Perucho Figueredo está en todas partes, porque su legado mayor a esta nación fue su himno, mezcla de canto de guerra y tonada de rebeldía de un pueblo mestizo que muy temprano se dio cuenta que su mundo era otro, que no era casualidad la alegría de la gente nacida en esta isla, dicharachera y ocurrente pero determinada a ser ellos mismos en el concierto de naciones que ya había brotado en América.
Pedro Figueredo nació en la ciudad de Bayamo,
la segunda villa fundada por los conquistadores españoles y marcada por la “Luz
de Yara” esa hermosa leyenda de la presencia del indio Hatuey, el primer mártir
de nuestra luchas por la independencia; ese Bayamo contrabandista y cubanísimo
que desde los siglos fundadores marcó la diferencia en la sociedad cubana en
formación.
Figueredo
abogado, intelectual influyente en su terruño, masón y conspirador fue el
resumen de los anhelos separatistas de nuestra isla, el resumidor de estos
sueños en este canto hermoso y combativo que es nuestro Himno Nacional, rodeado
de la mística popular y a cuyos acordes millones de cubanos han disfrutado sus victorias,
llorados sus muertos y expresado la convicción suprema que él escribió y por la
que murió: “MORIR POR LA PATRIA ES VIVIR
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