Es
una costumbre personal por estos días de abril releer el “Diario de Campaña” de
José Martí, ese que escribió en sus últimos días de vida y que a mí se me
antoja “su novela con Cuba”.
Por esos montes guantanameros desde la Guerra
Grande, no solo había patriotas sino grupos de guerrillero[1],
gente de la zona y conocedores del terreno, que vieron siempre en los
independentistas, enemigos de su tranquilidad. En la zona de Guantánamo, estos
grupos fueron famosos por sus desmanes y su capacidad de rastrear al adversario
y estaban formados por descendientes de los primeros habitantes de estas
tierras, de ahí el nombre que le da Martí, los “Indios de Garrido” según lo
escuchó de los campesinos, pero que la historia local recoge como los famosos y
temidos “indios de Yateras”, este es su testimonio un 24 de abril de 1895:
“24.-Por el
cañadón, por el monte de Acosta, por el roncaral de piedra roída, con sus pozos
de agua limpia en que bebe el sinsonte y su cama de hojas secas, halamos, de
sol a sol, el camino fatigoso. Se siente el peligro. Desde el Palenque nos van
siguiendo de cerca las huellas. Por aquí pueden caer los indios de Garrido. Nos
asimos en el portal de Valentín, mayoral del ingenio Santa Cecilia-Al Juan
fuerte, de buena dentadura, que sale a darnos la mano tibia; cuando su tío Luis
lo llama al
cercado (...)[2]”
Al
siguiente día 25 de abril, José Maceo enfrenta en Arroyo Hondo a las fuerzas
españolas que vienen siguiéndole el rastro a José Martí y Máximo Gómez, es el
combate que describe Martí, desde un poco más al norte, lo suficientemente
cerca como para oír silbar las balas, luego del combate José Maceo se encuentra
con ellos y le obsequia a Martí su primer caballo en la guerra. Dura referencia
a Guantánamo en consideración a que en la Guerra Grande fue una región
integrista, negada a levantar armas contra España, en primer lugar por el gran
número de hacendados franco-haitianos que no veían con simpatía aquella guerra
y por otro lado el temor a una sublevación de esclavos, justo en la región
oriental con mayor densidad de ellos, Máximo Gómez invadió aquella próspera
comarca guantanamera en 1871 y a sangre y fuego la incorporó a la guerra, Cuba
la necesitaba:
“25.-Jornada de guerra.-A monte puro vamos
acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra,
hasta Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas, nos tajaban. Los bejucos
nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, puyadas al
tronco desnudo, o a tramo ralo.-La gente va vaciando jigüeras, y emparejándoles
la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros
velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate; entran, pesadas,
tres balas que dan en los troncos. “¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!“, dice
el muchachón agraciado de San Antonio, un niño. “Más bonito es de cerca”, dice
el viejo[3].
Siguiendo nuestro camino subimos a la margen del arroyo. El tiroteo se espesa
(...) Almorzamos huevos crudos, un sorbo de miel, y chocolate de “La Imperial”
de Santiago de Cuba (...) Maceo[4]
vino a buscarnos, y espera en los alrededores; (...)”
Así de
hermoso, objetivo y noble es el lenguaje casi coloquial del hombre que va de
asombro en asombro en esas tierra bravías del “alto oriente” cubano.
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