martes, 23 de septiembre de 2014

UN LUGAR DE LA HABANA VIEJA




Este lugar me resulta entrañable porque hace quince años sin faltar un día, llego hasta aquella casita de fachada amarilla y ventanales azules para ocuparme del más hermoso de los oficios, cuidar la historia, trasmitirla apegado a la verdad, conversar con los que llegan desde todas parte de esta isla de Cuba y desde este mundo que cada día se nos hace más pequeño.
 Esta casita es una metáfora, en ella se resume el inicio de un hombre imprescindible para todos los cubanos, la figura  de la que hablan los libros, los estudiosos y los políticos, este que desde niño fue predestinado a ser conductor de pueblo, no por un don entregado por los dioses, sino por esa entrega al ser humano como causa principal, sin chovinismos, primero entre los suyos, esa familia fecunda y nutriente que le fue dada, después con su pueblo, entre los suyos, sufriendo las injusticias  de cada esquina, aprendiendo de cada hombre o mujer que entró en su vida, aunque solo fuera para saludarlo.
 Este hombre político fue poeta y soñó un mundo mejor y la humanidad por patria, sin olvidar que había nacido en una isla verde demasiado cerca de los gélidos egoísmos que se concentraban al norte, ese es José Martí, mi oficio es cuidar la casa donde nació,   esa que todos en Cuba saben dónde está, esa sencilla pieza de entramado urbano, en un bello rincón de La Habana colonial, rodeada de  gente que vive y sueña y que meridianamente es un resumen de Cuba y su historia.

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