de insurrección. Al viejo Gómez Martí lo conoce muy bien
pero su hijo se convierte en una revelación. El generalísimo lo deja junto al
Apóstol para que lo representara en su gira por el sur de los Estados Unidos,
Centroamérica y el Caribe.
Esta gira política sirvió para destacar los
valores ético-revolucionarios del joven que en medio del intenso viaje se hace
un activista que dejó admirado a Martí. No se conformó con ser el representante
del padre, sino que compartió la tribuna con Martí en el empeño de ganar
voluntades para la causa cubana.
En carta a Gómez Martí le expresa:
“(…)ha
sido bello oírlo hablar de súbito, componiendo con singular concisión de voces
el pensamiento sincero y oportuno, sin un solo floreo o tono violento, ni esos
traspuestos y aprendidos que en los mismos que pasan por maestros quitan fuerza
y hombría a la oratoria. Sin vacilar, y al correr de la mente, hace el ese
trabajo, rudo aún para los expertos, de ir cogiendo las palabras vigorosas y
propias, y cesa cuando el pensamiento cesa. Escribiendo todavía rebusca un
poco(…); pero hablando es dueño entero de sí, y ni temerá, ni adulará, ni
fatigará a las asambleas”[4]
Más adelante agregará:
“Ya
el conoce la llave de la vida, que es el deber (…) No creo haber tenido nunca a
mi lado criatura de menos imperfecciones” [5]
De la gira también hablará Panchito en carta a
sus familiares y fundamentalmente a su padre:
“Me
siento que llevo una pesada carga sobre mis hombros; me siento tan responsable
de esta carga, que no podré estar tranquilo mientras no esté satisfecho de que
tú a quien tanto debo me veas ya en el camino de poder conservar tu memoria,
como tú has conservado la de tus padres, cuya deuda era mucho más pequeña que
la mía”[6]
En otra de sus cartas su despedida es signo de
la madurez que va alcanzando:
“(…)
pero no pienses en el hijo, piensa en el soldado más obediente y cumplidor que
mañana has de llevar a la batalla”[7]
A Gonzalo de Quesada escribirá Martí por estos
días:
“Pancho
me tiene enamorado. Hombre alguno, por muy entrado en años, habría salido con
tanta discreción, con palabra tan generosa y medida, con tal dignidad y
desembarazo, de los continuos cariños que lo sacan de su varonil sobriedad (…)
Su bello corazón se digna o se derrama. Hay genio en el niño. No gana amigos
solo con el alma andante de su padre que ahora es, sino por sí por su reserva
decorosa, por su simpatía con los humildes, por el ajuste de su edad casi
increíble, del pensamiento sólido a las
palabras, preciosas y cargadas de sentido, con que lo expresa. Y a mí me llena
el corazón, porque es como si me hubieran devuelto al hijo que he perdido”[8]
Fueron meses intensos donde el genio del
Maestro encontró en el joven hijo del Generalísimo la continuidad de una
juventud comprometida con el deber, exigiendo su lugar en la lucha y no a la
sombra de los mayores.
Un años después se reiniciará la guerra de
independencia en Cuba, Panchito quedará en casa, disciplinado e inconforme, al
frente de la familia, pero hizo que el padre se comprometiera a mandarlo a
buscar en la primera oportunidad.
En carta a su padre le exigirá su lugar en la
Revolución independentista que se desarrollaba en Cuba:
“Me
siento, papá muy pequeño: hasta que no haya dado la cara a la pólvora, y a la
muerte, no me creeré hombre. El mérito no puede heredarse, hay que ganarlo”[9]
Su anhelo de luchar por la independencia de
Cuba se cumple al desembarcar el 8 de septiembre de 1896 en la playa de María
la Gorda en una expedición que trae el vapor “Three Friends” y que viene al
mando de Juan Rius Rivera. Su corta campaña bajo las órdenes del Mayor General
Antonio Maceo quedará trunca con su heroica muerte en los campos habaneros,
junto a su entrañable jefe, el 7 de diciembre de 1896.
[1] Actual municipio
de Jatibonico, provincia Sancti Spíritus
[2] José
Martí, Carta a Francisco Gómez Toro. La Reforma, 13/9/1892
[3] José
Martí, artículo en Patria, 29/4/1893
[4] Carta a
Máximo Gómez, 31 de mayo de 1894
[5] Ídem
[6]
Francisco Gómez Toro a Máximo Gómez. 25/6/1894
[7] Ídem.
10/5/1894
[8] José
Martí, carta a Gonzalo de Quesada. 28/5/1894
[9]
17/1/1896
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