En
un mundo fraccionado y cada vez más individualista urge poner en su lugar los
valores humanos, no como un aparatico más sino como las verdaderas guías para
la espiritualidad y el crecimiento de eso
que se llama humanismo y que muchas personas solo valoran en las desgracias y
dejan de tenerlas en cuenta cuando van “triunfando por la vida”, adquiriendo
cosas, escuchando elogios, pisoteando a otros o mirando con indiferencia a
quien tiene metas más modestas, visten distinto, piensa de otro modo y por eso
él o ella no lo consideran igual, a
veces ni nota que existe.
La individualidad humana es un don a cultivar
y hacer crecer en los seres humanos, cada uno de nosotros es un ser único, pero
no solitario, existimos en una sociedad que tiene sus valores y sus antivalores
y es una elección nuestra saber qué escogemos y hacia donde conducimos nuestra
vida.
La Revolución Cubana, de la que soy un orgulloso fruto, es en esencia un
proyecto social de valores, en el cual los errores fueron por exceso de protección
del ser humano, cuidarlo del mundo, ocultarle verdades “porque podían ser
dañinas”, alejarlo de resto del mundo “porque era malo” o separarlo de la
banalidad, lo lúdico o simplemente lo superfluo, porque era “divisionismo
ideológico”
La historia, que es la vida diaria acumulada,
nos enseñó que el ser humano está en constante formación, no solo física sino
(mucho más) espiritualmente y que debes “vivir” para crecer, confrontar para “valorar”,
“equivocarte” para entender, ser siempre ”joven” para enfrentar la vida y al
mismo tiempo ser “viejo” para trasmitir la experiencia.
La vida en valores siempre lleva a la
felicidad, aunque estemos desnudos de bienes, al fin y al cabo somos y seremos
la huella que dejamos y no lo que consumimos.
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