miércoles, 28 de febrero de 2018

ORIGEN DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER





Buscando en internet, que para algo más que jugar debe servir, he encontrado el origen de la celebración, desde hace más de un siglo, del “Día Internacional de la Mujer” el 8 de marzo, se los traigo como una curiosidad a más de citar dos párrafos de José Martí sobre las luchas de las mujeres norteamericanas de su época por los derechos tantas veces negados por la cultura y la tradición de la sociedad humana:
El 8 de marzo de 1909, 129 empleadas de la fábrica textil Cotton de Nueva York que se habían encerrado en ella en forma de protesta, murieron a causa del incendio que se generó en el lugar. Parece ser, provocado por el propio dueño. Ellas luchaban por conseguir mejores condiciones de trabajo.   
Se dice que en homenaje a este acontecimiento y para reivindicar los derechos y el sufragio femenino, en un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas que se llevó a cabo en 1910, su Presidenta Clara Zetkin propuso que el 8 de marzo fuera el Día Internacional de la Mujer.
 En cuanto a Martí, esta crónica es de febrero de 1882 se publicó en el periódico caraqueño “El Nacional” para el que trabajó los primeros años de su estancia en los Estados Unidos, es una larga y hermosa reseña de los sucesos más importantes de la ciudad de Nueva York basado en sus vivencias y en la lectura de la prensa estadounidense de la época, es un acercamiento objetivo a las luchas de las mujeres por alcanzar igualdad social y que se disfruta además por la hermosa redacción y escogencia de las palabras:
“Estas amarguras afligen a algunos corazones buenos, que no hallan modo de poner remedio a esa miseria, que roe cuerpos y almas. Hay en esta tierra un grupo de mujeres, que batallan con una vivacidad y un ingenio tales en el logro de las reformas a que aspiran, que, a no ser porque no placen mujeres varoniles a nuestra raza poética e hidalga, parecerían estas innovadoras dignas de las reformas por que luchan. Ni es justo querer que en prados de mariposas pasten leones. Ni es cuerdo sujetar a nuestro juicio de pueblos romancescos,-y por encima de nuestras pueriles desazones, puros,-los menesteres y urgencias de ciudades colosales en cuyos senos sombríos se agitan criaturas abandonadas y hambrientas, comidas de avaricia, nacidas en soledad y apartamiento, y dadas sin freno al loco amor de sí. No ve el norteño en la mujer aquella frágil copa de nácar, cargada de vida, que vemos nosotros; ni aquella criatura purificadora a quien recibimos en nuestros brazos cuidadosos como a nuestras hijas, ni aquel lirio elegante que perfuma los balcones y las almas. Ve una compañera de batalla a quien demanda brazos rudos para batallar. Ni son los hogares en esta tierra, aquel puerto sereno en que la hija es gala y no estorbo, y su matrimonio cosa temida y no deseada, sino como casa de hospedaje, donde no se cree el hostelero obligado a mantener a los huéspedes que trajo él a su casa. Ni nacen las mujeres en estos pueblos como en aquellos nuestros, miradas de cerca por los ojos vigilantes de sus familiares, que las guardan con ternura y con esmero; sino que vienen al mundo en lo que hace a los pobres, como retoños malsanos de un árbol enfermizo, que brota entre una mesa coja y un jarro de cerveza, y oye desde el nacer palabras agrías, y ve cosas sombrías, y se espanta de ellas, y va sola.
“Tantos males pueden hacer surgir como legítimos, y verdaderos por relación, pensamientos que a nosotros nos han de parecer-por ser nosotros de tierras distintas-vulgares y extravagantes. Va cerrándose el congreso de damas, convocado para abogar enérgicamente por la concesión del derecho de votar, a las mujeres. Ha sido el congreso en elegante sala, y las damas de él muy elegantes damas. Vestían todas de negro, y la que más, que era la presidenta, llevaba al cuello un breve adorno azul. Y el auditorio era selecto, lleno de hombres respetuosos y de damas de buen ver. Es cosa sorprendente, cómo la gracia, la razón y la elegancia han ido aparejadas en esa tentativa. Deja el congreso de mujeres, la impresión de un relámpago,-que brilla, alegra, seduce e ilumina. Yo he oído a un lacayo negro hablar, pintando el modo de morir de un hombre, con tal fuego y maestría, que le hubieran tenido por señor los maestros de la palabra. Yo he oído con asombro y con deleite, la verba exuberante y armoniosa de los pastores hondureños, que hablan castellano de otros siglos, con donaire y fluencia tales que pondrían respeto a oradores empinados. Y ese modo de hablar de estas damas ha sido como el corretear de un Cupidillo malicioso, bien cargado el carcaj de saetas, y bien hecha la mano a dispararlas, entre enemigos suspensos y conturbados, que no supiesen cómo ampararse, alzando el brazo y esquivando el rostro, de los golpes certeros. ¡Qué lisura, en el modo de exponer! ¡Qué brío, en la manera de sentir! ¡Qué destreza, en sus artes de combate! ¡Qué donaire, en los revuelos de su crítica! “¡No nos dejáis más modo de vivir que ser siervas, o ser hipócritas! ¡Si ricas, absorbéis nuestras herencias! ¡Si pobres, nos dais un salario miserable! ¡Si solteras, nos anheláis como a juguetes quebradizos! ¡Si casadas, nos burláis brutalmente! ¡Nos huis, luego que nos pervertís, porque estamos pervertidas ¡Puesto que nos dejáis solas, dadnos los medios de vivir solas. Dadnos el sufragio, para que nos demos estos medios.””[1]




[1] Obras Completas de José Martí. T.9:249-250

martes, 27 de febrero de 2018

CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, «EL QUE NOS ECHO A VIVIR A TODOS»




27 de febrero de 1874, caída en combate de Carlos Manuel de Céspedes

  Martí en su peregrinar constante entre los hombres de la emigración que habían peleado en la Guerra Grande, escucha y va haciendo suyas aquellas historias heroicas de la campaña de los cubanos por alcanzar su libertad.
 Oye hablar de los padres fundadores, Céspedes, Aguilera, Agramonte, Figueredo, e intenta hacerse una idea testimonial de aquellos hombres que dejaron la comodidad de su clase, para compartir la dignidad de los libres con los humildes labriegos y los esclavos despersonalizados.
 En Carlos Manuel de Céspedes y Quesada se detiene, valora la hazaña del alzamiento el 10 de octubre de 1868, rompiendo el titubeo de los comprometidos, su llamado a todos los cubanos a luchar por la independencia de su país y algo más trascendental, liberando a los esclavos de su dotación a quienes llama como iguales al mismo sacrificio; gesto valorado altamente en la historia de Cuba como el comienzo de la abolición de la esclavitud en la isla.
 Del testimonio de los que vivieron  en el pueblo de Guaimaro el momento de la unidad y de la proclamación de la República en Armas (10 de abril de 1869), parte la valoración patriótica del caudillo bayamés a quien resume en una frase, “Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo” [1]  o cuando cita al propia Céspedes: “Decía Céspedes, que era irascible y de genio tempestuoso:-“Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter”. Esto es, dominó lo que nadie domina.”[2]
 Es en esta decisiva reunión de patricios que José Martí se detiene no solo para exaltar la liberalidad de la Constitución dada a la República en Armas, sino para darnos una idea más completa del hombre a quien cupo la gloria de ser el iniciador de las luchas por la independencia de Cuba y que en esta Asamblea vivió las tensiones de quienes lo sospechaban tirano,  desconfiaban y no escatimaron mecanismos para refrenar sus ímpetus y sus sueños separatista:
“Momentos después iba de mano en mano la despedida del general en jefe del ejército de Cuba, y jefe de su gobierno provisional. “El curso de los acontecimientos le conduce dócil de la mano ante la república local” : “La Cámara de Representante es la única y suprema autoridad para los cubanos todos”: “El Destino le deparó ser el primero” en levantar en Yara el estandarte de la independencia: “Al Destino le place dejar terminada la misión del caudillo” de Yara y de Bayamo: “Vanguardia de los soldados de nuestra libertad” llama a los cubanos de Oriente: jura “dar mil veces la vida en el sostenimiento de la república proclamada en Guáimaro”.[3]
 La nobleza de Céspedes queda reflejada en estas palabras de Martí puesto en el lugar del caudillo que abdica de sus propias ideas para sumarse a las mantenidas por los soñadores idealistas que dibujaron el futuro de la República, sin tener aún República:
“De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino: aquellos juveniles corazones, tocados apenas del veneno del mundo, palpitaron aceleradamente. Y sobre la espada de honor que le tendieron, juró Manuel Quesada no rendirla sino en el capitolio de los libres, o en el campo de batalla, al lado de su cadáver. Afuera, en el gentío, le caían a uno las lágrimas: otro, apretaba la mano a su compañero: otro oró con fervor. Apiñadas las cabezas ansiosas, las cabezas de hacendados y de abogados y de coroneles, las cabezas quemadas del campo y las rubias de la universidad, vieron salir, a la alegría del pueblo, los que de una aventura de gloria entraban en el decoro y obligación de la república, los que llevaban ya en si aquella majestad, y como súbita estatura, que pone en los hombres la confianza de sus conciudadanos.[4]

 Días difíciles vendrán para Céspedes, proclamado el primer presidente, pero sujeto a una burocracia parlamentaria y torpe, incapaz de ver que la independencia estaba por hacerse y que aquel titán que ellos ataban a la convencionalismo de una constitución inoportuna, no sería fácil de dominar y pelearía con esas mismas armas que ellos pusieron en sus manos, la legalidad ejecutiva, que Martí supo ver y someter al juicio de la historia:

“El 10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquélla había tomado la forma republicana; ésta, la militar.- Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio -lo que nadie sacrifica.
 “Se le acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. El decía: “Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia.” La Cámara; ansiosa de gloria-pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre.-Y venia el veto.
“Que instituyó la forma militar.-El creía que la autoridad no debía estar dividida; que la unidad del mando era la salvación de la revolución; que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos.- Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente. Empeñado en su objeto, rechazaba cuanto se lo detenía.
“Que se llamó Capitán General.-Temperamento revolucionario: fijó su vista en las masas de campesinos y de esclavos. “A ese nombre están acostumbrados a respetar; pues yo me llamaré con ese nombre. Un cambio necesitaría una explicación. Se pierde tiempo-i Se pierde tiempo! Esta es la explicación de todos sus actos, el pensamiento movedor de todos sus movimientos coléricos y la causa excusadora de todas sus faltas. Concretaba su vida en una frase ¡libres de España!-Cada dificultad le parecía un crimen, cada obstáculo un fratricidio.-El creía: “El medio de la paz es la tribuna”-“El medio de las revoluciones es la acción.“- Un discurso dicho era una legua perdida:-Tanto más admirable en un hombre de ley y de discursos.-Y como Tácito escribió tremendamente, con el lenguaje aglomerado de tantos años en su alma: en Céspedes obraba inquietamente, con la genial vivacidad y bélicos caracteres por tan largos y tan insoportables años contenidos.”[5]

 Dignísimo y rebelde este fue el hombre que murió en el intrincado paraje de San Lorenzo, allá en la amada Sierra Maestra, matriz de Historia y perseverancia, hace hoy 144 años





[1] Obras Completas de José Martí. Tomo IV, pág., 387
[2] Ídem. Tomo 22, pág. 235
[3] Ídem pág. 388
[4] Ídem pág. 389
[5] Estas notas están en unas hojas donde aparece también el borrador de la carta de Martí al general Máximo Gómez, pidiéndole datos sobre Céspedes para un libro que pensaba escribir. Obras Completas de José Martí. Tomo XXII, pág., 235

lunes, 26 de febrero de 2018

VISIÓN ANTILLANISTA DE JOSÉ MARTÍ



Las Antillas que dan hijos brillantes, serán tierras gloriosas.
Ya las veremos resplandecer como las griegas.
José Martí

Las preocupaciones latinoamericanistas de José Martí nacidas al calor del conocimiento de Nuestra América pasan por la clara convicción de que Las Antillas son un factor geopolítico  vital tanto para el equilibrio social y político de América, como para impedir la expansión norteamericana hacia  otras partes del mundo  y que ya anunciaban con bombos y platillos los alabarderos de la prensa anexionista de los Estados Unidos a finales del siglo XIX que le tocó vivir a Martí. De sus análisis y reflexiones, sus advertencias y el llamamiento a la solidaridad continental para impedir  esta catástrofe, trata el siguiente  trabajo, que reafirma la confianza del Apóstol en los pueblos de Hispanoamérica al tiempo que ratifica la necesaria independencia para Cuba y Puerto Rico como parte de esta necesidad histórica de los pueblos de Nuestra América.

 La presencia de José Martí en los países latinoamericanos le descubre a este hombre de pensamiento abarcador y sagaz, una realidad nueva con la cual se va a identificar desde un principio. Entra en contacto con los pueblos hispanoamericanos y sus realidades inmediatas, primero en un acercamiento de simpatía e identificación con  su cultura e historia, sus problemáticas sociales y las secuelas caudillistas herencia del colonialismo español.
 Hombre de gran cultura y pensamiento avanzado José Martí conoce a una Hispanoamérica subvalorada por sus propios hijos muy en especial por su clase intelectual y política que cree vivir una especie de fatalismo cultural por el hecho de haber nacido en naciones nuevas, con realidades nuevas, pero que ellos identifican casi unánimemente como zonas de barbarie e incivilización.
 Lideradas por las oligarquías criollas, vacilantes y clasistas, soñando con refundar Europa en medio de un singular paisaje natural y humano, eran hijos de América pero no se reconocían en ella. Gamonales y terratenientes manejan a la desgajada América hispana como grandes cotos de despotismo sin corona, acentuando su poder sobre las masas indias, base de este mundo singular que pretenden desconocer.
 En José Martí se da un acercamiento maduro a las concepciones de una América Latina con personalidad propia y colmada de cualidades  sociales y espirituales capaces de llenar de orgullo a sus hijos cuando la descubren y valoran. Con una historia propia, nacida de sus raíces aborígenes en las culturas, maya, azteca e inca, entre otras; mezclada de forma dramática con las culturas occidentales y africanas, de las que nace una fuerza nueva, con las cualidades de su herencia y las dificultades de sus prejuicios.
  Allí atisbó Martí, pegado al pulso de sus pueblos, las huellas de una humanidad nueva crecida en esta parte del mundo, razas maltratadas y preteridas, humilladas por el orgulloso europeo. Asombrado de las ruinas precolombinas se llena de un sentido de pertenencia crecido en la medida en que son mayores sus contactos con otros pueblos de la dormida América, esa que poco a poco pasó a ser Su América, Nuestra América.
 En medio de este aprendizaje identitario conoce los complejos de la intelectualidad hispanoamericana, deslumbrada con una cultura europea que añora para sí y avergonzada de su indiada, sus negros y su mestizaje.
 En este rico y confuso medio social, Martí comprende que no habrá nación, ni identidad en América Latina, si estos pueblos y en especial su gente más culta, no asume su herencia cultural, con sus grandezas y nimiedades, sus orgullos y bochornos, para crecer unos y otros, como patria nueva de intereses comunes.
 De estas meditaciones nace su ensayo seminal, “Nuestra América[1], ese gran manifiesto cultural y político que no caduca y que define como ningún otro suyo, sus ideas sobre América Latina y su futuro.
 La primera advertencia es contra el “caudillismo”, fenómeno muy arraigado en  Latinoamérica y que convierte a los países y territorios en feudos y fincas particulares:”Cree el aldeano vanidoso que el mundo estero es su aldea, y con tal que el quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezca en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal”[2]
 No ignora el Apóstol el peligro que significan los Estados Unidos para la existencia misma de los países del sur del río Bravo, por eso señala el peligro de la otra América, emprendedora, pujante, ambiciosa, que nos desprecia y desea someternos. Ante esta amenaza, antepone la superación de los problemas que frenan a las naciones latinoamericanas y señala a la unidad y la integración en un solo pueblo como el modo de enfrentar estos retos.
 Si una llamó a la América Latina, una y muy importante, consideró a las tres Antillas hermanas[3], esas que, “(...) se tienden los brazos por sobre los mares y se estrechan ante el mundo, como tres tajos de un mismo corazón sangriento, como tres guardianes de la América cordial y verdadera, que sobrepujará a la América ambiciosa  como tres hermanas”[4].
 A lo largo de su bregar revolucionario por la independencia de las dos islas que aún ocupaba España en América(Cuba y Puerto Rico), no deja el Apóstol de insistir en lo esencial que resultaba el reconocimiento entre los hijos de estas islas, aún colonias, y los que vivían en las dos repúblicas que compartían la isla de Santo Domingo (República Dominicana y Haití), “(...)las tres vigías de la América hospitalaria y durable, las tres hermanas que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y enviándose los libertadores(...)”[5]
 En un escrito aparecido en el periódico Patria, en mayo de 1892, dedicado a homenajear al “criollo irreductible” el puertorriqueño Román Baldorioty Castro[6], Martí analiza con razones contundentes la necesaria unidad que ha de existir entre las tres grandes islas por donde comenzó la conquista de América Latina y asiento de una cultura mestiza y singular que simboliza lo mejor de este “ajiaco” cultural criollo y que él con sagacidad política y conocimiento de su historia, intuye en dilema alternativo: si libres bastión de la libertad y dignidad de Latinoamérica, si sometida a las apetencias yanquis, punta de lanza de la ambición imperial norteamericana.
 Su análisis objetivo y conmovedor da razones para la unidad antillanista dentro del conglomerado latinoamericano:
“No parece que la seguridad de las Antillas, ojeada de cerca por la codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa, en lo material insuficiente, que provocase reparo y justificara la agresión como de la unión sutil y manifiesta en todo(...) de las islas que han de sostenerse junta, o juntas desaparecer en el recuerdo de los pueblos libres”[7]
 Martí no alienta la formación de una República Antillana, sobretodo por los recelos que levantaría esta idea en las oligarquías locales y más aún en los Estados Unidos, que como bien dice él, tendría pretexto para una agresión. Pero sí las exhorta a la solidaridad y unidad “sutil y manifiesta” en “todo” para seguir siendo libres.
  En este mismo artículo advierte de los peligros internos que pudieran poner asechar la tan anhelada unidad: “(...) la rivalidad de los productos agrícolas, o por diversidad de los hábitos y antecedentes, o por temor de acarrear la enemistad del vecino hostil[8] , fuera de esos escollos eran y son más los factores que nos unen y hacen posible nuestra identificación como pueblos hermanos.
 Desde Nueva York, siguiendo la política de la naciente potencia imperialista, se da cuenta de que esta expansión dominadora de la oligarquía norteamericana pasa en primer lugar por el dominio de ese ramillete de isla que son Las Antillas, concepción que en términos geopolítico, en su época, abarcaba a las islas mayores del archipiélago caribeño y que el peligro inminente se cernía sobre Cuba y Puerto Rico, resto del fenecido imperio colonial español.
 Por eso su activa labor de denuncia ante los pueblos de Nuestra América y el mundo contra las no disimuladas pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos:
“(...) Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba y ahora cuando ya no hay esclavitud con que excusarse, está en pié la liga de la Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba; va Douglas a procurar la de Haití y Santo Domingo; tantea Palmer la venta de Cuba en Madrid; fomentan en Las Antillas la anexión con raíces en Washington, los diarios vendidos de Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los diarios del norte, del progreso de la idea anexionista(...)”[9]
  Insiste constantemente en que “las Antillas libres salvarán” a Hispanoamérica, por la necesidad, no solo de expulsar a España de Cuba y Puerto Rico, sino para impedir la expansión norteamericana. Vincula este asunto a la independencia de Cuba, aduciendo la gran importancia estratégica que la isla tiene en el desarrollo o fracaso de los planes expansionistas de los Estados Unidos, argumentando que:
 “(...) No solo es santa por lo que es; sino que es problema político, para garantizar las Antillas y Nuestra América ante de que los Estados Unidos condensen en nación agresiva las fuerzas de miseria, rabia y desorden que encontrarán empleo en la tradición de dominarnos”[10]
  La independencia de Cuba ya no es para José Martí solo un problema nacional, sino el cumplimiento de una necesidad política y social que consolidará la existencia misma de América Latina ante el peligro hegemónico en desarrollo en los Estados Unidos, ideas que quedan clara cuando escribe de los comentarios de la prensa de ese país que de forma descarada baraja ya por dónde continuar la expansión, “(...)¿En que dirección se ha de mover nuestra bandera?, dice el Sun en un artículo odioso, “sobre el norte, o sobre el sur, o sobre alguna de las Antillas?”[11]
 Ya por estos años había comenzado la intervención abierta de los Estados Unidos en los asuntos internos de los pueblos de la región, la República de Haití era víctima de estas intrigas para arrebatarle parte de su territorio y crear una base carbonera en la península de San Nicolás, cruce estratégico de los mares del Caribe. Era el antecedente de la tristemente célebre política del “Gran Garrote” que se enseñoreó por estas tierras a principio del siglo XX. Martí siguió las noticias de la intromisión de los norteamericanos en los asuntos internos de Haití y nos habla de cómo apoyaron con recursos y armas al sublevado Hipolite hasta derrocar al gobernante legítimo.
 Por Cuba, por América Latina y por las Antillas, se esfuerza Martí por lograr la unidad de los cubanos para “(...) impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América[12], esa es la tarea titánica que se impuso y más difícil aún fue la tarea de hacerse entender por los que veían en la nación del norte el modelo posible para nuestros países.
  Las Antillas son vistas por José Martí como el fiel de América, el equilibrio entre los dos conglomerados sociales desarrollados a partir de la colonización, poblados por gente muy disímil y con un desarrollo económico y social marcadamente muy diferente: al norte la nación industrializada, fuerte, autosuficiente y ambiciosa, producto de siglos de desarrollo capitalista; al sur, aletargadas y desunidas, las repúblicas románticas, fruto de la codicia usurera del español, que apenas vio en América la fuente de su enriquecimiento y destruyó culturas, trajo una oleada de esclavos y sin proponérselo  creó un crisol de culturas.
  A partir de la publicación de “Nuestra América”, promueve el auto reconocimiento de los hispanoamericanos, buscarse a sí mismos, no solo en cada república aislada, sino en un todo abarcador para impedir el paso al gigante de las botas de siete leguas.
 Dentro de este modelo de unidad, había una prioridad básica, la independencia de Cuba y Puerto Rico por ser “(...) indispensables para la seguridad, independencia y carácter definitivo de la familia hispanoamericana en el continente donde los vecinos de habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el Norte por el istmo y apretar luego con todo este peso por el Sur”[13]
  Aquella preocupación obsesiva, aquellas valientes advertencias, que no solo iban en cartas privadas, sino que también fueron escritas en artículos y ensayos periodísticos, fungieron como  Oráculo americano que dejó entrever lo que ocurriría en América Latina y en las Antillas en particular, tras la intervención de los norteamericanos en la guerra de independencia de Cuba, y fue el Caribe el lago privado de las cañoneras yanquis, que ocuparon Cuba y dejaron la Enmienda Platt, convirtieron a Puerto Rico en un eufemístico Estado Libre Asociado, desembarcaron en Santo Domingo, Haití y Nicaragua, imponiendo su ley y exigiendo sus cobros; se adueñaron del istmo de Panamá y levantaron el canal interoceánico y aplicaron de forma altanera y descarada su política de conveniencia en las Repúblicas Centroamericanas convertidas en las descoloridas “Repúblicas Bananeras”. Era la triste consecuencia que previó Martí con la expansión imperial y que resumió en estas palabras:
  “(...) En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial(...) –y si libres- dignas de serlos por el orden de la libertad equitativa y trabajadora- serían en el continente la garantía del equilibrio”[14]
 “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”[15]


Notas
[1]Publicado por primera vez el 1 de enero de 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York y en el periódico El Partido Liberal de México, el 30 de enero del mismo año.
 [2] Nuestra América, Pág. 13. Centro de Estudios Martianos, 1991
[3] Así llamó en múltiples ocasiones a las tres grandes islas de archipiélago antillano colonizadas en principio por España y unidas por estrechos vínculos culturales e históricos.
[4] Periódico Patria, 14/5/1892. O.C. T III  : 405
 [5] Ídem: 406
[6] Nació en Guaynabo el 28 de febrero de 1822 y murió en Ponce en 1889. Estudió siete años en Europa, en Madrid hizo su carrera en Filosofía y en Ciencias Físico-Matemáticas. Regresó a Puerto Rico y se desempeñó en varias cátedras en el Seminario Conciliar y la escuela de Comercio, Agricultura y Náutica. Fundador del Colegio Ponceño. Fue maestro en la República Dominicana. En este país fundó el Colegio Antillano y dirigió la Academia Náutica. Fundador y presidente del Partido Autonomista Puertorriqueño. El autonomismo de Baldorioty reclamaba la garantía de los derechos individuales, el gobierno propio en manos de los puertorriqueños y la libertad absoluta en materia de comercio, industria, agricultura y enseñanza.
[7] Ídem: 405
[8] Ídem: 405
[9] La Nación. Buenos Aires, 20/12/1889. O. C. T. 6: 62
[10] Obras Completas. T. 22:256
[11] La Nación Buenos Aires, 24/1/1890. O.C. T. 6: 65
[12] Carta a Manuel Mercado, 18/5/1895. O.C. T. 4:167
[13] Patria, 19/8/1893. O.C. T. 2: 273-274
[14] Patria, abril/1894. O.C. T. 3: 142
[15] Carta a Federico Henríquez y Carvajal, 25/3/1895. O.C. T. 4:111