Las Antillas que dan hijos brillantes, serán
tierras gloriosas.
Ya las veremos resplandecer como las griegas.
José Martí
Las preocupaciones
latinoamericanistas de José Martí nacidas al calor del conocimiento de Nuestra
América pasan por la clara convicción de que Las Antillas son un factor
geopolítico vital tanto para el
equilibrio social y político de América, como para impedir la expansión
norteamericana hacia otras partes del
mundo y que ya anunciaban con bombos y platillos
los alabarderos de la prensa anexionista de los Estados Unidos a finales del
siglo XIX que le tocó vivir a Martí. De sus análisis y reflexiones, sus
advertencias y el llamamiento a la solidaridad continental para impedir esta catástrofe, trata el siguiente trabajo, que reafirma la confianza del
Apóstol en los pueblos de Hispanoamérica al tiempo que ratifica la necesaria
independencia para Cuba y Puerto Rico como parte de esta necesidad histórica de
los pueblos de Nuestra América.
La presencia de José Martí en los países
latinoamericanos le descubre a este hombre de pensamiento abarcador y sagaz,
una realidad nueva con la cual se va a identificar desde un principio. Entra en
contacto con los pueblos hispanoamericanos y sus realidades inmediatas, primero
en un acercamiento de simpatía e identificación con su cultura e historia, sus problemáticas
sociales y las secuelas caudillistas herencia del colonialismo español.
Hombre de
gran cultura y pensamiento avanzado José Martí conoce a una Hispanoamérica
subvalorada por sus propios hijos muy en especial por su clase intelectual y
política que cree vivir una especie de fatalismo cultural por el hecho de haber
nacido en naciones nuevas, con realidades nuevas, pero que ellos identifican
casi unánimemente como zonas de barbarie e incivilización.
Lideradas
por las oligarquías criollas, vacilantes y clasistas, soñando con refundar Europa
en medio de un singular paisaje natural y humano, eran hijos de América pero no
se reconocían en ella. Gamonales y terratenientes manejan a la desgajada
América hispana como grandes cotos de despotismo sin corona, acentuando su
poder sobre las masas indias, base de este mundo singular que pretenden
desconocer.
En José
Martí se da un acercamiento maduro a las concepciones de una América Latina con
personalidad propia y colmada de cualidades
sociales y espirituales capaces de llenar de orgullo a sus hijos cuando
la descubren y valoran. Con una historia propia, nacida de sus raíces
aborígenes en las culturas, maya, azteca e inca, entre otras; mezclada de forma
dramática con las culturas occidentales y africanas, de las que nace una fuerza
nueva, con las cualidades de su herencia y las dificultades de sus prejuicios.
Allí atisbó
Martí, pegado al pulso de sus pueblos, las huellas de una humanidad nueva
crecida en esta parte del mundo, razas maltratadas y preteridas, humilladas por
el orgulloso europeo. Asombrado de las ruinas precolombinas se llena de un
sentido de pertenencia crecido en la medida en que son mayores sus contactos
con otros pueblos de la dormida América, esa que poco a poco pasó a ser Su América, Nuestra América.
En medio de
este aprendizaje identitario conoce los complejos de la intelectualidad
hispanoamericana, deslumbrada con una cultura europea que añora para sí y
avergonzada de su indiada, sus negros y su mestizaje.
En este rico
y confuso medio social, Martí comprende que no habrá nación, ni identidad en
América Latina, si estos pueblos y en especial su gente más culta, no asume su
herencia cultural, con sus grandezas y nimiedades, sus orgullos y bochornos,
para crecer unos y otros, como patria nueva de intereses comunes.
De estas
meditaciones nace su ensayo seminal, “Nuestra
América”[1],
ese gran manifiesto cultural y político que no caduca y que define como ningún
otro suyo, sus ideas sobre América Latina y su futuro.
La primera
advertencia es contra el “caudillismo”, fenómeno muy arraigado en Latinoamérica y que convierte a los países y
territorios en feudos y fincas particulares:”Cree el aldeano vanidoso que el mundo estero es su aldea, y con tal
que el quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le
crezca en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal”[2]
No ignora el
Apóstol el peligro que significan los Estados Unidos para la existencia misma
de los países del sur del río Bravo, por eso señala el peligro de la otra
América, emprendedora, pujante, ambiciosa, que nos desprecia y desea someternos.
Ante esta amenaza, antepone la superación de los problemas que frenan a las
naciones latinoamericanas y señala a la unidad y la integración en un solo
pueblo como el modo de enfrentar estos retos.
Si una llamó
a la América Latina,
una y muy importante, consideró a las “tres
Antillas hermanas”[3],
esas que, “(...) se tienden los
brazos por sobre los mares y se estrechan ante el mundo, como tres tajos de un
mismo corazón sangriento, como tres guardianes de la América cordial y
verdadera, que sobrepujará a la
América ambiciosa como
tres hermanas”[4].
A lo largo
de su bregar revolucionario por la independencia de las dos islas que aún
ocupaba España en América(Cuba y Puerto Rico), no deja el Apóstol de insistir
en lo esencial que resultaba el reconocimiento entre los hijos de estas islas,
aún colonias, y los que vivían en las dos repúblicas que compartían la isla de
Santo Domingo (República Dominicana y Haití), “(...)las tres vigías de la América hospitalaria y durable, las tres hermanas
que de siglos atrás se vienen cambiando los hijos y enviándose los
libertadores(...)”[5]
En un
escrito aparecido en el periódico Patria, en mayo de 1892, dedicado a
homenajear al “criollo irreductible” el puertorriqueño Román Baldorioty Castro[6],
Martí analiza con razones contundentes la necesaria unidad que ha de existir
entre las tres grandes islas por donde comenzó la conquista de América Latina y
asiento de una cultura mestiza y singular que simboliza lo mejor de este “ajiaco”
cultural criollo y que él con sagacidad política y conocimiento de su historia,
intuye en dilema alternativo: si libres bastión de la libertad y dignidad de
Latinoamérica, si sometida a las apetencias yanquis, punta de lanza de la
ambición imperial norteamericana.
Su análisis
objetivo y conmovedor da razones para la unidad antillanista dentro del
conglomerado latinoamericano:
“No parece que la seguridad de las Antillas, ojeada de cerca por la
codicia pujante, dependa tanto de la alianza ostentosa, en lo material
insuficiente, que provocase reparo y justificara la agresión como de la unión
sutil y manifiesta en todo(...) de las islas que han de sostenerse junta, o
juntas desaparecer en el recuerdo de los pueblos libres”[7]
Martí no
alienta la formación de una República Antillana, sobretodo por los recelos que
levantaría esta idea en las oligarquías locales y más aún en los Estados
Unidos, que como bien dice él, tendría pretexto para una agresión. Pero sí las
exhorta a la solidaridad y unidad “sutil y manifiesta” en “todo” para seguir
siendo libres.
En este
mismo artículo advierte de los peligros internos que pudieran poner asechar la
tan anhelada unidad: “(...) la
rivalidad de los productos agrícolas, o por diversidad de los hábitos y
antecedentes, o por temor de acarrear la enemistad del vecino hostil”[8]
, fuera de esos escollos eran y son más los factores que nos unen y hacen
posible nuestra identificación como pueblos hermanos.
Desde Nueva
York, siguiendo la política de la naciente potencia imperialista, se da cuenta
de que esta expansión dominadora de la oligarquía norteamericana pasa en primer
lugar por el dominio de ese ramillete de isla que son Las Antillas, concepción
que en términos geopolítico, en su época, abarcaba a las islas mayores del
archipiélago caribeño y que el peligro inminente se cernía sobre Cuba y Puerto
Rico, resto del fenecido imperio colonial español.
Por eso su
activa labor de denuncia ante los pueblos de Nuestra América y el mundo contra
las no disimuladas pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos:
“(...) Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados
Unidos, fue López a Cuba y ahora cuando ya no hay esclavitud con que excusarse,
está en pié la liga de la
Anexión; habla Allen de ayudar a la de Cuba; va Douglas a
procurar la de Haití y Santo Domingo; tantea Palmer la venta de Cuba en Madrid;
fomentan en Las Antillas la anexión con raíces en Washington, los diarios
vendidos de Centroamérica; y en las Antillas menores, dan cuenta incesante los
diarios del norte, del progreso de la idea anexionista(...)”[9]
Insiste
constantemente en que “las Antillas libres salvarán” a Hispanoamérica, por la
necesidad, no solo de expulsar a España de Cuba y Puerto Rico, sino para
impedir la expansión norteamericana. Vincula este asunto a la independencia de
Cuba, aduciendo la gran importancia estratégica que la isla tiene en el
desarrollo o fracaso de los planes expansionistas de los Estados Unidos,
argumentando que:
“(...) No solo es santa por lo que es; sino que es problema político,
para garantizar las Antillas y Nuestra América ante de que los Estados Unidos
condensen en nación agresiva las fuerzas de miseria, rabia y desorden que
encontrarán empleo en la tradición de dominarnos”[10]
La
independencia de Cuba ya no es para José Martí solo un problema nacional, sino
el cumplimiento de una necesidad política y social que consolidará la
existencia misma de América Latina ante el peligro hegemónico en desarrollo en
los Estados Unidos, ideas que quedan clara cuando escribe de los comentarios de
la prensa de ese país que de forma descarada baraja ya por dónde continuar la
expansión, “(...)¿En que dirección se
ha de mover nuestra bandera?, dice el Sun en un artículo odioso, “sobre el
norte, o sobre el sur, o sobre alguna de las Antillas?”[11]
Ya por
estos años había comenzado la intervención abierta de los Estados Unidos en los
asuntos internos de los pueblos de la región, la República de Haití era
víctima de estas intrigas para arrebatarle parte de su territorio y crear una
base carbonera en la península de San Nicolás, cruce estratégico de los mares
del Caribe. Era el antecedente de la tristemente célebre política del “Gran
Garrote” que se enseñoreó por estas tierras a principio del siglo XX. Martí
siguió las noticias de la intromisión de los norteamericanos en los asuntos
internos de Haití y nos habla de cómo apoyaron con recursos y armas al sublevado
Hipolite hasta derrocar al gobernante legítimo.
Por Cuba,
por América Latina y por las Antillas, se esfuerza Martí por lograr la unidad
de los cubanos para “(...) impedir a
tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los
Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”[12],
esa es la tarea titánica que se impuso y más difícil aún fue la tarea de
hacerse entender por los que veían en la nación del norte el modelo posible
para nuestros países.
Las Antillas son vistas por José Martí como
el fiel de América, el equilibrio entre los dos conglomerados sociales
desarrollados a partir de la colonización, poblados por gente muy disímil y con
un desarrollo económico y social marcadamente muy diferente: al norte la nación
industrializada, fuerte, autosuficiente y ambiciosa, producto de siglos de
desarrollo capitalista; al sur, aletargadas y desunidas, las repúblicas
románticas, fruto de la codicia usurera del español, que apenas vio en América
la fuente de su enriquecimiento y destruyó culturas, trajo una oleada de
esclavos y sin proponérselo creó un
crisol de culturas.
A partir de
la publicación de “Nuestra América”, promueve el auto reconocimiento de los
hispanoamericanos, buscarse a sí mismos, no solo en cada república aislada,
sino en un todo abarcador para impedir el paso al gigante de las botas de siete
leguas.
Dentro de
este modelo de unidad, había una prioridad básica, la independencia de Cuba y
Puerto Rico por ser “(...) indispensables para la seguridad, independencia y carácter
definitivo de la familia hispanoamericana en el continente donde los vecinos de
habla inglesa codician la clave de las Antillas para cerrar en ellas todo el
Norte por el istmo y apretar luego con todo este peso por el Sur”[13]
Aquella
preocupación obsesiva, aquellas valientes advertencias, que no solo iban en
cartas privadas, sino que también fueron escritas en artículos y ensayos
periodísticos, fungieron como Oráculo
americano que dejó entrever lo que ocurriría en América Latina y en las
Antillas en particular, tras la intervención de los norteamericanos en la guerra
de independencia de Cuba, y fue el Caribe el lago privado de las cañoneras
yanquis, que ocuparon Cuba y dejaron la Enmienda Platt,
convirtieron a Puerto Rico en un eufemístico Estado Libre Asociado,
desembarcaron en Santo Domingo, Haití y Nicaragua, imponiendo su ley y
exigiendo sus cobros; se adueñaron del istmo de Panamá y levantaron el canal
interoceánico y aplicaron de forma altanera y descarada su política de
conveniencia en las Repúblicas Centroamericanas convertidas en las descoloridas
“Repúblicas Bananeras”. Era la triste consecuencia que previó Martí con la
expansión imperial y que resumió en estas palabras:
“(...) En el fiel de América están las
Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república
imperial(...) –y si libres- dignas de serlos por el orden de la libertad
equitativa y trabajadora- serían en el continente la garantía del equilibrio”[14]
“Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el
honor ya dudoso y lastimado de la
América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del
mundo”[15]
[1]Publicado por
primera vez el 1 de enero de 1891 en la Revista Ilustrada
de Nueva York y en el periódico El Partido Liberal de México, el 30 de enero
del mismo año.
[2] Nuestra América,
Pág. 13. Centro de Estudios Martianos, 1991
[3] Así llamó en
múltiples ocasiones a las tres grandes islas de archipiélago antillano
colonizadas en principio por España y unidas por estrechos vínculos culturales
e históricos.
[4] Periódico Patria,
14/5/1892. O.C. T III : 405
[6] Nació en Guaynabo el 28 de febrero de 1822 y murió en Ponce en 1889.
Estudió siete años en Europa, en Madrid hizo su carrera en Filosofía y en
Ciencias Físico-Matemáticas. Regresó a Puerto Rico y se desempeñó en varias
cátedras en el Seminario Conciliar y la escuela de Comercio, Agricultura y
Náutica. Fundador del Colegio Ponceño. Fue maestro en la República Dominicana.
En este país fundó el Colegio Antillano y dirigió la Academia Náutica.
Fundador y presidente del Partido Autonomista Puertorriqueño. El autonomismo de
Baldorioty reclamaba la garantía de los derechos individuales, el gobierno
propio en manos de los puertorriqueños y la libertad absoluta en materia de
comercio, industria, agricultura y enseñanza.
[9] La Nación. Buenos Aires, 20/12/1889.
O. C. T. 6: 62
[10] Obras Completas. T.
22:256
[11] La Nación Buenos Aires, 24/1/1890.
O.C. T. 6: 65
[12] Carta a Manuel
Mercado, 18/5/1895. O.C. T. 4:167
[13] Patria, 19/8/1893. O.C. T. 2: 273-274
[14] Patria, abril/1894.
O.C. T. 3: 142
[15] Carta a Federico
Henríquez y Carvajal, 25/3/1895. O.C. T. 4:111