“Un pueblo no se funda, General,
como se manda un campamento”
José Martí
En
mi afán de que los cubanos y los latinoamericanos en general conozcan un poco
más a nuestro José Martí, quiero poner a su disposición una carta escrita por
José Martí en 1884 cuando apenas tenía 31 años y enfrentaba prácticamente solo
la tarea de organizar un movimiento revolucionario capaz de expulsar a España
de la isla de Cuba. Es por esos días que llegan a los Estados Unidos los prestigiosos
veteranos de la primera guerra por la emancipación de Cuba, los Mayores
Generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, dispuestos a levantar las huestes de
veteranos que en la emigración soñaban con el reinicio de la contienda
libertaria.
A esos esfuerzos se une José Martí, joven
periodista, con algún prestigio por entonces entre los emigrados cubanos de New York, quien le ofrece su
colaboración a los dos grandes líderes de la Guerra Grande.
En las numerosas e intensas conversaciones que
tuvieron ambos patriotas con los emigrados cubanos, en busca fundamentalmente
de financiamiento para un reinicio de la guerra, notó José Martí la forma de
convocatoria de estos basada más en el “ordeno y mando” de los militares, que
en convencimiento profundo de los combatientes
de la necesidad de emprender una nueva y por consecuencia cruenta confrontación
con España.
La siguiente carta de José Martí deja bien en
claro su posición, con un valor y diafanidad que hace a este documento una
pieza imprescindible y de actualidad de la historia latinoamericana y en
particular de la cubana:
Al
General Máximo Gómez
New York,
20 de octubre de 1884
Señor
General Máximo Gómez
New York
Distinguido
General y amigo:
Salí en
la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan penosa, que he
querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a
otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera,
o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás
atacadas,-sino obra de meditación madura. .- ¡que pena me da tener que decir
estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen
cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!-Pero hay algo que
está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta
de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir
en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a
mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y
funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de
desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por
el triunfo.
Un pueblo
no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos
preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se
muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y
elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de
independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal
disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el
espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente
afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de
que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha,
sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y
modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un
pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo
en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo,
para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la
fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?-Si la guerra es
posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes
existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria:
y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo
acto público y privado, el más profundo respeto-porque tal como es admirable el
que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran
idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por
ellas exponga la vida.-El dar la vida sólo constituye un derecho cuando se la
da desinteresadamente.
Ya lo veo
a Vd. afligido, porque entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que
emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un
motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con
la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso
que, a despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad adusta,
que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro,
y ponga en su puesto las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan
adelantado que no tengan remedio. Domine Vd., General, esta pena, como dominé
yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un importuno arranque de Vd. y
una curiosa conversación que provocó a propósito de él el General Maceo, es en
la que quiso,-¡locura mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra
de Cuba como una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner
pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la
quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos. ¡No: no, por Dios! pretender
sofocar el pensamiento, aun antes de verse, ¿como se verán Vds. mañana, al
frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la
victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en
espíritu, de quien la sirva con mayor
desprendimiento e inteligencia.
A una
guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los
representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos
amigos que pueda lograrse; a una guerra así, que venía yo creyendo-porque así
se la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa
respuesta,-que era la que Vd. ahora se ofrecía a dirigir;-a una guerra así el
alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;-pero a lo que en aquella
conversación se me dio a entender, a una aventura personal, emprendida
hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los
caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a
una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al
espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso
a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos
que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas por más
que fuese brillante y grandiosa; y haya de ser coronada por el éxito, y sea
personalmente honrado el que la capitanee;-a una campaña que no dé desde su
primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de
que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica;-a
una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente
movida, del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de
antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y
temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito-y no
se me oculta que tendría hoy muchas-no prestaré yo jamás mí apoyo-valga mi
apoyo lo que valga,- y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser
absolutamente honrado, vale por eso oro puro,-yo no se lo prestaré jamás.
¿Cómo,
General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo,
convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en
el alma?-Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a
echar sobre mis hombros.
Y no me
tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre
noble, y merece Vd. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.-y
puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros,
es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio,
sería la mayor ignominia. Es verdad, General, que desde Honduras me habían
dicho que alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que
Vd. lo sintiese, su corazón sencillo, que se aprovechaban de sus bondades, sus
impresiones y sus hábitos para apartar a Vd. de cuantos hallase en su camino
que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los
obstáculos que se fueran ofreciendo-a un engrandecimiento a que tiene Vd.
derechos naturales. Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para
andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo
no sirvo más que al deber, y con éste seré siempre bastante poderoso. ¿Se ha
acercado a Vd. alguien, General, con un afecto más caluroso que aquel con que
lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Vd. en
muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si
necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas
femeniles de hoy o esperanzas de mañana?
Pues
después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,-a Vd.,
lleno de méritos, creo que lo quiero:-a la guerra que en estos instantes me
parece que, por error de forma acaso, está Vd. representando,-no:-
Queda estimándole y sirviéndole
José Martí[1]
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