En
décadas anteriores este valor humano era considerado en Cuba un antivalor por
el simple hecho que para muchos era el antítesis del trabajo en grupo, del
apoyo mutuo y por ende la forma más
cercana al individualismo desde donde se podía llegar al egoísmo.
Recuerdo que en muchas asambleas de ejemplares
y de “escogencia” de los mejores, señalarle a alguien ser un autosuficiente era
marcarlo como que tenía un problema y debía superarlo.
En realidad lo que todo el mundo entendía era
que ser “gregario” era signo de dependencia y por ello de seguridad del grupo “porque
todo en grupo sale mejor”, en realidad había muchos “recostados” que no
contribuían nada al grupo y en el grupo había líderes que sabían lo que había
que hacer y la tarea salía, ¿resultado?, premio colectivo y desalentador para
los que verdaderamente habían trabajado.
También por esos años se acuñó una verdad, “ser
autosuficiente: suficiente no era malo”, era y es bueno; lo malo estaba en
aquellos equipos y colectivos llenos de “recostados”, “vagos”, “oportunistas” y
“doblemoralistas” viviendo a costa del sacrifico de todos.
Es necesario que los colectivos estén llenos
de autosuficientes, personas que sepan
lo que hay que hacer y puedan emprender su tarea sin que otro tenga que hacer
su parte o esperar que ellos terminen para completar el encargo social, esos
son los buenos y por eso es necesario aplicar con justicia aquella fórmula
económica socialista: “Dé cada cual según su capacidad y reciba cada cual según
su trabajo”
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