viernes, 11 de marzo de 2016

JOSÉ MARTÍ Y PANCHITO GÓMEZ TORO, UNA AMISTAD MILITANTE




 Panchito Gómez Toro (centro) junto a  José Martí y Fermín Valdés Domínguez. Cayo Hueso, 1894

Hace 140 años nació Francisco Gómez Toro, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, este joven de vida muy breve  fue capaz de encarnar valores y méritos que lo hacen digno de su eterna juventud y de ser paradigma para las nuevas generaciones, he aquí la semblanza de su amistad con José Martí

“El mérito no puede heredarse, hay que ganarlo”
Francisco Gómez Toro
 Han pasado más de cien años desde el primer encuentro entre José Martí y Francisco Gómez Toro allá en la República Dominicana donde se había refugiado Máximo Gómez y su familia tras el término de la primera guerra por la independencia de Cuba. Martí llegaba a ese país para visitar al caudillo dominicano tras haber organizado el Partido Revolucionario Cubano, con el objetivo de reiniciar la obra inconclusa de aquellos veteranos.
Camino a la casa de Máximo Gómez conoce a Panchito en la bodega (tahona) donde trabajaba, apenas tenía 16 años pero causa una grata impresión en el Apóstol por su seriedad y responsabilidad ante el trabajo, además por los conceptos enraizados en él, su patriotismo y el amor a su familia.
 Panchito era el segundo de los hijos de Máximo Gómez y Bernarda Toro, nacido en plena manigua cubana en un lugar llamado Arroyo del Toro, en la finca La Reforma[1] un 11 de marzo de 1876.
 Al producirse el Pacto del Zanjón, la familia Gómez Toro sale rumbo a Jamaica a finales de febrero de 1878. Les acompañan sus tres hijos: Clemencia de cinco años, Panchito que no había cumplido aún dos años, y Máximo nacido en 1877. El pelegrinar los llevará a Jamaica, Honduras, los Estados Unidos, de vuelta a Jamaica y finalmente se establecen en Dominicana, la patria del padre. Son años duros, sin trabajo, extranjeros en todas partes y con las penas de Cuba en el alma.
Doce años tenía Panchito cuando llega la familia a la patria paterna, por el camino ha nacido Urbano (1880), su padre fomenta una pequeña finca cerca de Montecristi y en ella permanecen hasta la salida de España de Cuba.
 Mientras esto ocurre, en la emigración cubana va creciendo la figura política de José Martí, unificador de ideas y voluntades entre los cubanos veteranos o no de la Guerra Grande, pero convencidos todos de la necesidad de la independencia.
 En tarea de unir llega Martí a la tierra quisqueyana el 12 de septiembre de 1892, Panchito lo conduce hasta la casa donde la familia le dispensa al Apóstol todo género de bondades, el Generalísimo Máximo Gómez no está en casa, aunque no tarda en llegar.
 A despedirse un día después, dejará Martí sus impresiones sobre el joven Pancho:
“Sigo contigo, puesto que sigo con tu padre, que te sacó al mundo de su corazón, y te llevo en mí, con tu gracia y virtud, como si fueras hijo mío. Nunca seré indigno de que me quieras, y tengo por honor entre honores el haberte inspirado cariño, y haber visto de cerca la gloria de tu casa. ¡Ahora entiendo mejor a tu padre!”[2]
 Más dirá Martí del muchacho al referirse a la visita en el periódico “Patria” (29/4/1893):
“Antes echó pie a tierra por breves momentos frente a un grande almacén (…) y el niño ágil esbelto, fino en el traje y maneras, con el genio y virtud en los ojos, clavado a su mesa humilde, aunque parecía ser el alma y confianza de la casa, era sobrio ya como un hombre probado, centelleante con la luz presa, discreto como familiar del dolor, el primer hijo de Máximo Gómez de dieciséis años. A la par de él, niño otra vez el viajero, y crecida de pronto la criatura, llegaron como amigos, a la casa modesta” [3]
 Meses después, el 8 de abril de 1894 llegan a Nueva York Máximo Gómez y su hijo Panchito, viene a ver a José Martí y a conocer de sus planes de insurrección. Al viejo Gómez Martí lo conoce muy bien pero su hijo se convierte en una revelación. El generalísimo lo deja junto al Apóstol para que lo representara en su gira por el sur de los Estados Unidos, Centroamérica y el Caribe.
 Esta gira política sirvió para destacar los valores ético-revolucionarios del joven que en medio del intenso viaje se hace un activista que dejó admirado a Martí. No se conformó con ser el representante del padre, sino que compartió la tribuna con Martí en el empeño de ganar voluntades para la causa cubana.
 En carta a Gómez Martí le expresa:
“(…)ha sido bello oírlo hablar de súbito, componiendo con singular concisión de voces el pensamiento sincero y oportuno, sin un solo floreo o tono violento, ni esos traspuestos y aprendidos que en los mismos que pasan por maestros quitan fuerza y hombría a la oratoria. Sin vacilar, y al correr de la mente, hace el ese trabajo, rudo aún para los expertos, de ir cogiendo las palabras vigorosas y propias, y cesa cuando el pensamiento cesa. Escribiendo todavía rebusca un poco(…); pero hablando es dueño entero de sí, y ni temerá, ni adulará, ni fatigará a las asambleas”[4]
 Más adelante agregará:
“Ya el conoce la llave de la vida, que es el deber (…) No creo haber tenido nunca a mi lado criatura de menos imperfecciones” [5]
 De la gira también hablará Panchito en carta a sus familiares y fundamentalmente a su padre:
“Me siento que llevo una pesada carga sobre mis hombros; me siento tan responsable de esta carga, que no podré estar tranquilo mientras no esté satisfecho de que tú a quien tanto debo me veas ya en el camino de poder conservar tu memoria, como tú has conservado la de tus padres, cuya deuda era mucho más pequeña que la mía”[6]
 En otra de sus cartas su despedida es signo de la madurez que va alcanzando:
“(…) pero no pienses en el hijo, piensa en el soldado más obediente y cumplidor que mañana has de llevar a la batalla”[7]
 A Gonzalo de Quesada escribirá Martí por estos días:
“Pancho me tiene enamorado. Hombre alguno, por muy entrado en años, habría salido con tanta discreción, con palabra tan generosa y medida, con tal dignidad y desembarazo, de los continuos cariños que lo sacan de su varonil sobriedad (…) Su bello corazón se digna o se derrama. Hay genio en el niño. No gana amigos solo con el alma andante de su padre que ahora es, sino por sí por su reserva decorosa, por su simpatía con los humildes, por el ajuste de su edad casi increíble, del pensamiento sólido a  las palabras, preciosas y cargadas de sentido, con que lo expresa. Y a mí me llena el corazón, porque es como si me hubieran devuelto al hijo que he perdido”[8]
 Fueron meses intensos donde el genio del Maestro encontró en el joven hijo del Generalísimo la continuidad de una juventud comprometida con el deber, exigiendo su lugar en la lucha y no a la sombra de los mayores.
 Un años después se reiniciará la guerra de independencia en Cuba, Panchito quedará en casa, disciplinado e inconforme, al frente de la familia, pero hizo que el padre se comprometiera a mandarlo a buscar en la primera oportunidad.
 En carta a su padre le exigirá su lugar en la Revolución independentista que se desarrollaba en Cuba:
“Me siento, papá muy pequeño: hasta que no haya dado la cara a la pólvora, y a la muerte, no me creeré hombre. El mérito no puede heredarse, hay que ganarlo”[9]
 Su anhelo de luchar por la independencia de Cuba se cumple al desembarcar el 8 de septiembre de 1896 en la playa de María la Gorda en una expedición que trae el vapor “Three Friends” y que viene al mando de Juan Rius Rivera. Su corta campaña bajo las órdenes del Mayor General Antonio Maceo quedará trunca con su heroica muerte en los campos habaneros, junto a su entrañable jefe, el 7 de diciembre de 1896.



[1] Actual municipio de Jatibonico, provincia Sancti Spíritus
[2] José Martí, Carta a Francisco Gómez Toro. La Reforma, 13/9/1892
[3] José Martí, artículo en Patria, 29/4/1893
[4] Carta a Máximo Gómez, 31 de mayo de 1894
[5] Ídem
[6] Francisco Gómez Toro a Máximo Gómez. 25/6/1894
[7] Ídem. 10/5/1894
[8] José Martí, carta a Gonzalo de Quesada. 28/5/1894
[9] 17/1/1896

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