jueves, 26 de marzo de 2015

DESPEDIDAS DEL MAESTRO





 Ese agitado 25 de marzo de 1895 fue un día decisivo en la vida de José Martí, le urgía estar en Cuba, pero la presión de la diplomacia y el espionaje español hacía más difícil  el encontrar una embarcación para venir a la isla,  en el mismo día en que escribió el Manifiesto de Montecristi trata de tranquilizar a sus seres queridos, de que entiendan sus razones para estar en medio de la guerra y las amorosas razones de amor para que le recuerden.

 Aquí están otras dos cartas de ese día martiano, la primera a las hermanas Mantilla Miyares, esa niñas que ha visto crecer y en cuya formación puso todas sus esperanzas en los jóvenes; carta de  padre y amigo que aconseja a sus niñas para que trabajen en aquellos  en lo que pueden ser más útiles, al tiempo que las hace entender  que nada es más grande en la condición humana que la virtud.

 La segunda misiva a sus colaboradores más cercanos, Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra a quienes dice más entre línea de lo que queda en la tinta, son los hermanos preocupados por la vida del Delegado y el amigo, los hombres testigos de sus desvelos, uno de ellos, Gonzalo, el primero en ver en él al Apóstol de Cuba; el otro Benjamín el honesto tesorero del Partido Revolucionario Cubano, ambos, manos ejecutoras de sus deseos cuando el deber lo pone en los campos de Cuba, entender esto es conocer más a Martí, hagamos silencio y que la lectura nos deje la impresión grata de esos días de gloria del mejor de los cubanos:

Mi María y mi Carmita:
Salgo de pronto a un largo viaje, sin pluma ni tinta, ni modo de escribir en mucho tiempo. Las abrazo, las abrazo muchas veces sobre mi corazón. Una carta he de recibir siempre de Vds., y es la noticia, que me traerán el sol y las estrellas, de que no amarán en este mundo sino lo que merezca amor,–de que se me conservan generosas y sencillas,–de que jamás tendrán de amigo a quien no las iguale en mérito y pureza.–Y ¿en qué pienso ahora, cuando las tengo así abrazadas? En que este verano tengan muchas flores: en que en el invierno pongan, las dos juntas, una escuela: una escuela para diez niñas, a seis pesos, con piano y español, de nueve a una: y me las respetarán, y tendrá pan la casa. Mis niñas ¿me quieren?–Y mi honrado Ernesto.-Hasta luego. Pongan la escuela. No tengo qué mandarles–más que los brazos. Y un gran beso de su
Martí
(Montecristi) 25 de marzo (1895)[1]

Gonzalo y Benjamín:
Partimos. Toda palabra les parecería innecesaria o escasa. Cuanto puedo pedirles, está dicho. Ni sosiego, ni oportunidad, he hallado para ninguna declaración pública, que pudiera parecer más verbosa que útil. Ya será luego, con la majestad del país. Guíenlo todo, si aún tenemos autoridad, sin pompa y sin triunfo, ni más ansia que la de cumplir, con el mayor silencio, la mayor suma de deber. ¿No me regañan? ¿No me dicen predicador e intruso? ¿No me han olvidado aún las mujeres y las niñas o me piensan aún, de vez en cuando? ¿Y Flor, y Serafín y Rodríguez, y Hatton? Yo, tal vez pueda contribuir a ordenar la guerra de manera que lleve adentro sin traba la república, tal vez deba, con amargo valor, obedecer la voluntad de la guerra, y mi conciencia, y volver a abrazarlos. No flaquearé por ningún exceso, ni por el de la aspiración, fatal al deber, ni por el de condescendencia.–Amo y venero cuanto sacrificio respetable se hace alrededor de mí. Voy con la justicia.
Partimos, pues. Les dejo parte.–Ahí, pidan poco. Lo que dejo preparado, con lo natural ese hace. Enseguida, Hatton.–Por el orgullo
del cariño de Vds. de la dulce hermandad de Vds., es más fuerte.–
Su
Martí
(Montecristi) 25 de marzo (1895)[2]


[1] José Martí. Epistolario, t.5, p. 127.
[2] Ídem

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