Barbarito Diez, el
eterno intérprete del danzón
Hace unos días al escuchar al “Piquete Típico
Cubano”[1]
que todos los primeros viernes de cada mes se presentan aquí en el Museo Casa
Natal de José Martí, pude disfrutar de este hermoso danzón dedicado a la
fidelidad de las parejas, a los que envejecen juntos y esperan por la aparición
de su amor para decirles todo lo que han significado en su vida, esa melodía me
puso a meditar y me di cuenta que a mis años me había perdido por la prisa de
la vida el hermosos espectáculo que se da en los amaneceres de septiembre, al
menos en el hemisferio norte, cuando en varios días consecutivos la luna y el “lucero
del alba”[2]
viven ese bello romance de aproximación y encanto que solo los madrugadores y
románticos han percibido y muchos inmortalizado en poemas y canciones.
Recuerdo aquel otro danzón cantado mucho por
mi abuela y mi madre cantado por Barbarito Diez[3]
y titulado “El soldado”, en la primera estrofa aquel enamorado de uniforme
expresa todo ese bello encanto de amar lo prohibido: “Adiós, adiós, lucero de
mis noche/-dijo un soldado al pie de una ventana-/ adiós me voy/ no llores alma
mía pues volveré mañana/ya se asoma por el oriente el alba/ ya se divisa la “estrella
de la aurora”/y en el cuartel, tambores y cornetas/están tocando diana.
Toda una evocación de época, principios del
siglo XX, que puede ser traspolado a cualquier tiempo mientras existan personas
con la sensibilidad suficiente como para levantar la mirada hacia la bóveda celeste
cuando en septiembre se conjugan el amor y la fidelidad para recordarnos que
son dos valores intercederos de la humanidad.
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