viernes, 10 de noviembre de 2017

LA CULTURA CUBANA, SUS DILEMAS Y FORTALEZAS

 

“Injértese en nuestras repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”
José Martí

En su célebre ensayo “Nuestra América” aparecido en enero de 1889   están estas palabras que resume con certeza su concepción de cultura partiendo del mantenimiento de aquellos elementos que la hace auténtica y única aunque en interacción constante con el resto del acervo cultural humano.

 Recordemos que “Nuestra América” fue escrito por José Martí a modo de resumen de sus ideas sobre el neurálgico tema de la identidad latinoamericana en momentos en que se cernía sobre los pueblos de esta parte del mundo los peligros de anexión y absorción cultural por las grandes potencias capitalistas, incluyendo a los Estados Unidos, por entonces un paradigma para la intelectualidad y la gente con poder  que veían en esa nación vecina el modelo a seguir, el ideal de nación y la posibilidad de igualárseles.

 Frente a ese mimetismo surge la palabra de José Martí advertidora y valiente para reivindicar todos aquellos elementos autóctonos que hacen diferentes a estas naciones de origen latino con fuertes elementos mestizos y una cultura ancestral que tiene su base en las naciones originarias que estaban aquí antes de la conquista.

 Era una frase que incluían también a Cuba, aún colonia cuando él escribe esta obra, pero con un pueblo que ya se reconoce otro frente a la metrópoli colonial, España; el pueblo cubano ya ha vivido un largo trecho forjador de su nacionalidad transcultural de más de tres siglo por entonces; que se ha levantado por su independencia y ha hecho una reafirmación de su cultura que se funde con elementos que ya le serán imperecederos: la libertad y el antimperialismos.

 Toca a José Martí el reconocimiento pleno de la madurez cultural de su pueblo, reconocerlo en toda su plenitud en los relatos de su emigración revolucionaria que cuenta con orgullo los avatares de la “Guerra Grande”, canta sus canciones, añora sus paisaje, mientras espera el reinicio de la contienda por la independencia para incorporarse a la tarea de hacer libre a su nación.

 Él mismo es fruto de esta cultura criolla madura y en transito de cubanía, educado por maestros cubanos que están orgulloso de serlos, que enseñan una literatura nacional que ya ha dado frutos de calidad y poetas como José María Heredia, Plácido, Zenea y otros muchos que primero se reconocieron en el paisaje cubano y luego fueron encontrando sus huellas en el pueblo y la isla que los vio nacer.

 Ese es el pueblo cubano que conoce José Martí, al que llama a la unidad y el sacrificio  no solo para lograr su independencia de España sino impedir su anexión a los Estados Unidos, esa era para él la mayor obra de este pueblo noble, trabajador y revolucionario.

 La muerte de Martí fue una gran pérdida para su pueblo, su prédica vehemente y su ejemplo de vida sirvió de lección para las generaciones de cubanos que en la República se dieron a la tarea de hacer la patria, completando el ideario abarcador del Maestro, luchando contra politiqueros y anexionistas de toda laya que resumieron la cubanía en varios elementos estereotipados  y serviles: rumba, mulata y ron; playa, juego y paisaje; vendidos como slogan para turistas (Ojalá la tendencia a repetir estereotipo no nos vuelva a convertir estos “entretenimientos” en el pan de mucha gente)

 Cuba era mucho más y la fragua de lo nacional siguió el derrotero martiano: en medio de la frustración  y la rebeldía, el pueblo cubano forjó una cultura de resistencia que  soñaba en versos de Guillén,  pinta en la trasparencias de Carlos Enrique y la mulatez  de Wilfredo Lam, canta en los sones y las rumbas de cualquier barrio, se permite el hermetismo creador del Grupo Orígenes, hace teatro con Paco Alfonso y Piñeras y se vuelve compromiso político en  Villena, Marinello, Carpentier, Carlos Rafael, Raúl Gómez García, para ir forjando con todos ese tronco fecundo de la cultura cubana al que constantemente se inserta el mundo, para bien.

 La Revolución Cubana triunfante el primero de enero de 1959, encuentra una cultura nacional madura y activa, fecunda y representativa, que saluda el cambio y se une a él, acepta el reto y nuevas savias que vienen de lugares disímiles. Fue necesario aceptar el reto de alfabetizar un pueblo, de masificar cultura y vestir el arte de campesino y obrero para fecundar el árbol de lo cubano, sin olvidar que el reto era “...injertar en nuestras repúblicas el mundo” fuera cual fuera el mundo y nuevas formas de ver la cultura y el arte llegaron  en medio de las transformaciones y la cultura cubana creció, asimiló la savia nueva y Martí siguió diciéndonos “...pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”

 Un pueblo crecido en estos cincuenta años de Revolución, ha consolidado una cultura donde “el ejercicio de la soberanía nacional es  la mejor escuela del espíritu, y del alma de un pueblo, el único medio de mantener despiertas sus virtudes cardinales.”[1]

 Donde puede considerarse  que  la cultura es una “... estructura asimiladora que digiere materiales extraños y que evolucionan sin perder por ello la conciencia de su identidad. Esa asimilación le enriquece y no puede afectar a su destino.”[2]

 Estas palabras escritas casi cien años después de la frase de José Martí, tienen el mismo objetivo de destacar la importancia de mantener las raíces de todas formación cultural como único modo de sobrevivir a los intentos hegemonistas de las culturas dominantes del primer mundo dueñas de los medios de comunicación y por ello vendedoras de modelos para los países de “menor desarrollo” cultural

 La vigencia de esta frase cobra fuerza mucho mayor en época de “globalización”, “aldea global”, “Mass Cultural” y todo intento de la maquinaria desculturadora del capitalismo moderno empeñado en hacer una versión sintetizada y sin grandes problemas de la cultura humana en general y de las diversas variantes de la misma según las experiencias de cada grupo humano.

 La Revolución Cubana que ya cumple  cincuenta y un años, como obra y continuidad histórica de las luchas y el pensamiento de José Martí basa su política cultural en este dilema de intercambio cultural que  desde el siglo XIX nos plantea Martí, no para dar la espalda al mundo sino intercambiar con él, asimilar y dar, crecer en la fusión pero teniendo bien claro cuales son las raíces que deben prevalecer para conservar la identidad de una cultura, hija ella misma del intercambio pero rica en peculiaridades que le dan signo de otredad y fuerza.

 La Revolución Cubana creó la oportunidad de desarrollo para la cultura nacional al incentivar a todos los creadores, priorizando la educación de un pueblo capaz de disfrutar del arte y la cultura auténtico, teniendo como máxima el hecho cierto  de que toda la cultura puede ser popular siempre que se auténtica, refleje el sentir de los seres humanos y no se separe de las bases culturales que le dieron origen.

 Otro principio básico para toda cultura revolucionaria está centrado en el hecho  de que la cultura está en constante cambio que ese proceso de “fusión” del que tanto se habla en la actualidad en algo inherente a las culturas nacionales en constante interacción unas con otras, para enriquecerse y salir fortalecidas, ese fenómeno es el que recoge José Martí en ese ensayo fundacional que es Nuestra América, donde no se habla de chovinismo, ni nacionalismos estrechos, sino de culturas en constante fusión para dar lugar a otros fenómenos nuevos en el ámbito del arte, la literatura y la vida y que solo el tiempo y el pueblo al que va dirigido avalará con su aceptación y desarrollo.

 Otro cubano imprescindible, Fernando Ortiz, no por gusto llamado el tercer descubridor de Cuba, devela este fenómeno de fusión cultural que ha llevado al pueblo cubano al desarrollo de una cultura mestiza de muchos componentes, pero donde se destacan dos grandes conglomerados culturales: los de origen ibéricos, venidos con los conquistadores y los de origen africanos, mezclados a fuerza de dolor e incomprensiones a lo largo del desarrollo de una economía plantacionista que tuvo al esclavo africano como principal mano de obra.

 A este proceso de “transculturación”[3] Fernando Ortiz lo comparó con el famoso “ajiaco cubano” al qué constantemente se le está añadiendo un nuevo condimento y ¿qué es este proceso sino el mismo al que José Martí se refiere en la frase que encabeza este trabajo, solo que para Martí esto se completa con un componente ideológico fundamental, la defensa de la autenticidad para mantener la soberanía y la libertad, por eso “el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”, lo cual tiene una vigencia primordial en este siglo XXI en el que se proclama la creación de una sola cultura universal, basada en el consumo de productos culturales, “fáciles de consumir” por todos y alienadores de la condición humana, rica, compleja y en constante desarrollo.


[1]“Los tres pilares de la identidad cultural” Por Cheikh Anta Diop” en Revista UNESCO Nº 5/6 1986
[2] Ídem
[3] Concepto acuñado por Fernando Ortiz para referirse a este constante intercambio y fusión de culturas y aparecido por primera vez en 1940 en su obra “Contrapunteo del tabaco y el azúcar”

jueves, 9 de noviembre de 2017

JOSÉ MARTÍ CONTRA LOS ESTADOS UNIDOS





 Los poderosos que nos invitan a olvidar la historia y vivir el presente con sus peligros políticos y sociales de sojuzgamiento y acato a su “modelo y orientaciones” tiene muy claro aquello de “Haz lo que digo y no lo que yo hago”, sino, veamos qué pasó con aquel convite oportunista que hicieron a las naciones latinoamericanas en época de José Martí y el análisis que hace nuestro Apóstol a esa postura hipócrita e intervencionista:

 Entre 1889 y 1891, José Martí librará una de sus más brillantes batallas por los pueblos de América Latina.

 El 24 de mayo de 1888 el presidente de los Estados Unidos “invitó” a  los gobiernos de los países hispanoamericanos independiente a una conferencia internacional en Washington, para estudiar, entre otras cosas, la adopción por cada uno de los gobiernos de una moneda común de plata, de uso forzoso en las transacciones comerciales recíprocas entre los estados de América.

 El 7 de abril de 1890, la Conferencia Internacional Americana propone establecer una unión monetaria internacional que tuviera como base  una o más monedas internacionales, uniformes en peso y ley, que pudiesen usarse en todos los países representados en esta conferencia.

 El 30 de marzo de 1891 un  diplomático de origen cubano presenta un informe a nombre de Uruguay en la Conferencia Monetaria Internacional de Washington, era José Martí quien hace un informe brillantísimo, primero en castellano y después en inglés, recomendando el bimetalismo y recordando de paso que no es “el oficio del continente americano restablecer con otro método y nombre el sistema imperial por donde se corrompen y mueren las repúblicas”

 Martí rechaza las opiniones de la delegación de los Estados Unidos, que aspiraba a la creación de una moneda internacional de plata, propone  la creación de un sistema de monedas uniformes, que harían más morales y seguras las relaciones económicas de los pueblos. Hace una caracterización de los EE.UU. y del peligro que representaba para América las intenciones de ese país.

 En ese discurso hace un llamado a que prevalezca, tanto en el comercio como en la política, la paz igual y culta y que todo cambio de moneda futuro debía hacerse en acuerdo con todos los países implicados.

 En esa misma comparecencia llamó la atención sobre otros aspectos del intercambio desigual entre las naciones de América, al decir “quien dice unión económica dice unión política” y “el pueblo que compra manda”

 Tan ardua fue su batalla que su débil salud se quebranta en aquel “invierno de angustia” de 1890 con la presión del convite de los Estados Unidos, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos” y nacieron sus testimoniales “Verso Sencillos” (1891) y escribió  “Nuestra América”(enero 1891), su ensayo más completo sobre América Latina.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

UNA CARTA DE JOSÉ MARTÍ A MÁXIMO GÓMEZ





“Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”
José Martí

En mi afán de que los cubanos y los latinoamericanos en general conozcan un poco más a nuestro José Martí, quiero poner a su disposición una carta escrita por José Martí en 1884 cuando apenas tenía 31 años y enfrentaba prácticamente solo la tarea de organizar un movimiento revolucionario capaz de expulsar a España de la isla de Cuba. Es por esos días que llegan a los Estados Unidos los prestigiosos veteranos de la primera guerra por la emancipación de Cuba, los Mayores Generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, dispuestos a levantar las huestes de veteranos que en la emigración soñaban con el reinicio de la contienda libertaria.
 A esos esfuerzos se une José Martí, joven periodista, con algún prestigio por entonces entre los emigrados  cubanos de New York, quien le ofrece su colaboración a los dos grandes líderes de la Guerra Grande.
 En las numerosas e intensas conversaciones que tuvieron ambos patriotas con los emigrados cubanos, en busca fundamentalmente de financiamiento para un reinicio de la guerra, notó José Martí la forma de convocatoria de estos basada más en el “ordeno y mando” de los militares, que en convencimiento  profundo de los combatientes de la necesidad de emprender una nueva y por consecuencia cruenta confrontación con España.
 La siguiente carta de José Martí deja bien en claro su posición, con un valor y diafanidad que hace a este documento una pieza imprescindible y de actualidad de la historia latinoamericana y en particular de la cubana:

Al General Máximo Gómez
New York, 20 de octubre de 1884
Señor General Máximo Gómez
New York
Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas,-sino obra de meditación madura. .- ¡que pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!-Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido  por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparativos de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?, ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?-Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto-porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida.-El dar la vida sólo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.
Ya lo veo a Vd. afligido, porque entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan remedio. Domine Vd., General, esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un importuno arranque de Vd. y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el General Maceo, es en la que quiso,-¡locura mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos. ¡No: no, por Dios! pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, ¿como se verán Vds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor  desprendimiento e inteligencia.
A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda lograrse; a una guerra así, que venía yo creyendo-porque así se la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa respuesta,-que era la que Vd. ahora se ofrecía a dirigir;-a una guerra así el alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;-pero a lo que en aquella conversación se me dio a entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas por más que fuese brillante y grandiosa; y haya de ser coronada por el éxito, y sea personalmente honrado el que la capitanee;-a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica;-a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida, del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito-y no se me oculta que tendría hoy muchas-no prestaré yo jamás mí apoyo-valga mi apoyo lo que valga,- y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro puro,-yo no se lo prestaré jamás.
¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el alma?-Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros.
Y no me tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Vd. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.-y puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia. Es verdad, General, que desde Honduras me habían dicho que alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Vd. lo sintiese, su corazón sencillo, que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar a Vd. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo-a un engrandecimiento a que tiene Vd. derechos naturales. Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con éste seré siempre bastante poderoso. ¿Se ha acercado a Vd. alguien, General, con un afecto más caluroso que aquel con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Vd. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana?
Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,-a Vd., lleno de méritos, creo que lo quiero:-a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Vd. representando,-no:-
Queda estimándole y sirviéndole
José Martí[1]



[1] José Martí Obras Completas. Tomo 1: 177