lunes, 26 de febrero de 2018

VISIÓN ANTILLANISTA DE JOSÉ MARTÍ



Las Antillas que dan hijos brillantes, serán tierras gloriosas.
Ya las veremos resplandecer como las griegas.
José Martí

Las preocupaciones latinoamericanistas de José Martí nacidas al calor del conocimiento de Nuestra América pasan por la clara convicción de que Las Antillas son un factor geopolítico  vital tanto para el equilibrio social y político de América, como para impedir la expansión norteamericana hacia  otras partes del mundo  y que ya anunciaban con bombos y platillos los alabarderos de la prensa anexionista de los Estados Unidos a finales del siglo XIX que le tocó vivir a Martí. De sus análisis y reflexiones, sus advertencias y el llamamiento a la solidaridad continental para impedir  esta catástrofe, trata el siguiente  trabajo, que reafirma la confianza del Apóstol en los pueblos de Hispanoamérica al tiempo que ratifica la necesaria independencia para Cuba y Puerto Rico como parte de esta necesidad histórica de los pueblos de Nuestra América.

 La presencia de José Martí en los países latinoamericanos le descubre a este hombre de pensamiento abarcador y sagaz, una realidad nueva con la cual se va a identificar desde un principio. Entra en contacto con los pueblos hispanoamericanos y sus realidades inmediatas, primero en un acercamiento de simpatía e identificación con  su cultura e historia, sus problemáticas sociales y las secuelas caudillistas herencia del colonialismo español.
 Hombre de gran cultura y pensamiento avanzado José Martí conoce a una Hispanoamérica subvalorada por sus propios hijos muy en especial por su clase intelectual y política que cree vivir una especie de fatalismo cultural por el hecho de haber nacido en naciones nuevas, con realidades nuevas, pero que ellos identifican casi unánimemente como zonas de barbarie e incivilización.
 Lideradas por las oligarquías criollas, vacilantes y clasistas, soñando con refundar Europa en medio de un singular paisaje natural y humano, eran hijos de América pero no se reconocían en ella. Gamonales y terratenientes manejan a la desgajada América hispana como grandes cotos de despotismo sin corona, acentuando su poder sobre las masas indias, base de este mundo singular que pretenden desconocer.
 En José Martí se da un acercamiento maduro a las concepciones de una América Latina con personalidad propia y colmada de cualidades  sociales y espirituales capaces de llenar de orgullo a sus hijos cuando la descubren y valoran. Con una historia propia, nacida de sus raíces aborígenes en las culturas, maya, azteca e inca, entre otras; mezclada de forma dramática con las culturas occidentales y africanas, de las que nace una fuerza nueva, con las cualidades de su herencia y las dificultades de sus prejuicios.
  Allí atisbó Martí, pegado al pulso de sus pueblos, las huellas de una humanidad nueva crecida en esta parte del mundo, razas maltratadas y preteridas, humilladas por el orgulloso europeo. Asombrado de las ruinas precolombinas se llena de un sentido de pertenencia crecido en la medida en que son mayores sus contactos con otros pueblos de la dormida América, esa que poco a poco pasó a ser Su América, Nuestra América.
 En medio de este aprendizaje identitario conoce los complejos de la intelectualidad hispanoamericana, deslumbrada con una cultura europea que añora para sí y avergonzada de su indiada, sus negros y su mestizaje.
 En este rico y confuso medio social, Martí comprende que no habrá nación, ni identidad en América Latina, si estos pueblos y en especial su gente más culta, no asume su herencia cultural, con sus grandezas y nimiedades, sus orgullos y bochornos, para crecer unos y otros, como patria nueva de intereses comunes.
 De estas meditaciones nace su ensayo seminal, “Nuestra América[1], ese gran manifiesto cultural y político que no caduca y que define como ningún otro suyo, sus ideas sobre América Latina y su futuro.
 La primera advertencia es contra el “caudillismo”, fenómeno muy arraigado en  Latinoamérica y que convierte a los países y territorios en feudos y fincas particulares:”Cree el aldeano vanidoso que el mundo estero es su aldea, y con tal que el quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezca en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal”[2]
 No ignora el Apóstol el peligro que significan los Estados Unidos para la existencia misma de los países del sur del río Bravo, por eso señala el peligro de la otra América, emprendedora, pujante, ambiciosa, que nos desprecia y desea someternos. Ante esta amenaza, antepone la superación de los problemas que frenan a las naciones latinoamericanas y señala a la unidad y la integración en un solo pueblo como el modo de enfrentar estos retos.
 Si una llamó a la América Latina, una y muy importante, consideró a las tres Antillas hermanas[3], esas que, “(...) se tienden los brazos por sobre los mares y se estrechan ante el mundo, como tres tajos de un mismo corazón sangriento, como tres guardianes de la América cordial y verdadera, que sobrepujará a la América ambiciosa  como tres hermanas”[4].
 A lo largo de su bregar revolucionario por la independencia de las dos islas que aún ocupaba España en América(Cuba y Puerto Rico), no deja el Apóstol de insistir en lo esencial que resultaba el reconocimiento entre los hijos de estas islas, aún colonias, y los que vivían en las dos repúblicas que compartían la isla de Santo Domingo (República Dominicana y Haití), “(...)las tres vigías de la América hospitalaria y durable, las tres hermanas que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y enviándose los libertadores(...)”[5]
 En un escrito aparecido en el periódico Patria, en mayo de 1892, dedicado a homenajear al “criollo irreductible” el puertorriqueño Román Baldorioty Castro[6], Martí analiza con razones contundentes la necesaria unidad que ha de existir entre las tres grandes islas por donde comenzó la conquista de América Latina y asiento de una cultura mestiza y singular que simboliza lo mejor de este “ajiaco” cultural criollo y que él con sagacidad política y conocimiento de su historia, intuye en dilema alternativo: si libres bastión de la libertad y dignidad de Latinoamérica, si sometida a las apetencias yanquis, punta de lanza de la ambición imperial norteamericana.
 Su análisis objetivo y conmovedor da razones para la unidad antillanista dentro del conglomerado latinoamericano:
“No parece que la seguridad de las Antillas, ojeada de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa, en lo material insuficiente, que provocase reparo y justificara la agresión como de la unión sutil y manifiesta en todo(...) de las islas que han de sostenerse junta, o juntas desaparecer en el recuerdo de los pueblos libres”[7]
 Martí no alienta la formación de una República Antillana, sobretodo por los recelos que levantaría esta idea en las oligarquías locales y más aún en los Estados Unidos, que como bien dice él, tendría pretexto para una agresión. Pero sí las exhorta a la solidaridad y unidad “sutil y manifiesta” en “todo” para seguir siendo libres.
  En este mismo artículo advierte de los peligros internos que pudieran poner asechar la tan anhelada unidad: “(...) la rivalidad de los productos agrícolas, o por diversidad de los hábitos y antecedentes, o por temor de acarrear la enemistad del vecino hostil[8] , fuera de esos escollos eran y son más los factores que nos unen y hacen posible nuestra identificación como pueblos hermanos.
 Desde Nueva York, siguiendo la política de la naciente potencia imperialista, se da cuenta de que esta expansión dominadora de la oligarquía norteamericana pasa en primer lugar por el dominio de ese ramillete de isla que son Las Antillas, concepción que en términos geopolítico, en su época, abarcaba a las islas mayores del archipiélago caribeño y que el peligro inminente se cernía sobre Cuba y Puerto Rico, resto del fenecido imperio colonial español.
 Por eso su activa labor de denuncia ante los pueblos de Nuestra América y el mundo contra las no disimuladas pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos:
“(...) Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba y ahora cuando ya no hay esclavitud con que excusarse, está en pié la liga de la Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba; va Douglas a procurar la de Haití y Santo Domingo; tantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomentan en Las Antillas la anexión con raíces en Washington, los diarios vendidos de Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los diarios del norte, del progreso de la idea anexionista(...)”[9]
  Insiste constantemente en que “las Antillas libres salvarán” a Hispanoamérica, por la necesidad, no solo de expulsar a España de Cuba y Puerto Rico, sino para impedir la expansión norteamericana. Vincula este asunto a la independencia de Cuba, aduciendo la gran importancia estratégica que la isla tiene en el desarrollo o fracaso de los planes expansionistas de los Estados Unidos, argumentando que:
 “(...) No solo es santa por lo que es; sino que es problema político, para garantizar las Antillas y Nuestra América ante de que los Estados Unidos condensen en nación agresiva las fuerzas de miseria, rabia y desorden que encontrarán empleo en la tradición de dominarnos”[10]
  La independencia de Cuba ya no es para José Martí solo un problema nacional, sino el cumplimiento de una necesidad política y social que consolidará la existencia misma de América Latina ante el peligro hegemónico en desarrollo en los Estados Unidos, ideas que quedan clara cuando escribe de los comentarios de la prensa de ese país que de forma descarada baraja ya por dónde continuar la expansión, “(...)¿En que dirección se ha de mover nuestra bandera?, dice el Sun en un artículo odioso, “sobre el norte, o sobre el sur, o sobre alguna de las Antillas?”[11]
 Ya por estos años había comenzado la intervención abierta de los Estados Unidos en los asuntos internos de los pueblos de la región, la República de Haití era víctima de estas intrigas para arrebatarle parte de su territorio y crear una base carbonera en la península de San Nicolás, cruce estratégico de los mares del Caribe. Era el antecedente de la tristemente célebre política del “Gran Garrote” que se enseñoreó por estas tierras a principio del siglo XX. Martí siguió las noticias de la intromisión de los norteamericanos en los asuntos internos de Haití y nos habla de cómo apoyaron con recursos y armas al sublevado Hipolite hasta derrocar al gobernante legítimo.
 Por Cuba, por América Latina y por las Antillas, se esfuerza Martí por lograr la unidad de los cubanos para “(...) impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América[12], esa es la tarea titánica que se impuso y más difícil aún fue la tarea de hacerse entender por los que veían en la nación del norte el modelo posible para nuestros países.
  Las Antillas son vistas por José Martí como el fiel de América, el equilibrio entre los dos conglomerados sociales desarrollados a partir de la colonización, poblados por gente muy disímil y con un desarrollo económico y social marcadamente muy diferente: al norte la nación industrializada, fuerte, autosuficiente y ambiciosa, producto de siglos de desarrollo capitalista; al sur, aletargadas y desunidas, las repúblicas románticas, fruto de la codicia usurera del español, que apenas vio en América la fuente de su enriquecimiento y destruyó culturas, trajo una oleada de esclavos y sin proponérselo  creó un crisol de culturas.
  A partir de la publicación de “Nuestra América”, promueve el auto reconocimiento de los hispanoamericanos, buscarse a sí mismos, no solo en cada república aislada, sino en un todo abarcador para impedir el paso al gigante de las botas de siete leguas.
 Dentro de este modelo de unidad, había una prioridad básica, la independencia de Cuba y Puerto Rico por ser “(...) indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente donde los vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el istmo y apretar luego con todo este peso por el Sur”[13]
  Aquella preocupación obsesiva, aquellas valientes advertencias, que no solo iban en cartas privadas, sino que también fueron escritas en artículos y ensayos periodísticos, fungieron como  Oráculo americano que dejó entrever lo que ocurriría en América Latina y en las Antillas en particular, tras la intervención de los norteamericanos en la guerra de independencia de Cuba, y fue el Caribe el lago privado de las cañoneras yanquis, que ocuparon Cuba y dejaron la Enmienda Platt, convirtieron a Puerto Rico en un eufemístico Estado Libre Asociado, desembarcaron en Santo Domingo, Haití y Nicaragua, imponiendo su ley y exigiendo sus cobros; se adueñaron del istmo de Panamá y levantaron el canal interoceánico y aplicaron de forma altanera y descarada su política de conveniencia en las Repúblicas Centroamericanas convertidas en las descoloridas “Repúblicas Bananeras”. Era la triste consecuencia que previó Martí con la expansión imperial y que resumió en estas palabras:
  “(...) En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial(...) –y si libres- dignas de serlos por el orden de la libertad equitativa y trabajadora- serían en el continente la garantía del equilibrio”[14]
 “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”[15]


Notas
[1]Publicado por primera vez el 1 de enero de 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York y en el periódico El Partido Liberal de México, el 30 de enero del mismo año.
 [2] Nuestra América, Pág. 13. Centro de Estudios Martianos, 1991
[3] Así llamó en múltiples ocasiones a las tres grandes islas de archipiélago antillano colonizadas en principio por España y unidas por estrechos vínculos culturales e históricos.
[4] Periódico Patria, 14/5/1892. O.C. T III  : 405
 [5] Ídem: 406
[6] Nació en Guaynabo el 28 de febrero de 1822 y murió en Ponce en 1889. Estudió siete años en Europa, en Madrid hizo su carrera en Filosofía y en Ciencias Físico-Matemáticas. Regresó a Puerto Rico y se desempeñó en varias cátedras en el Seminario Conciliar y la escuela de Comercio, Agricultura y Náutica. Fundador del Colegio Ponceño. Fue maestro en la República Dominicana. En este país fundó el Colegio Antillano y dirigió la Academia Náutica. Fundador y presidente del Partido Autonomista Puertorriqueño. El autonomismo de Baldorioty reclamaba la garantía de los derechos individuales, el gobierno propio en manos de los puertorriqueños y la libertad absoluta en materia de comercio, industria, agricultura y enseñanza.
[7] Ídem: 405
[8] Ídem: 405
[9] La Nación. Buenos Aires, 20/12/1889. O. C. T. 6: 62
[10] Obras Completas. T. 22:256
[11] La Nación Buenos Aires, 24/1/1890. O.C. T. 6: 65
[12] Carta a Manuel Mercado, 18/5/1895. O.C. T. 4:167
[13] Patria, 19/8/1893. O.C. T. 2: 273-274
[14] Patria, abril/1894. O.C. T. 3: 142
[15] Carta a Federico Henríquez y Carvajal, 25/3/1895. O.C. T. 4:111



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