"Martí y la noche"
Autor: José Luis Fariñas
El
nacimiento de José Martí a mediados del siglo XIX le permite crecer y madurar
en un momento germinal de la cultura en la isla de Cuba: la creación de la
nación y el afianzamiento de la identidad nacional.
José Martí aprende con maestros cubanos
imbuidos de las ideas más avanzadas de su tiempo y todos ellos convencidos de
la existencia de la nacionalidad en la isla, algunos acariciando ya el
independentismo como ideal posible.
Rafael María Mendive como el más cercano a él,
es un liberal, discípulo de José de la
Luz y Caballero; marca
un significativo magisterio en la juventud criolla que se formó en su colegio o lo tuvieron como
influencia en sus conocidas tertulias de
mediados de la década del sesenta del decimonónico.
Este período histórico esta signado por la
circulación frecuente y cada vez más
amplia de la independencia como la necesidad más necesaria de la isla para
resolver sus grandes problemas sociales, las contradicciones con la metrópoli, el
estancamiento y decadencia de las clases dominantes criollas y la solución del
gran problema social de la isla que es la esclavitud de miles de seres humanos
para sostener la economía plantacionista azucarera.
El alzamiento de los orientales en 1868
liderados por Carlos Manuel de Céspedes, rompe con el mito de la sublevación de
los esclavos africanos como consecuencia de la lucha por la independencia y por
el contrario incorpora la abolición de la esclavitud como un reclamo natural de
la república a que se aspira.
En consecuencia José Martí un adolescente
habanero formado en lo mejor del pensamiento identitario de la isla abraza la
causa de la independencia e inicia una
participación comprometida y militante en los sucesos que a consecuencia de la
clarinada oriental ocurren en La
Habana.
Su accionar a partir de este momento va
dirigido a lograr este sagrado objetivo de la nación cubana y para ello uno de
sus principales intereses fue el estudio del pasado inmediato de la historia y
la cultura de la isla. No desconocía la fructífera herencia que recogía, no
solo de los que se pronunciaron abiertamente por la separación de España y la
soberanía de la isla, sino también de los que desde las aulas, las academias,
las publicaciones, tertulias o las tribunas, enaltecieron la cultura criolla de
lustre y personalidad propia, haciendo ver la madurez de la sociedad isleña en
transito hacía la cubana.
Orgullo y respeto por el pasado, acercamiento
crítico al pensamiento de los reformistas, convencimiento de que la solución no
estaba bajo la soberanía de España, ni de ninguna otra potencia, confianza en
la sociedad de la isla, no solo en su élite acomodada, sino en sus humildes
estamentos, incluyendo al negro; esta es la posición de Martí cuando decide su destino político: luchar por la libertad
del cubano.
Con él están los iluministas de la Sociedad Patriótica
quienes desde el siglo XVIII unen
esfuerzos por adelantar a la isla en el concierto de las naciones y logran en
poco tiempo una sociedad próspera, con una animada cultura y una poderosa clase
criolla de grandes contrastes, sostenedora de la monarquía española frente al
empuje liberal de la península y que
compartía la isla con una mayoría ignorada ajena de derechos: los esclavos
africanos base de la economía y sus riquezas.
No será hasta la década de los 80 del siglo
XIX, cuando Martí se radica en Nueva York y entra en contacto con la colonia
cubana de esta urbe que conocerá más profundamente de los escritos e ideas de
los iluministas criollos de la
Sociedad Patriótica, entre los que está Félix Varela, cuya
figura reencuentra y asume en los escritos de Antonio Bachiller y Morales, ya
anciano y venerado entre los emigrados
de la isla, a quien ve con frecuencia y cuyo trato hará que lo describa
como patriarca que escribe de aquellos hombres asentados en la base de la
sociedad cubana.
Notas y referencias dejan testimonio de las
lecturas de José Martí de la obra de Bachiller y Morales, se admira de aquellos
que abren camino en medio del oscurantismo y la ignorancia y lo que es aún más
importante abrazando las ideas del liberalismo burgués, que no llega a
concretarse en proyecto político por el compromiso pragmático que la
aristocracia criolla hace con la reacción española, siempre y cuando
garantizara el mantenimiento de la esclavitud como base de sus riquezas y
prosperidad.
En ocasión de la muerte de Antonio Bachiller y
Morales escribe Martí sobre la época que a este le tocó vivir:
“Nació
cuando daba flor la horca de Tupac Amaru; cuando la tierra americana, harta de
pena, echaba a los que se habían puesto a sus ubres como cómitres hambrientos;
cuando Hidalgo, de un vuelo de la sotana, y Bolívar, de un rayo de los ojos, y
San Martín, de un puñetazo en los Andes, sacudían, del Bravo al Quito, el
continente que despertó llamando a guerra con el terremoto, y cuajó el aire en
lanzas, y a los potros de las llanuras les puso alas en los ijares. Nació
cuando la misma España, cansada de servir de encubridora a un gitano, se
hallaba en un bolsillo de la chaqueta el alma perdida en Sagunto. Nació cuando,
al reclamo de la libertad que les es natural, los americanos saludaron la
redención de España, la luz del año doce, con acentos que al mismo De Pradt
parecían dignos, no de colonos de Puerto Rico y Veracruz, “sino de los hombres
más instruidos y elocuentes de Europa”. Nació en los días de Humboldt, de padre
marcial y de madre devota, el niño estudioso que ya a los pocos años,
discutiendo en latín y llevándose cátedras y premios, confirmó lo que Humboldt
decía de la precocidad y rara ilustración de la gente de la Habana, “superior a
la de toda la América
antes de que ésta volviese por su libertad, aunque diez años después ya muy
atrás de los libres americanos”. Pero no Bachiller, que se cansó pronto de
latines, por más que no les perdió nunca aquel miramiento de hijo, y aquella
hidalga gratitud, que fueron bellezas continuas de su carácter, a punto de
hacerle preferir alguna vez que le tomasen por hijo tibio de la patria que
adoraba, antes que por ingrato”[1].
De estas lecturas nace la veneración por el presbítero Varela, el
hombre que muere en el año de su nacimiento, el de la vocación de sacrificio y
servicio desinteresado a la patria, de quien dijo que era un patriota entero, “(…)que
cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades
criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de
Cuba como pudo, sin alocarse ni apresurares,
ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la
necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee
lo mismo que (con) nuestro escuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a
poseer”[2]
Habla
Martí de las simpatías anexionistas de algunos y les recuerdas que el noble
cura no quiso la anexión, pese a la admiración que sentía por lo que habían
logrado los estadounidenses.
Respeto es lo que siente Martí por el hombre
de letras y el pensador adelantado, que por su visión anticipadora y la manera
ágil y directa que tiene de enfrentar los grandes problemas de Cuba, con
energía y firmeza, llega a la conclusión de que la solución estaba en la
independencia; idea temida por los mismos burgueses criollos que alabaron al
presbítero en su cátedra del Seminario San Carlos y lo eligieron posteriormente
a las Cortes en 1821, y que en ese instante toman distancia del patriota
sincero que al igual que Cristo previó esa deserción al expresar:
“(…)
El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos que se tienen por
patriotas, (…) no hay placer mayor para un verdadero hijo de la patria como el
de hacerse acreedor a las consideraciones de sus conciudadanos por sus
servicios a la sociedad; más cuando el bien de esta exige la pérdida del aura
popular, he aquí el sacrificio más noble y más digno de un hombre de bien, y de
aquí el que desgraciadamente es muy raro”
En consecuencia con esa virtud y vocación de
sacrificio de Félix Varela, José Martí escribió en uno de sus cuadernos de
apuntes, una frase que bien puede calificar al cura precursor: “El primero será
siempre el que más desdeñe serlo”
Hombre de letras y rezos, de cultura
enciclopédica, rompedor de cánones y prejuicios, Varela fue el hombre que abrió
caminos en la mente de los criollos, cuando desde la cátedra de filosofía del
Seminario San Carlos, abogó por la experimentación científica, la especulación
investigativa, la enseñanza en español y la dignidad del hombre como patrón de
conducta.
José Martí conoce las ideas de Varela, las
tiene presente en los momentos que organiza un pueblo para conquistar la
independencia y reconoce el sacrificio
del que vio primero y más lejos al querer la emancipación de Cuba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario