Entre las hermosas leyenda
de la Revolución Cubana está la de un joven santiaguero que en aquellos aciagos
años de la dictadura supo dejar su innata condición de maestro para ocupar el
lugar que necesitaba la patria, la de soldado y no el simple soldado de filas que
estaba dispuesto a ser, sino el capitán de milicias, el líder de aquellos que
se jugaban en las ciudades la vida, para que existiera una base segura y
constante que apoyara a las guerrillas que en sierra daban el combate diario, mantenían la
esperanza y se convertían por la voluntad de todos en la vanguardia de un
pueblo muchas veces engañado y con sus necesidades pospuestas.
Frank País García
era un conductor natural, con una gran
capacidad de convencimiento y autoridad nacida del ejemplo y de la experiencia
acumulada en aquellos pocos años que tenía, había nacido el 7 de diciembre de
1934, el mismo día que el general Antonio Maceo, santiaguero como él, de quien
heredó la voluntad del sacrificio y el firme credo en la disciplina y los
principios libertarios para lograr la victoria.
No había cumplido 23 años cuando murió
combatiendo en las calles de Santiago de Cuba, era el 30 de julio de 1957 y su
muerte fue un duro golpe a la insurrección revolucionaria.
Al enterarse de su muerte Fidel exclamó:
“¡Qué bárbaros, los cazaron en la calle
cobardemente, valiéndose de las ventajas que disfrutan para perseguir a un
luchador clandestino! ¡Qué monstruos, no saben la inteligencia, el carácter, la
integridad que han asesinado!...”
Es difícil comprender como un hombre destinado
a las aulas, formado en un ambiente profundamente religioso y con una
sensibilidad intelectual y humana extraordinaria, fue capaz de cumplir las
difíciles misiones que le impuso la guerra, con autoridad ganada con el
ejemplo, con la inteligencia puesta en función de la causa; solo es posible
entenderlo en el conocimiento profundo de la historia: cuando un pueblo lo
necesita, de sus entrañas nacen los héroes, nacen los líderes, nacen los
mártires.
Su primera gran misión para la Revolución fue
el levantamiento de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956 que organizó y
llevó a cabo ese día glorioso con el fin de permitir el desembarco del yate
Granma con más facilidad y menos presión del ejército, fue el primer día de “verde
olivo” y brazalete rojo y negro y el bautismo de fuego del capitán glorioso de
las milicias, Frank País García.