José María Heredia nació en Santiago de
Cuba el 31 de diciembre de 1803. “A los ocho años de edad –dice Bachiller y
Morales- traducía a Horacio, sin cumplir los diez hacía versos, y a los quince
se recibía de bachiller en derecho en la Universidad de La Habana”
Luego de una larga estancia fuera de Cuba por
las responsabilidades de su padre como funcionario de Audiencia en La Florida, Santo
Domingo y Venezuela, regresa a Cuba en 1819 tras la muerte de su padre, dotado
de un talento natural para la literatura y en especial para la poesía. Su
madurez coincide con las inquietudes del segundo período liberal en España, las
guerras de liberación en América Hispana y la propagación de los ideales
humanistas y liberales de la burguesía frente al despotismo en retroceso y a la
defensiva en Europa y el mundo occidental.
La corriente literaria del romanticismo llega
a Cuba y América traído por los emigrados latinoamericanos que en mayor o menor
medida habían participado en el proceso liberador de Hispanoamérica. Cuba era
una encrucijada de viajeros, provenientes de las inquietas regiones rebeldes de
América y en ella se encontraba el joven Heredia, viajero perenne con sus
padres, bebiendo de las influencias de otras culturas de América y recalando en
su patria justamente cuando el proceso liberal se abre paso entre los jóvenes
intelectuales de su tierra y tiene en Varela, su maestro mayor desde la cátedra
de Constitución del Seminario San Carlos.
José María Heredia es el primer escritor
cubano en cuya obra es posible reconocer una identificación con la patria, ya
no solo como naturaleza, sino como entidad política independiente. A pesar de
que su educación básica no transcurre en la isla, al incorporarse a la misma se identifica con la patria y sus
actividades, entra en contacto con emigrados latinoamericanos en La Habana[1], amistad
que influye en la maduración de sus concepciones políticas en pro de la
independencia que lo llevarán a conspirar contra el régimen colonial y
posteriormente al destierro en Estados Unidos en 1823.
En 1925 fue llamado a México por el presidente
Guadalupe Victoria para desempeñarse en la jurisprudencia de ese país. Se
radica en Toluca donde fue director de
Instituto de Literatura para el cual escribió en 1827 sus “Lecciones de
Historia Universal”, un libro de historia que intenta dar una visión de la
historia universal desde la óptica de un hispanoamericano, partiendo de la
traducción razonada del libro “Elementos de Historia Universal” del historiador
inglés Tyler.
La novedad de su obra está en que agregó a
estas lecciones de historia las muy recientes entonces revoluciones americanas
por la independencia, realzando la gesta de los grandes pilares
independentistas del continente. Desde este punto de vista fue un precursor, al
escribir el primer libro de Historia Universal escrito en Hispanoamérica.
Su
labor en México contribuye a su maduración literaria definiendo su formación
romántica con su versos “En el Teocalli
de Cholula”, considerado los primeros versos románticos en castellano.
En Nueva York publica su cuaderno “Poesía” (1825) que le dará renombre en
América y Europa como uno de las más importantes figuras del romanticismo en su
lengua y el primer cubano en alcanzar fama internacional por los altos valores
estéticos de su obra poética.
Como figura del romanticismo, al igual que
como independentista, será precursor, terminando su vida en tierra extraña,
añorando la propia. Su poesía se sitúa en las raíces del romanticismo en Iberoamérica,
aunque en ocasiones deja ver el fardo retórico del neoclasicismo del que no
pudo desprenderse. Más su lírica dejó obras de inigualable valor como, la “Oda
al Niágara”, “Himno del Desterrado”, “Emilia” o “La Estrella de Cuba”, versos
en los que vibra la rebeldía y sus anhelos de libertad para su tierra natal,
casi siempre ausente de ella en su breve vida.
A la
muerte de Fernando VII y aprovechando la amnistía decretada por la Reina
Regente, fue autorizado a volver a Cuba durante dos meses, estaba muy enfermo y
quería ver a su familia. Su antiguos amigos y admiradores en La Habana le
dieron la espalda, lo consideraron un traidor a sus ideales y regresó a México
triste y desencantado para morir en Toluca el 7 de mayo de 1839.
He ahí la triste historia de un precursor, de
esos que nacen para abrir caminos aún en épocas en que las mayorías no están
preparadas para transitarlas.
[1]Las cuatro figuras más destacadas en
la difusión de los ideales de independencia por estos años fueron, el peruano
Manuel Lorenzo de Vidaurre, el ecuatoriano Vicente Rocafuerte, José Antonio
Miralla, argentino y José Fernández Madrid, colombiano.
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