jueves, 5 de mayo de 2016

LA IDEOLOGÍA DE JOSÉ MARTÍ





“Dos Ríos”, pintura de Esteban Valderrama

 Dentro de algunos días arribaremos al aniversario 121 (19 de mayo de 1895) de la muerte en combate de José Martí, el preclaro organizador de la continuidad de la contienda por alcanzar la definitiva independencia en Cuba.
 Mucho se discute aún si debió o no venir a Cuba en aquellos momentos iniciales  de la campaña por liberar la isla, quien haya leído sus escritos o tenga nada más que una leve noción de las ideas que defendió, de la ética que lo acompañó, no dudará que ese era el lugar donde quería estar.
 Había logrado después de muchos esfuerzos poner de acuerdo a todos los que querían la independencia, unirlos alrededor de este objetivo, lo cual no significó que todos tuvieran la misma visión del país que querían.
 Aún resuena su rotundo “CON TODOS Y PARA EL BIEN DE TODOS”, de un alcance social muy profundo a fines del siglo XIX, idea que aglutinó alrededor del Partido Revolucionario Cubano, a las clases humildes de la emigración cubana, ya concientizada, aglutinadora de todos los elementos de la racialidad cubana, pero también aglutinó a sectores intelectuales, de la clases media y en sentido general a la pléyade de veteranos de la Guerra de los Diez Años.
 Su presencia en Cuba era imprescindible para dar a la Revolución Independentista el carácter  radical, más allá de la mera consecución de estatus de República y para lidiar con el peligro de anexión a los Estados Unidos, acariciado no solo por factores externos a la sociedad cubana, sino también a poderosos intereses económicos de la isla, ampliamente decidido a asegurar sus intereses en cualquier escenario futuro.
 La muerte de José Martí, fue la desgracia de la Revolución iniciada por él, el partido  que fundó pasó a manos de fuerzas moderadas que hicieron letra muerta los postulados sociales contenidos en sus bases, que olvidaron el compromiso de la lucha anticolonial por la hermana isla de Puerto Rico, que convirtieron este organismo de movilización social en un mero gestionar de expediciones con armas y avituallamientos para la guerra, necesarias, pero al mismo tiempo deformación del fin aglutinador de la organización creada por el Apóstol.
 Al crearse el Gobierno de la República en Armas brotaron los personalismos elitistas, el divorcio del gobierno y el brazo armado de la Revolución, el racismo apenas contenido en algunas de las figuras de aquel órgano de la Revolución y el sordo afán de restar mérito y poder ejecutivo al Ejército Libertador.
 Esas condiciones llevaron a la débil participación política de los cubanos en la toma de decisiones durante la intervención norteamericana en la guerra y en el período de ocupación (1899-1902), sin reconocimiento de las fuerzas contendientes, Estados Unidos y España, los cubanos fueron los “invitados de piedra”
 Nada preocupaba tanto al interventor yanqui como el Ejército Libertador cubano, armado, bien dirigido y relegado, pero tenso ante la posibilidad de la anexión.
 Las maniobras políticas del ejército de ocupación en aquellos tres años fue desmantelar los mecanismos de la Revolución Independentista, su brazo armado, su gobierno, su partido, restar capacidad de respuestas a sus pretensiones, dividir a los cubanos y aliarse a los sectores más conservadores, antiguos aliados de la metrópoli española y ahora al lado del poder ocupante.
 La ocupación norteamericana fue el fraude para acabar con la Revolución Independentista organizada por José Martí, su figura se redujo al símbolo del martirologio, sus ideas, casi desconocidas en su isla, su partido disuelto por Tomás Estrada Palma, “porque ya había cumplido su cometido”, el Ejército Libertador licenciado y decepcionado, Máximo Gómez depuesto por el Gobierno de la República en Armas y ese gobierno autodisuelto por su impopularidad ante el hecho consumado de destituir al Generalísimo.
 Nada quedaba en un año de aquel pujante movimiento independentista que había puesto en jaque a la Monarquía española.


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